Jesucristo ha muerto por todos, pero nunca debemos olvidar que para personalizar sus méritos debemos poner los medios que Él nos alcanzó. Entre estos medios, el más importante para poder entrar en la Iglesia de Jesús, tenemos el sacramento del Bautismo y la reconciliación (confesión).

Por José Ignacio Alemany Grau, obispo Redentorista

Reflexión homilética 6 de abril de 2025

Isaías

El profeta recuerda al pueblo de Israel el pasado maravilloso cuando Dios lo liberó de la esclavitud de Egipto y, encontrando la libertad a través del desierto, llegaron a la tierra prometida.

Estos momentos de «la memoria de Israel» nos hablan de la necesidad que tenemos todos los pueblos para recordar los grandes momentos de nuestra historia, no con imaginación y mentira, sino según la verdad histórica.

De esta manera, Israel se gozará siempre en la salida de Egipto como un regalo que Dios les hizo para que pudieran llegar a la tierra prometida.

Salmo 125

El salmista reconoce la grandeza y predilección de Dios para con el pueblo de Israel. Quizá todo se resume en estas palabras de la respuesta:

«El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres».

En el resto del salmo, nos cuenta el salmista, el paso del pueblo de Dios de la opresión y persecución en tierra extranjera al regreso cantando, trayendo la felicidad de las gavillas maduras.

San Pablo

El apóstol, en su carta a los filipenses, nos cuenta su conversión para pasar del Antiguo Testamento a la experiencia personal con Jesús, hasta tal punto que llega a decir:
«Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor».

Pablo reconoce que no ha llegado a la perfección y que toda la vida seguirá corriendo a ver si la obtiene, pues, está seguro de que Jesús obtuvo la misericordia para él personalmente y nos propone su propio camino para hacerlo nuestro:

«Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante, corro hacia la meta para ganar el premio al que Dios, desde arriba, llama en Cristo Jesús».

Versículo antes del Evangelio

Escuchemos y meditemos el oráculo del profeta Joel que nos dice:

«Convertíos a mí de todo corazón porque soy compasivo y misericordioso».

Esto lo va a demostrar sobre todo el Evangelio de la acogida de Jesús a la gran pecadora.

Evangelio

Jesús se presenta en el templo y todos acudían a Él para escuchar sus enseñanzas.

En uno de estos momentos, los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio. La colocan en medio y le dicen:

«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?».

Había mucha maldad en aquellos corazones que lo que buscaban era motivos para condenar a Jesús. Como insisten en la pregunta, Jesús los mira, uno por uno, y añade:

«El que esté sin pecado que le tire la primera piedra».

Y como desentendiéndose del todo, escribía en la arena.

Viéndolo inclinado sobre el suelo, «se fueron escabullendo, uno a uno, empezando por los más viejos».

Jesús, al ver que todos se van, pregunta a la mujer:

«Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado?».

La mujer, avergonzada, contestó:

«Ninguno, Señor».

La misericordia de Jesús no pudo ser más grande para con esta pecadora:

«Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más».

Así es de maravillosa la misericordia. Siempre perdona, sí, pero advierte que es preciso esforzarse para no volver a caer en el pecado.

 


 

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