Por Rubicela Muñiz

Desde Roma, el fotoperiodista español Daniel Ibáñez comparte con El Observador de la Actualidad la experiencia de haber sido testigo de viajes, audiencias, catequesis, visitas de estado y todas aquellas actividades que el Papa Francisco tenía en su agenda. Siempre le había tocado guardar distancia, a la par de sus compañeros, pero un día tuvo la fortuna, junto con su esposa, de ser invitado especial del santo padre. Un momento que lo marcó para siempre.

Tras la muerte del pontífice, Daniel valora su profesión, su sensibilidad, los instantes… y se pregunta si está sirviendo de manera correcta, tal como el Papa siempre sugirió.  

-Daniel, tuviste la fortuna de capturar al Papa Francisco en diferentes momentos, ¿qué aprendiste de él, de sus expresiones, gestos y movimientos?

Su forma de comunicar era única. No hablaba solo con palabras, sino también con la mirada, con las manos, y con el tiempo que dedicaba a cada persona. Aprendí a mirar más despacio, a observar no solo el instante solemne del gesto, sino también los pequeños detalles. Fotográficamente, me enseñó a buscar lo invisible, lo difícil de capturar.

En el 2021 la Casa Pontificia les llamó, a ti y a tu esposa, para invitarlos a un encuentro privado con el Papa Francisco, cuéntanos cómo fue y qué les dejó esta experiencia.

Fue un gran regalo. Era el 12 de agosto de 2021 y llevábamos apenas un mes y medio casados. Estábamos los tres en una habitación pequeña, sin protocolo, sin cámaras. Fue un encuentro profundamente humano. Acababa de salir del hospital, y en aquella calurosa mañana de agosto romano, fuimos nosotros quienes “visitamos al enfermo”. Lo sentí como un abuelo y, sobre todo, como alguien muy cercano.

Esto ocurrió porque yo le había dejado una invitación de mi boda donde le pedía que rezara por nosotros y, tres meses antes de casarnos, recibimos la llamada de la Casa Pontificia.

-¿Cómo fue la experiencia de viajar por primera vez en el avión papal a la JMJ de Lisboa 2023?

Fue como entrar en la historia desde dentro. Compartir ese momento inesperado me ayudó a entender que ser periodista —y más aún fotógrafo— en estos contextos no es solo informar: es custodiar la memoria y ayudar a otros a ver, desde cualquier lugar del mundo, a través de la imagen. Poder palpar con la mano esos instantes ha sido una experiencia inolvidable.

-¿Qué tarea te deja el Papa Francisco en tu profesión o en tu persona?

Me deja una enorme responsabilidad: la de no fotografiar para mí, sino para los demás. Fotografiar con la compasión y la pasión del primer día. También me deja el desafío de no dejarme endurecer, de mantener viva la ternura en la mirada, aun cuando el trabajo sea exigente y el contexto hostil. Como cristiano, me deja una pregunta que me acompañará toda la vida: ¿A quién sirves con tu vida?

-¿Cuál es el ambiente que se vive en Roma tras su muerte?

Roma está en pausa. Las campanas sonaron con más solemnidad la mañana del primer lunes de Pascua. Se perciben dos ciudades: una Roma del turismo, del bullicio inevitable… y otra Roma del silencio y del recogimiento. Es una tristeza serena, compartida.

-¿Cuál fue la última fotografía que le tomaste?

Fue durante la bendición Urbi et Orbi del Domingo de Pascua. Estaba en su silla de ruedas, con la mirada fija, como si supiera que estaba despidiéndose. La tomé sin saber que sería la última.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de abril de 2025 No. 1555

 


 

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