Por Jaime Septién
Al enterarse de la noticia, mi hija Mayte lloró. Luego escribió una nota para sus contactos: “Mi corazón está roto”. El de ella y el de muchos millones de seres humanos. Los que amamos a Francisco somos legión. Y lo seguiremos amando cuando las diversas capas del recuerdo se desvanezcan.
Destaco tres aspectos de la chamba que nos deja Francisco: misericordia, misión y ausencia de juicios. La misericordia nos vuelve cristianos, la misión nos vuelve osados anunciantes del Evangelio en las periferias y el no enjuiciar a los demás nos vuelve hermanos. Aunque hay una palabra mayor: sinodalidad. Difícil de comprender. Significa que en la Iglesia cabemos todos. Y que, para discernir, primero tenemos que escuchar. Escuchar al otro, al diferente, al necesitado, al pobre material y al pobre espiritual.
La reforma de Francisco pasa por la reforma del lenguaje. Comprendió que el mundo actual necesita una Iglesia viva. No una Iglesia encumbrada o rebajada, sino a nivel. Su “Iglesia en salida” califica para todos sus miembros, laicos y sacerdotes, hombres y mujeres, obispos y sacristanes. Salir de la zona de confort. Exponerse. Seguir la huella maravillosa de Jesús. Él habló en parábolas. Hoy necesitamos hablar con el testimonio. Y con un lenguaje que esplenda la belleza de la fe, no la oscura necedad de nuestros fantasmas.
También escribo estas líneas con el corazón roto. Y eso es bueno. Seguro lo quería así el Papa. Que supiéramos a cabalidad que el que se arriesga a ser discípulo y misionero también se arriesga (¡y de qué manera!) a la incomprensión, al desdén, al insulto. A un corazón quebrado, humilde, Dios no lo desdeña. Es el principio de toda conversión. Es el camino que siembra esperanza: la palabra predilecta de Francisco.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de abril de 2025 No. 1555