Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

El pasado lunes 8 de abril pudimos contemplar un Eclipse Total de Sol. Observamos este fenómeno cósmico con admiración y los astrónomos con particular interés científico. Otra cosa sucedía a los antiguos. Nos relata Sahagún: “Cuando la luna se eclipsa parece casi toda oscura… y luego se ennegrece la tierra; cuando esto sucede las preñadas temían de abortar; tomábales gran temor, que lo que tenían en el cuerpo se había de volver ratón… o que los niños saliesen sin bezos (labios) o sin narices, o boquituertos, o bizcos, o que naciesen monstruos” (Libro VI,2). De estas supersticiones, y de otras peores que todavía perduran, nos libró el Nuevo Sol de justicia y de verdad, Jesucristo.

En mayo conmemoramos un acontecimiento singular: los 500 años de la llegada de Los Doce Misioneros Franciscanos a las playas de la Vera-Cruz. Un áspero sayal sobre sus hombros, unas desgastadas sandalias en los pies, el libro de los Evangelios y el Crucifijo entre sus manos y, sobre todo, un corazón palpitante de amor humano y cristiano, venían a ofrecer estos hijos de San Francisco. Los misioneros descubrirían un mundo cuajado de misterios y contradicciones, y a los nativos se les volverían estropajo las entendederas para conciliar la humilde sandalia franciscana con la arrogante bota militar. Fue un encuentro colosal entre dos cosmovisiones, que en 500 años no hemos sabido asimilar. Desterrar el terror que infundía el mundo astral y su inframundo, y envolverlo el amor cariñoso de una Madre, era tarea, más que humana, divina. Y eso fue, y es, Guadalupe.

La cosmovisión nahua dependía del adagio que recoge Sahagún: Lo que es tornará a ser, y lo que fue otra vez será. Y lo comenta: “Esta proposición quiere decir: las cosas que fueron tornarán a ser como fueron los tiempos pasados, y las cosas que son ahora serán otra vez; de manera que, según este error los que ahora viven tornarán a vivir, y como está ahora el mundo, tornará a ser de la misma manera, lo cual es falsísimo y heretisísimo”. (Libro VI, 80). Esta es la ley del eterno retorno, de la concepción cíclica de la historia, y de la negación de todo progreso. Es como el asno de noria, que camina, pero no avanza, o como el Uroboros, la serpiente que se muerde la cola: es retornar siempre al punto de partida. Esta fue, y es todavía, la concepción mítica de las religiones paganas, con las cuales se enfrentó el cristianismo, abriendo así la puerta al futuro, al progreso y a la esperanza. El cristianismo libró a Sísifo de subir la piedra y a Prometeo del buitre que le devoraba las entrañas. El cristianismo es prospectivo y escribe la historia mirando el futuro.

En breve: para la cosmogonía de los nahuas cada noche la Luna, con su ejército de Estrellas, atacaba al Sol y, en descomunal batalla, éste lograba sobrevivir. Cualquier noche podía ser la última y el terror mortal era cotidiano. Un eclipse era el peligro mayor para el Sol, pues la lucha sucedía en su terreno, a pleno día. El Sol, una vez vencido, provocaría el ocaso de la cultura reinante. El único remedio era alimentarlo con lo mejor del hombre, su corazón, su sangre, para que así pudiera salir vencedor de su batalla cósmica. Este fatalismo, todavía reinante entre nosotros, es el que nos impide el progreso integral y la esperanza cristiana. El Hecho Guadalupano, o sea: Santa María de Guadalupe, la Madre del Dios por quien se vive, su hijo Juan Diego, el Tío Bernardino, el Pueblo en procesión encabezada por el Obispo, y el narrador nahuatlato Valeriano, el NIcan mopohua, son la antítesis y el remedio “afable y bondadoso, como de quien atrae y estima mucho”, para la liberación de nuestra Patria.

(NB: vea, por favor, “Hacia un Manual de Temas Guadalupanos”, del P. Prisciliano Hernández, CORC, obra indispensable).

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de junio de 2024 No. 1509

Por favor, síguenos y comparte: