Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.
Una pérdida muy grande, sí,
pero también un legado enorme
que ahora debemos administrar…
Isabel Salmerón
Usa de epígrafe esta columna lo que me acaba de comentar una respetable señora respecto al ‘testamento vital’ del apenas fallecido Papa Francisco. Así calificábamos ambos lo que en otros observadores viene a ser la opción que hizo suya el Santo Padre a no permitir que las recomendaciones de reposo absoluto sugeridas por el equipo sanitario que se dedicó a su servicio a partir de su confinamiento hospitalario en un lapso tan largo, decimos por acá, hizo posible, a añadió también doña Isabel, y eso sí es sólo de su cosecha y lo resalto, que “[el] Papa quiso morir como los médicos predijeron, en su casa”.
El Papa de los ‘descartados’
El primer jesuita y además americano en usar el anillo del Pescador para un legado doctrinal conciso y programático (tres cartas encíclicas: Lumen fidei, Laudato si’ y Fratelli tutti y una exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia) será recordado igualmente como el Papa de los migrantes, de los desterrados de su patria, de las víctimas de la injusticia social y de la malversación de los recursos humanos por excelencia: el cuidado de la Creación, la fraternidad universal y la sinodalidad, palabra esta última que en su magisterio hizo las veces de abrelatas para una institución cuajada en el inmovilismo burocrático desde sus estructuras internas: el clericalismo.
El Papa del Tercer Milenio
Imposible, en su caso, no asociarlo al tiempo y al lugar en el que vino al mundo, él mismo hijo de migrantes de una empobrecida Italia y en pos del sueño americano, avecindados en la capital porteña, la más europea del Nuevo Mundo, casi al filo de la Segunda Guerra mundial, de la que ya tuvo noticias desde su más tierna infancia, es decir, de los tres a los nueve de su vida. Y también de los ajustes por los que pasó la república Argentina, con líderes tan carismáticos como populistas, que siguen llevando el control de una soberanía tan extensa en términos geográficos como azarosa en la conducción de su destino.
El Papa “negro”
Tal y como los “vaticanistas” de ayer calificaron al Superior General de la Compañía de Jesús por el uniforme que portan los hijos de San Ignacio de Loyola, la sotana y la banda clericales, negra en su origen, a Jorge Mario Bergoglio, que antes de ser electo obispo de Roma ciño la mitra de Buenos Aires y el capelo cardenalicio, luego de pasar por todos los grados de la Compañía de Jesús en su patria, el haberle elegido, con tantos años a cuestas y en el marco en el que sobrevino la insólita renuncia de su antecesor inmediato, Benedicto XVI nos llevó de sorpresa en sorpresa, desde el nombre que eligió por vez primera en ese ámbito, como por la petición que hizo desde su primera aparición pública: “Recen por mí”
Jesuita, sí, pero también un gestor que ni evitó los “baños de pueblo” ni se dejó cautivar por ellos, antes bien, los usó para deambular a los más espinosos recodos de la geografía política –incluyendo la de la Santa Sede– para tocar la llaga cuando ello fue indispensable y valerse de su altísima investidura para tomar medidas disciplinares inéditas y escandalosas, como lo fue el caso del episcopado chileno, al que pidió su renuncia en pleno en el marco del caso que destapó el haber solapado la mala conducta del clérigo Fernando Karadima.
Muy reciente está aún un balance ni siquiera sumario del que acaba de dejarnos, pero sí un augurio bueno para su enorme legado, que aquí concentramos en tres aspectos: el cuidado de la casa común, la fraternidad universal y la sinodalidad.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de abril de 2025 No. 1555