Por Jaime Septién

José Gregorio, como le conocen cariñosamente sus muchos devotos, según sus biógrafos, destacó por sus aportaciones al desarrollo de la medicina moderna en Venezuela, la generosidad con la que atendió a pacientes de bajos recursos y su fe religiosa.

Nacido en la pequeña localidad de Isnotú, en el estado Trujillo, en el centro-oeste de Venezuela, en 1864, pronto destacó en los estudios y fue enviado a Caracas, donde se graduó en Medicina con excelentes calificaciones en la Universidad Central (UCV).

Completados sus estudios, prefirió regresar a su pueblo natal para atender allí a sus pacientes. Hernández obtuvo una beca para completar sus estudios en París, entonces a la vanguardia de la ciencia médica. Allí conoció avances que llevaría a su país.

El doctor Hernández destacó como docente e investigador, pero lo que le hizo ganar fama entre los sectores populares fue su labor en la consulta, ya que atendía gratuitamente a los enfermos pobres.

Se le atribuye haber introducido el microscopio y haber sentado las bases de la bacteriología y otros campos científicos hasta entonces apenas desarrollados en Venezuela.

El doctor Hernández era también un ferviente católico y en dos ocasiones intentó entrar a la vida monacal. Ya asentado en Venezuela desarrolló una amplia labor clínica e investigadora, e incluso completó un tratado de filosofía.

El 29 de junio de 1919 murió atropellado en una céntrica calle de Caracas por uno de los pocos automóviles que circulaban por Venezuela en aquel entonces.

Para saber más:

José Gregorio Hernández

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de octubre de 2024 No. 1529

 


 

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