Por Maria Luisa Aspe Armella
Lo primero que cabe decir sobre la elección de León XIV al pontificado es que resultó, felizmente, contraria a todas las expectativas, a las quinielas y a los más concienzudos análisis politológicos. Estos no supieron ver que, para comprender esta elección, no bastaba con dominar las variables del más acá: era necesario dejar espacio también a las del más allá.
La manida frase “quien entra papa al cónclave, sale cardenal” volvió a cumplirse, y la contradicción a los vaticinios se mantuvo: fue elegido un religioso, agustino y, en cierto modo, latinoamericano. El cardenal Robert Francis Prevost, nacido en Estados Unidos, posee también la nacionalidad peruana, país en el que vivió y misionó durante largos periodos —de 1985 a 1999 y de 2014 a 2019—. Fue notable, en sus primeras palabras como pontífice, el saludo en español a su antigua y querida diócesis de Chiclayo, en el Perú.
Priorizar la comunidad de corazones y mentes
León XIV, miembro de la Orden de San Agustín, fue provincial de los agustinos en Chicago y dos veces prior general de la orden. El lema que eligió como obispo —y que ha mantenido como papa— procede de un sermón de san Agustín sobre el Salmo 127: In Illo uno, unum. Aunque los cristianos seamos muchos, en el único Cristo, somos uno. Todo un programa para el ecumenismo contemporáneo y para la anhelada unidad de la Iglesia. La búsqueda de Dios en la interioridad, la vida en comunidad, la fraternidad y el compartir son rasgos propios de la espiritualidad agustina. Priorizar la comunión de corazones y mentes, la contemplación y la acción apostólica son también señas de ese carisma.
Matemático y canonista, políglota y estudioso, el nuevo Papa está más que bien preparado para afrontar los retos que la Iglesia y el mundo contemporáneo le plantean. Convencido de la necesidad de dialogar y tender puentes entre culturas y posturas distantes, podrá echar mano de sus talentos formativos para acercarse a todos con sabiduría y apertura.
El hecho de que portara los ornamentos tradicionales del pontífice al saludar a los fieles por primera vez como Papa desde el balcón de San Pedro, pareció un guiño a los católicos tradicionalistas, preocupados por la escasa importancia que el Papa Francisco concedía a las formas y a la ritualidad tradicional. Conviene aclarar: no se trata de que el Papa León XIV discrepe de su antecesor, sino de convocar también a aquellos que, por estos motivos, se habían distanciado.
Justicia, dignidad, solidaridad
La elección del nombre León XIV tiene una fuerte carga simbólica. Remite a León XIII, el Papa que abrió el diálogo con la modernidad tras más de un siglo de cerrazón de la Iglesia frente al liberalismo y al Estado secular. León XIII, quien funda —por decirlo así— la doctrina social de la Iglesia expresó una profunda preocupación por la justicia en un mundo atravesado por la revolución industrial y el auge del imperialismo económico, que sumió a los obreros en condiciones de vida y laborales infrahumanas.
En Rerum Novarum, León XIII reconoce los derechos de los trabajadores, incluido el derecho a un salario justo y a formar sindicatos; condena tanto el socialismo radical como el capitalismo sin restricciones que instrumentaliza al obrero y su dignidad, y propone una visión cristiana del orden social, centrada en la justicia, la dignidad humana y la solidaridad.
En Uno de Cristo seamos uno
En un mundo complejo e injusto, como aquel de finales del siglo XIX, el nuevo Papa parece enviar un mensaje claro de continuidad: con León XIII y su doctrina social, con Francisco y su magisterio social. Su intención parece ser la de renovar el compromiso de la Iglesia con la justicia, los derechos de los más vulnerables y los problemas sociales contemporáneos, actualizando el pensamiento social católico ante los desafíos más urgentes, salvando la unidad de la Iglesia.
Como predicara San Agustín y como Robert Francis Prevost lleva impreso en su vida y en su lema de obispo y ahora de Papa: Aunque seamos muchos, en el único Cristo, seamos uno.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de mayo de 2025 No. 1558