Por P. Fernando Pascual
Escribir una historia universal implica un reto enorme. ¿Qué incluir? ¿Qué dejar a un lado?
Al leer una importante historia universal, llena de análisis no solo de hechos sino de tendencias históricas, sorprende constatar un extraño silencio ante el tema del aborto.
Esa historia universal narra los cambios en la agricultura, los descubrimientos demográficos, los cambios en la industria, las mejoras en la medicina, los desastres de guerras interminables, los viajes espaciales.
Al hablar de importantes transformaciones en los estilos de vida, dedica varios momentos a subrayar lo que ha significado para el mundo, a partir de la segunda mitad del siglo XX, la difusión casi universal de la píldora anticonceptiva.
Pero esa historia universal, escrita por un importante estudioso, guarda un silencio extraño sobre la legalización y la difusión del aborto en zonas muy amplias del planeta.
Ese estudioso había dedicado comentarios incisivos y valientes para denunciar la esclavitud, ese “comercio” humano movido por intereses económicos que degradaron a los verdugos al despreciar la dignidad de sus víctimas.
Sin embargo, el aborto, que mata cada año a millones de hijos, no ocupa unos párrafos, ni siquiera para señalar un hecho que ha modificado la vida de tantas personas, al mismo tiempo que ha desnaturalizado la vocación de muchos médicos.
¿Por qué ese silencio? ¿Era más importante hablar de las mejoras en los transportes aéreos y marítimos que aludir a ese fenómeno? ¿Era más relevante exaltar lo que significaba la llegada a la luna que identificar la terrible difusión del aborto?
No se trata de pedir a ese historiador que emita un juicio contra el aborto. Quizá sea partidario del mismo, pero sorprende el hecho de que no dedique ni un breve párrafo a señalar el hecho de la legalización y difusión de esa inmensa masacre de embriones y fetos humanos, de hijos en el seno de sus madres.
Lo que puede notarse ante lo que diga o deje de decir un historiador concreto, vale para tantas y tantas personas que miran hacia otro lado ante el aborto, como si no les interesara, como si fuese algo que no mereciera ni un mínimo de atención.
Mientras el silencio, a veces cómplice, intenta cubrir con un velo el fenómeno mundial del aborto, millones de mujeres, algunas bajo presiones terribles, eliminan la vida de sus hijos.
Cualquier persona de buena voluntad, también cualquier historiador que busque presentar hechos importantes (algunos trágicos e injustos) de la historia humana, necesita abrir los ojos y, al menos, reconocer las dimensiones de un drama que provoca la muerte de millones de hijos que podrían ser salvados si se ayudase a las madres necesitadas de asistencia y esperanza para llevar adelante su embarazo.