Este es el título del libro del D. Enrique Cases, sacerdote y profesor de Teología en la Universidad de Navarra, que se encuentra disponible en de manera gratuita en su versión en línea. En sus páginas resalta cómo los apóstoles fueron hombres como los demás, pero con una vocación divina muy especial: ser las columnas del nuevo Pueblo de Dios inaugurado por Jesucristo.

Simón Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, también llamado Judas de Santiago, Simón y Judas Iscariote. Estos son sus nombres. La vida de cada uno de ellos se cruzó de tal manera con la de Jesús que discurre plenamente en torno a la llamada que recibieron del Maestro.

A continuación, presentamos algunos fragmentos para disfrutar en vacaciones y sean el inicio para leer en línea el material completo:

CAPÍTULO PRIMERO: LA VOCACIÓN ES UNA LLAMADA DIVINA

La vocación de los apóstoles se remonta a las alturas de la eternidad. La Santísima Trinidad quiere llamar precisamente a esos hombres, y no a otros. La vocación es una iniciativa divina. Es una llamada de amor, porque Dios es Amor; es una llamada sabia porque Dios es Sabiduría, es eterna, anterior a todo mérito, pues precede a la misma existencia del tiempo, se manifiesta cuando Dios quiere.

La elección realizada por Jesús no se basa en los talentos de aquellos hombres cuando son elegidos, sino que es un acto gratuito, libre y amoroso, divino. La Iglesia es la reunión de los llamados a la santidad. Era muy conveniente que los primeros tuviesen clara constancia de que se trataba de una elección divina, y no de algo humano, fruto de sus aficiones religiosas. La Iglesia se construía sobre la humildad humana y la libertad de predilección del amor divino formando una armonía ideal para salvar a los hombres.

CAPÍTULO SEGUNDO: LA FORMACIÓN DE LOS APÓSTOLES.

La formación de los Apóstoles se dio en condiciones óptimas. Los discípulos estaban ávidos de aprender lo que Jesús les enseñase. Su buena voluntad era de tal calibre que dejan todo para escuchar a Jesús. Buenos discípulos, pero mejor Maestro. La coherencia de Jesús es total y sin fisuras, posee la Verdad de un modo pleno: Él mismo es la Verdad. Sin embargo, a pesar de que todo iba a favor, no era fácil esa educación.

¿Cómo fue esta formación? Los apóstoles convivirán con Jesús, aprenderán directamente en las fuentes, escucharán, pero, sobre todo, verán y vivirán; no será la suya una educación exclusivamente teórica, sino que la doctrina debe hacerse vida poco a poco en sus conductas. Deben recibir la doctrina y asimilarla de un modo vital, y así, después podrán ser enviados a todo el mundo con la base suficiente para ser fieles transmisores de una misión divina. Jesús realiza en ellos una educación de filigrana, en todos y en cada uno.

Jesús es el Maestro perfecto puesto que es Dios y hombre verdadero. Además de Maestro es el Modelo, pues como perfecto hombre encarna la meta hacia la cual deben dirigirse. Es el Modelo y el modelador. Conoce la capacidad humana y sus limitaciones, y al mismo tiempo sabe mejor que nadie las secuelas del pecado original en la inteligencia, la voluntad, las pasiones y la sensibilidad humanas. Conoce también la influencia de las ideas y las costumbres de su tiempo. No se puede pedir más a ningún maestro humano.

CAPÍTULO TERCERO: PEDRO

Pescador y príncipe de los apóstoles, primer papa y piedra sobre la cual se edifica la Iglesia. Éste es Pedro. Esta variedad de funciones lleva a que nos preguntemos cómo era este hombre al que encargaron responsabilidades tan abrumadoras. Los evangelios lo pintan muy bien, muy real, no como ejemplo de perfección, sino como una intensa paradoja humana de atractivas virtudes y de grandes limitaciones que le confieren un perfil singular.

Antes de conocer a Cristo, había sido —probablemente— discípulo del Bautista, como su hermano Andrés. Fue éste quien le condujo a Jesús. Asiste al primer milagro de Jesús en las bodas de Caná. En Cafarnaúm, mientras ejercitaba su oficio de pescador, escucha las enseñanzas y presencia los milagros del Señor hasta recibir la llamada a seguirle como discípulos dejándolo todo.

Antes del Sermón del Monte es elegido como uno de los Doce. En todas las listas del nuevo Testamento aparece el primero. Junto a Santiago y Juan forma parte del grupo de los más íntimos del Señor, los únicos testigos de la resurrección de la hija de Jairo, de la Transfiguración del Señor, y de su agonía en el Huerto de los Olivos.

CAPÍTULO CUARTO: JUAN

Juan es uno de los apóstoles que más intimidad tuvo con Jesús, designándose a sí mismo como el “discípulo que el Señor amaba”; durante la última Cena aparecen claras muestras de predilección de Jesús por Juan, apoyó la cabeza en el pecho del Señor y fue el único de los Doce presentes al pie de la Cruz de Jesús, experimentando el doloroso consuelo de ser fiel hasta la muerte del Maestro.

Juan es el primero entre los Apóstoles que conoció a Jesús en la tierra y el último en ser llamado a la casa del Padre en el cielo. Conoció a Jesús en su primera juventud y murió anciano. Vivió como cristiano unos setenta años, tiempo que contrasta con los nueve de su hermano Santiago que murió mártir el año 42.

Este parece ser el sino del apóstol: llegar el primero y dejar el paso a otros.

Su primer encuentro con Jesús se produce a iniciativa suya y de Andrés. Siguen al Señor. Éste les deja quedarse. Y ahí empezó todo. Ambos hablan con sus hermanos respectivos e incorporan al grupo a Simón hermano de Andrés y a Santiago hermano de Juan. Llegan y dejan el paso.

Uno de los hechos más notables en Juan es haber escrito uno de los cuatro Evangelios, el Apocalipsis y tres cartas. El Espíritu Santo lo consideró apto para inspirarle palabras divinas con estilos muy variados como es el biográfico, el profético y el epistolar.

CAPITULO QUINTO: LOS DOS SANTIAGOS

Dos son los apóstoles que llevan el nombre de Santiago. Se les suele diferenciar por el sobrenombre de Mayor y Menor, pero no siempre se pueden distinguir bien sus actividades. En castellano se les nombra Santiago como una contracción de San Jacobo. Quizá se ha realizado este cambio por la popularidad de Santiago el Mayor al cual se le atribuye una buena parte de la primera evangelización de la Hispania romana. Sus restos se veneran en la ciudad que lleva su nombre en Galicia, y constituyen una de las raíces de la Europa cristiana por las numerosísimas peregrinaciones para venerar sus reliquias. Los caminos a Santiago fueron auténticas arterias de comunicación religiosa y cultural en casi todo el continente.

SANTIAGO EL MAYOR

Su vida fue intensa. Vivió mucho en poco tiempo. Sigue a Jesús desde el primer momento ante la llamada de su hermano Juan. Al cabo de doce años muere en Jerusalén víctima de la crueldad de Herodes.

SANTIAGO EL MENOR, EL HERMANO DE JESÚS

El segundo Santiago es tan discreto que su persona llega a confundirse con el otro Santiago: se le llama el hijo de Alfeo, el hermano del Señor, el hijo de María la mujer de Cleofás. Jesús y Santiago el Menor eran primos hermanos por parte de padre según el modo actual de nombrarse los familiares; en aquella época y lugar se llaman hermanos a los parientes de distintos grados. Hoy también es frecuente este uso en muchas culturas.

CAPITULO SEXTO: JUDAS ISCARIOTE

Este apóstol tenía el nombre heroico de Judas Macabeo -uno de los grandes héroes del pueblo judío-, pero puede ser considerado casi como el modelo más contrario al héroe. Uno de los cabezas de las doce tribus de Israel también lleva ese nombre; parece como si nombrar Judas anunciase grandes hazañas, pero su infidelidad truncó las esperanzas puestas en su persona.

ES UN DEMONIO

Jesús hizo una fuerte declaración sobre Judas al decir que era un demonio. Fue así: “¿No os he elegido yo a los doce? sin embargo uno de vosotros es un diablo”421. Juan señala a quien se refería: “Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, pues éste, aun siendo uno de los doce, era el que le iba a entregar”.

CAPÍTULO SÉPTIMO: JUDAS TADEO

Es natural que este apóstol sea llamado con un doble nombre, e incluso, en ocasiones, sólo con el sobrenombre, pues el gran nombre del Patriarca Judá, o de Judas el valiente Macabeo, había sido manchado por el traidor Iscariote. Si ya la duplicidad lleva a buscar una manera de diferenciar a los dos Judas, la confusión de un santo con un mal hombre hace que la diferencia sea una necesidad. No es extraño hoy día que la palabra Judas equivalga entre los cristianos a señalar la peor traición, la de un amigo a otro amigo. Sin embargo, conviene recordar el significado de la palabra “Judas”: “alabado del Señor”. En Judas Tadeo es real esta alabanza por su fuerte fidelidad, más luminosa si se compara con la de su homónimo.

Judas Tadeo es uno de los pocos apóstoles escritores. Con su hermano Santiago, con Juan, Pedro y Mateo forman el quinteto de los apóstoles que se decidieron a añadir la letra a la palabra, aunque nuestro apóstol lo hiciera con notable brevedad.

CAPÍTULO OCTAVO: ANDRÉS

La Tradición, al igual que el Evangelio, es parca en datos sobre este apóstol que algunos llaman el “protoapóstol”, o “primer apóstol”, anteponiéndole al mismo Juan. Según Eusebio de Cesarea, en el reparto del mundo para su evangelización, le habría correspondido la Escitia o sur de la Rusia actual, donde, sin embargo, no se han encontrado restos de cristianismo antes del siglo III. San Jerónimo afirma que su actividad apostólica se realizó en Tracia, Macedonia y Grecia, así como en las colonias griegas en torno al mar Negro —en una de ella se encuentra una piedra blanca o cátedra desde donde predicaba—. Otros testimonios trazan el itinerario geográfico de su apostolado desde Jerusalén a Grecia, haciéndole pasar por las regiones cercanas al Mar Negro.

No escribió ningún evangelio o carta, ni interviene mucho en los relatos evangélicos, es más, sus intervenciones son breves e incidentales; eso sí, muy eficaces. Podemos decir que una de las virtudes características de Andrés es la discreción.

CAPÍTULO NOVENO: FELIPE

Al igual que la mayoría de los apóstoles poco se conoce con certeza sobre su vida con posteridad a Pentecostés.

A nosotros nos interesa aquí meditar los datos que nos proporcionan los evangelios, y sobre ellos nos vamos a detener. El carácter de este apóstol es lo primero que se advierte y lo muestra como un hombre de amistades. Todos los datos sobre él nos hablan de espontaneidad, facilidad para decir lo que piensa y poseer muchas relaciones con gentes muy diversas. Ya su mismo nombre claramente griego nos habla de su falta de prejuicio sobre extranjería en el ambiente nacionalista israelita. El hecho de ser tomado como intermediario para comunicarse con Jesús por los griegos, su prontitud para comunicar a su amigo Bartolomé el encuentro con el Señor, nos hablan de capacidad para la amistad.

CAPÍTULO DÉCIMO: BARTOLOMÉ O NATANAEL

Los datos de la tradición sobre su vida posterior a la que vivió con Jesús hasta la muerte son algo inciertos —como los de la mayoría—. Esto es lógico ya que vivieron en lugares donde la fe aún estaba en los comienzos; más aún si sabemos que acabaron la vida de modo violento. Bartolomé parece que evangelizó Arabia y sobre todo Armenia, quizá hizo un avance hacia Persia, e incluso se nombra la India, aunque parece menos probable.

CAPÍTULO UNDÉCIMO: LEVÍ O MATEO

El nombre de Mateo tiene un origen etimológico de gran belleza: Mattai que significa “Don de Dios”. No sabemos si era un nombre que ya tenía -hemos visto lo frecuente que era en aquel tiempo tener varios nombres- o bien lo adoptó con libertad, bien consciente de lo que era su vida a partir de entonces.

Leví habla poco en los evangelios, pero escribió uno de ellos. Este hecho muestra algo su talante observador y reservado. Un hombre impetuoso, como lo era la mayoría de los apóstoles, habla al hilo de los acontecimientos; sus palabras suelen ser como una reacción dialogante. Pero un hombre observador medita más sus palabras, conserva lo que más le impresiona, lo graba en su memoria, o en sus apuntes, para reflexionarlo a solas, o escribirlo.

CAPÍTULO DUODÉCIMO: TOMÁS

Es un apóstol especialmente simpático. Algún autor al hablar de él lo muestra como melancólico, pero los pocos datos que nos brindan los evangelios más bien nos revelan una personalidad muy humana y llena de franqueza.

Sus silencios tienen algo de agradable, pues no habla cuando no tiene nada que decir, pero cuando habla sus palabras son de una intensidad que no puede dejar indiferente a nadie. Los pocos datos que tenemos nos dejan ver a un hombre duro y fuerte, sencillo y franco, fiel, que hasta en sus errores deja entrever su nobleza.

CAPÍTULO TRIGÉSIMO: SIMÓN EL CELOTES.

Poco sabemos de este apóstol. Pero poco, no quiere decir nada. En la lista de los Doce se le coloca en el último lugar. Y una palabra, si es expresiva, puede llegar a decir mucho más que ciento. La palabra celotes lo es, y mucho. Simón era un “celotes”, aunque también se le llama “cananeo”.

Mucho tuvo que cambiar Simón para adaptarse a la vida que enseñaba y vivía Jesús. Pero lo hizo. Algunos llegan a decir, que es el que más tuvo que cambiar, pero esta opinión parece algo imaginativa y sin fundamento. El cambio abarcaba desde lo político —Jesús no se define en las banderías humanas, pasando por lo religioso –las críticas del Señor a los fariseos son más aplicables aún a los celotes— y en lo personal —superando el fanatismo—.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 23 de junio de 2024 No. 1511

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