Por Rebeca Reynaud

Este 1º de noviembre la Iglesia Universal celebra a todos los que, por su ejemplo de vida, han sido canonizados y y también se celebra a los que ya están en el Cielo y no han sido canonizados, ya que son santos todos los que han entrado a la felicidad sin fin. La esperanza que tenemos los cristianos de la Iglesia militante es llegar al Cielo y llevar a muchos allá.

La Eucaristía es el lugar en donde nace la Iglesia y en donde se nutre y fortalece. En la Eucaristía la Iglesia ve su futuro. La Iglesia despierta en las almas cuando descubre un tesoro: su llamada a la santidad. La Iglesia es Cuerpo de Cristo. Su cabeza, Cristo, es santo, y Él quiere que sus discípulos también lo sean. El Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, es una realidad mística, es la unión de corazones en una misma fe, bajo un mismo Pastor y con un mismo Bautismo. La Iglesia es algo estructural y algo visible.

El P. José Granados García, al exponer el pensamiento de Ratzinger, dice: Para saber qué es la Iglesia hay que mirar a la estructura de la Santa Misa. La Iglesia es algo vivo y visible. Comer el Cuerpo de Cristo es hacerse Cuerpo de Cristo, dice Ratzinger (lo toma de Guillermo de Sanit Thierry). La forma de la Iglesia está dada por la Eucaristía: “Esto es mi Cuerpo”.

Toda reforma en la Iglesia es, “quitar lo que sobra”, como decía Miguel Ángel de sus esculturas de mármol, es volver a la forma originaria, que es la forma eucarística, afirma Ratzinger.

La imagen de Cristo como templo –dice San Agustín- es una referencia a Adán. Cristo ha asumido el templo, es decir, ha asumido al viejo Adán y en tres días lo va a recomponer. Va a hacer de este cuerpo -que es toda la humanidad-, va a hacer un cuerpo nuevo. Es decir, Cristo quiere entrar en la Familia humana, en aquello que nos une, que nos relaciona, y lo va a transformar. Cristo ha asumido el tiempo de los hombres desde Adán hasta la última generación. Al resucitar Cristo tiene un cuerpo nuevo. Así, nosotros “somos convocados para algo”, no nos hemos “puesto de acuerdo para algo”.

La Iglesia está llamada a ser universal, no porque seamos una fraternidad solamente de alma, sino porque cuerpo a cuerpo nos vamos incorporando a un mismo Cuerpo, de uno en uno.

El origen de la Iglesia está en Dios, está en el Padre, porque Cristo mira al Padre. La forma de la Iglesia es la Eucaristía, no es una forma institucional, no necesita un templo concreto –ni siquiera la basílica de San Pedro-, no necesita lugares específicos, como Jerusalén para los judíos. No es así porque el templo es el cuerpo. Es el cuerpo de los cristianos y es el Cuerpo de la Eucaristía. Necesita los significados básicos de la corporalidad. La Iglesia tiene una forma, no puede ser hecha por el hombre. La ley está escrita en el cuerpo del hombre y de la mujer que forman la familia, y que está en el Decálogo. Cuando eso está fijo, la Iglesia puede ir adelante.

Lo esencial para el hecho cristiano es la verdad, dice Ratzinger. Es decir, el cristianismo se distingue porque ha dicho la verdad, y ha dicho la verdad no de un modo frío, sino de un modo en que se puede adorar a la verdad, es decir, se puede tener una religión verdadera, porque ha unido la verdad con el amor que es lo propio de una religión. La verdad y el amor está grabada en el seno de la Iglesia desde sus orígenes y desde el Antiguo Testamento. Hay una verdad de fe y una verdad en el comportamiento moral.

La institución, en el cristianismo, es la Eucaristía, dice Ratzinger, que es el lugar donde se unen la verdad y el amor.

Otro elemento de luz que da Ratzinger, para iluminar el Sínodo es que dice que no es cierto que la Iglesia sea concilio, los concilios y sínodos son momentos episódicos. La Iglesia es comunión y comunión eucarística. Es decir, lo que define a la Iglesia es la Eucaristía. Una vez que la Iglesia es Eucaristía, realiza sínodos. La Iglesia no es un concilio, el concilio acontece en la Iglesia. Es un absurdo decir que toda la Iglesia es un concilio permanente, dice Ratzinger (en su respuesta a Hans Kung). La Iglesia no existe para deliberar sobre el Evangelio, sino para vivirlo. 

Sólo si la Iglesia entiende su ser eucarístico, es decir, el lugar en donde nace, y el lugar a donde va, puede resolver las dificultades con acierto.  

Mientras la Iglesia permanezca en la Eucaristía será fecunda. La Iglesia no es nunca una opción, es una vocación, una llamada, dice Ratzinger.

 

Imagen de Amor Santo en Cathopic


 

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