Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

Mariposas, columpios, ternura, caramelos, perritos de peluche y de carne, ojillos de inocencia: he aquí la imagen idealizada del jardín de las delicias, el trocito que quedó del paraíso perdido, los niños. Pero echamos un vistazo a la vida y a los informes de los conocedores, y nos topamos con un mapa sombrío de la situación actual del niño en el mundo.

La familia, la escuela, el trabajo y el barrio son los ambientes, los marcos fundamentales donde los niños se desenvuelven, no siempre con normalidad para su bien.

El niño proletario padece, desde luego, un techo pobre, una mesa falta de alimentación, la vivienda estrecha, la carencia de atención médica, si no es que también la irresponsabilidad de los padres y su impreparación como educadores, de donde surge la agresividad, los golpes, la falta de diálogo. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) asegura que actualmente mueren a diario 40 mil niños por desnutrición o por infección, como si estuviéramos en guerra permanente, en la permanente matanza de los inocentes. Herodes ha cambiado solamente de nombre.

El niño rico suele padecer la soledad, ya que la activa vida social y económica de los padres no permite ni la coincidencia física en casa, ni la convivencia afectiva; el niño crece entre unos padres sustitutos que se llaman la pilmama, el perro, el amigo y el televisor. Ya no hablemos del fenómeno creciente de los niños que viven fuera del hogar, adoptados, prestados, huérfanos, vendidos, huidos de casa o habitantes de la calle.

Problema agudísimo es el trabajo clandestino de los niños, donde son explotados por bajos salarios, largas jornadas, falta de higiene y seguridad. Ni están físicamente desarrollados para el trabajo, ni técnicamente capacitados para evitar accidentes. La temprana incorporación al mundo laboral, por la situación de pobreza de la familia, los retrae de la escuela y de sus naturales relaciones con amigos de su edad, según los empuja a la rivalidad y a la contaminación inmoral de los adultos. La Oficina Internacional del Trabajo (OIT) ha censado a 52 millones de niños que trabajan en América Latina. Pero hasta en países desarrollados, se producen situaciones de ilegalidad y explotación en los niños que laboran.

En cuanto a la escuela, suman millones los niños tercermundistas que no acuden a la escuela o que la frecuentan solo por un tiempo. El año pasado, alrededor de 450 millones de niños de 7 a 14 años, no asistieron a las aulas, y los que pudieron estudiar lo hicieron no siempre en condiciones ideales: clases superpobladas, falta de material, programas que no toman en cuenta la vida real de los niños. Es impresionante la previsión de que el 60 por ciento de la población infantil asiática no irá a la escuela en el año 2000. En los países desarrollados, la enseñanza suele ser burocratizada y poco creativa, además del cansancio que añade el transporte escolar por las enormes y congestionadas distancias.

El barrio, la ciudad que habita el niño carece de espacios amplios para el deporte. Tampoco encuentra películas en el cine ni programas en la televisión que lo eduquen y diviertan, tan entremezcladas de violencia, sexo, importancia del dinero, culto a los ídolos de la pantalla. La ciudad es egoísta con sus niños al no encauzarles debidamente el tiempo libre. La ciudad moderna no está pensada para la infancia; carece de lugares para el juego, bibliotecas para la lectura, plazas donde encontrarse, calles sin peligro de tráfico.

El niño ocupa en la familia un lugar más de destinatario que de protagonista. En la escuela, suele ser objeto y no un sujeto. El mundo sigue pensado por los adultos y para los adultos, sin tener en cuenta a los niños, que es el grupo donde el número y la esperanza florecen.

* Artículo publicado en 1989 en El Sol de San Luis

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 13 de abril de 2025 No. 1553

 


 

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