Por P. Fernando Pascual

Ha sido dicho muchas veces: toda guerra necesita dinero para “funcionar”; sin dinero no puede durar mucho. Pero constatamos con pena cómo muchos gobiernos prefieren dar dinero para mantener las guerras que invertir para construir la paz.

Habrá quienes justifiquen que dan dinero porque defienden una causa justa, porque los malos son “los otros”, porque sigue en pie el consejo de los antiguos: si quieres la paz, prepara la guerra.

La realidad es que, con más dinero, las guerras duran más meses, incluso más años, lo cual provoca miles de muertos, heridos e inválidos, viudas y huérfanos, daños enormes a las casas, a los campos, a los corazones.

Sorprende, además, que algunos gobiernos inviertan millones y millones en armas sin consultar mínimamente a la gente de sus respectivos Estados. Parece que el dinero que falta para hospitales, para infraestructuras, para educación, aparece rápidamente cuando se trata de comprar armas que luego son enviadas con rapidez a las zonas en conflicto.

Es cierto que todo agresor injusto debe ser detenido. Es cierto que existe el derecho a la legítima defensa. Es cierto que hay que ayudar a los débiles contra los fuertes.

Pero la inversión de miles de millones en armas que luego mantienen por largos meses guerras absurdas (todas las guerras son absurdas, al menos si miramos a los agresores), ¿no se podría invertir en la búsqueda de la paz y en la promoción de la justicia?

Mientras el dinero fluye con sorprendente agilidad para comprar y enviar armas, en el frente jóvenes y adultos se matan bajo la lógica absurda de lo que mandan gobernantes sin escrúpulos, y lo que deciden quienes prefieren mantener en pie guerras siempre injustas.

El mundo tiene hambre de paz. El dinero para las armas usadas en la guerra crea daños infinitos y heridas que durarán por décadas.

Siguen siendo válidas las palabras dirigidas por Pío XII cuando estaba a punto de iniciar otra terrible y absurda guerra, que hoy conocemos como Segunda Guerra Mundial:

“Es con la fuerza de la razón, no con la de las armas, que la Justicia se hace camino. Los imperios no fundados sobre la justicia no son bendecidos por Dios. La política emancipada de la moral traiciona a aquellos mismos que así la quieren. Nada se pierde con la paz todo puede perderse con la guerra. Vuelvan los hombres a comprenderse, vuelvan a tratar. Tratando con buena voluntad y con respeto de los recíprocos derechos se darán cuenta de que a las sinceras y efectivas negociaciones no les es jamás negado un honorable éxito” (Pío XII, 24 de agosto de 1939).

 


Imagen de Pete Linforth en Pixabay

Por favor, síguenos y comparte: