Por P. Fernando Pascual
Hay quienes afirman que no existe nada después de la muerte, que nuestro cerebro es simplemente como una computadora que se detiene cuando sus diversas partes dejan de funcionar. Dicen que algo así sostenía ese gran investigador que fue Stephen Hawking.
Después de leer las afirmaciones de Hawking, Leopoldo Abadía, un escritor y conferencista espontáneo e imaginativo, se puso a reflexionar. Reconoció, primero, que no se sentía como una computadora que un día se enamoró y que un día se estropeará de modo irremisible.
Reconoció también que sería absurdo y sumamente injusto que todas las personas terminasen su existencia como terminan los aparatos rotos: en un basurero que lo iguala todo.
Porque sería dramático que al final de la vida los buenos y los malos, los decentes y los indecentes (como le gusta decir a Abadía) acaben del mismo modo y aquí nadie paga los platos rotos.
Además, elaboró una teoría que denominó “teoría del mínimo riesgo”, y que tiene un parecido muy grande a la famosa “apuesta” de Pascal. He aquí una presentación sintética de tal teoría.
Abadía se declara, inicialmente, partidario del mínimo riesgo, lo cual le lleva al esfuerzo por llegar a ser una buena persona. Luego añade estas reflexiones:
-Sospecha que muchos trabajan por ser buenas personas.
-También sospecha que muchos otros se esfuerzan por ser malas personas (muy malas personas, dice Abadía).
Ante esas dos reflexiones, constata que existen dos posturas:
a. Una, la de Stephen Hawking, para el cual tanto las computadoras (computadores, dice Abadía) que son buenas personas como las que son malas personas terminan todas igual: en la basura.
b. Otra, la de Leopoldo Abadía:
i. Niega que seamos computadoras (o computadores).
ii. Afirma que somos personas.
iii. Constata que unos son ovejas.
iv. Al mismo tiempo, constata que otros son cabritos.
Esta distinción llevaría a pensar que las ovejas (quienes buscaron ser buenas personas), tras su muerte recibirán la gratitud de familiares y amigos, pero terminarán en la basura, si Hawking tiene razón.
Si la razón está de la parte de Abadía, habrá Alguien que dé un premio a las ovejas cuando les llegue la muerte.
La situación de los cabritos (los que han trabajado para ser malas personas) sería la siguiente: morirán un día, serán aborrecidos por familiares y amigos (mientras no les olviden), y luego terminarán en la basura, si tiene razón Hawking.
En cambio, si Abadía tiene la razón, los cabritos serán aborrecidos tras su muerte por familiares y amigos, y después Alguien les pedirá cuentas.
En otras palabras, si no hay vida tras la muerte, todos terminarían de la misma manera, sea que hayan vivido bien o que hayan vivido mal, y poco importa lo que digan los demás sobre los buenos y sobre los malos cuando ya han fallecido.
En cambio, si hay vida tras la muerte, y existe un Dios que sea Juez justo, la suerte de los buenos y de los malos será radicalmente diferente.
Leopoldo Abadía cierra sus reflexiones con una sencilla confesión: se esfuerza por no busca ser cabrito, pues entonces arriesgaría mucho, al mismo tiempo que busca vivir como oveja, por si Hawking se hubiera equivocado.
Estaría claro, entonces, que si Abadía se hubiera equivocado, no pasa nada. Si, en cambio, se hubiera equivocado Hawking, pasarían muchas cosas, y lo mejor es no jugar a la ruleta rusa…
El argumento puede convencer o no convencer, pero pone en claro una idea que llevamos todos en lo más íntimo del corazón: la justicia ha de tener la última palabra, y una palabra que ponga las cosas en su sitio.
Eso solamente puede ocurrir si existe una vida tras la muerte, y si tras la muerte se produce un encuentro con ese Dios que conoce lo que hay en los corazones de cada uno y que separará, como Juez justo, a las ovejas de los cabritos (cf. Mt 25,31-46).
(Las ideas aquí sintetizadas proceden de la siguiente obra: L. Abadía, Yo de mayor quiero ser joven, Espasa, Madrid 2016, capítulo 22; se puede encontrar como artículo completo en algunas páginas de interés con el título “Mi teoría del mínimo riesgo”).
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