Por Jesús Colina
Los 133 cardenales han elegido al nuevo papa con una misión muy concreta: preparar la barca de Pedro para cruzar el umbral del año 2033, fecha que marca simbólicamente el dos mil aniversario de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, según los cálculos erróneos del comienzo de nuestra era realizados por el monje Dionisio el Exiguo a principios del siglo VI. Este acontecimiento se conocerá como “Jubileo de la Redención”, y conmemorará los dos mil años de vida de la Iglesia, iniciados el día de Pentecostés.
La perspectiva de un aniversario tan simbólico suscitó una pregunta urgente entre los participantes en el cónclave vaticano: ¿Tendrá la Iglesia católica la credibilidad y el dinamismo necesarios para presentar a Jesucristo como Salvador para cada persona? ¿Será capaz la Iglesia, y especialmente su Sumo Pontífice, de proponer el Evangelio como el camino para encontrar la verdad y la felicidad que todo corazón anhela?
Vivimos una paradoja perturbadora. Por un lado, el número de bautizados en la Iglesia católica sigue creciendo. Según Worldometers.info, la humanidad ha superado recientemente los 8 mil millones de habitantes, de los cuales 2.600 millones son cristianos, según el Center for the Study of Global Christianity (CSGC). De ellos, casi 1.400 millones son católicos bautizados, constata el Anuario Estadístico de la Iglesia, publicado por el Vaticano. Según esta misma fuente, en su edición del año 2000, los católicos bautizados no eran más de 1.000 millones. Un aumento del 40% en poco más de dos décadas. Asistimos a un crecimiento numérico impresionante.
“La Iglesia arde”
Y sin embargo, Andrea Riccardi (Roma, 1950), uno de los laicos más influyentes de la Iglesia católica a nivel mundial –fundador en 1968 de la comunidad de San Egidio, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Roma III y reconocido experto en la Iglesia católica en la época moderna y contemporánea– cree que el futuro de la propia Iglesia está en peligro.
Riccardi ha escrito el libro La Iglesia arde: La crisis del cristianismo hoy: entre la agonía y el resurgimiento (editorial Arpa, 2022), en el que presenta el incendio de la catedral de Notre Dame de París, el 15 de abril de 2019, como símbolo de la Iglesia que arde en el mundo globalizado.
La situación de la Iglesia hoy es muy difícil. “¿Es una de las muchas crisis que ha vivido el cristianismo, o se trata de un declive definitivo?”, se preguntaba Riccardi.
La crisis de sentido del llamado “Occidente cristiano” no tiene precedentes. Por primera vez en la historia, hay países en los que los no creyentes, los agnósticos y los que no tienen afiliación religiosa representan una proporción mayor de la población que los que creen en una religión institucional. Encuestas y estudios demográficos recientes han mostrado un aumento significativo del número de personas que se identifican como no creyentes.
Sin embargo, una crisis no significa necesariamente el final. Puede ser una oportunidad para abrirse al futuro, sabiendo que el peor de los riesgos consiste en contentarse con sobrevivir, añorando un pasado mejor. La lucha más importante para la Iglesia en este momento, considera Riccardi, no es contra los enemigos externos, sino contra las divisiones internas. Estas traen indiferencia y descrédito.
Riccardi deja en su libro la palabra a Alexander Vladimirovich Men, sacerdote ortodoxo ruso soviético y víctima del KGB en 1990, quien escribió:
Sólo los miopes imaginan que el cristianismo ya ha sucedido, que tuvo lugar, digamos, en el siglo XIII, o en el IV, o en alguna otra época. Yo diría que el cristianismo no ha hecho más que dar sus primeros pasos vacilantes en la historia del género humano. Muchas palabras de Cristo nos resultan incomprensibles incluso ahora, porque todavía somos neandertales en espíritu y moral; porque la flecha de los Evangelios apunta a la eternidad; porque la historia del cristianismo no ha hecho más que empezar. Lo que ya ha sucedido, lo que ahora llamamos historia del cristianismo, son los primeros intentos medio torpes e infructuosos de hacerlo realidad.
Antes de recluirse en la Capilla Sixtina (ante el sobrecogedor fresco del Juicio Final de Miguel Ángel) para participar en la votación que eligió a León XIV, estas palabras seguramente rondaban en la mente y el corazón de muchos cardenales electores.
Pronto sus miradas, con sus sotanas rojo púrpura, símbolo de su voluntad de ser fieles al Papa y de defender a la Iglesia hasta la última gota de su sangre, es decir, hasta el martirio, se posaron en el arzobispo de Robert Francis Prevost. Aunque no habían tenido muchas oportunidades de encontrarse y conocerse, su figura se convirtió poco a poco en un símbolo de esperanza. Prestaban atención al brillo de su mirada y sobre todo a su sonrisa serena, no forzada. Consultaban su biografía y en ella no sólo les llamaba la atención su capacidad para ser capaz de asesorar al papa en la selección y gobierno de los obispos en el mundo. Vieron en él a un misionero. Un hijo de san Agustín capaz de transmitir confianza. No necesitaron muchos intercambios. Estos sucesores de los apóstoles llegaron a la conclusión de que Robert Prevost es el hombre llamado a dirigir la Iglesia, como lo hizo el apóstol Pedro en los primeros años del cristianismo (Evangelio según san Mateo 16, 18-19).
Por qué León XIV fue elegido Papa
El proceso electoral del cónclave se caracteriza por el secreto absoluto. La constitución apostólica Universi Dominici Gregis, establecida por el Papa San Juan Pablo II el 22 de febrero de 1996, y los posteriores cambios introducidos por sus sucesores, imponen severas sanciones a cualquier cardenal (u otra persona implicada) que viole el juramento de secreto sobre los procedimientos o debates que tienen lugar en el cónclave. Estas sanciones pueden incluir la excomunión, que es una de las penas más graves en la Iglesia católica y significa que el individuo queda excluido de la comunión con la Iglesia y de los sacramentos.
El secreto del cónclave pretende proteger la libertad e independencia de los cardenales en su elección, garantizando que su decisión se base únicamente en su consideración de quién es el mejor candidato para ser el próximo Papa, sin influencias ni presiones externas. El secreto también ayuda a preservar la dignidad del proceso y de los cardenales implicados, evitando especulaciones y juicios públicos sobre las deliberaciones y votaciones.
Sin embargo, el secreto hace especialmente difícil el trabajo de los periodistas. Además, si el periodista es creyente católico, se ve implicado en este proceso, que, si no se respeta, puede llevar a la excomunión. Ahora bien, basándonos en conversaciones con los cardenales y en informes de prensa publicados tras el cónclave, podemos decir que hay varias razones obvias que han llevado a los cardenales a la elección de Prevost.
En realidad, el cónclave de elección de León XIV fue una sorpresa. Ante todo, por el nombre del elegido, que no se encontraba entre las primeras preferencias de las listas de “papables” publicadas por los periodistas en los días precedentes. Fue una sorpresa también por la rapidez en la elección. Fueron suficientes cuatro votaciones para alcanzar la mayoría de dos tercios, 89 votos como mínimo.
El cónclave había sido preparado por las reuniones de todos los cardenales (las “congregaciones generales”), incluidos aquellos que no pudieron participar en el voto por tener más de ochenta años. Fueron reuniones que sorprendieron por la claridad con la que plantearon los desafíos de la Iglesia. Algunos consideraron incluso que los tonos eran tajantes.
En las congregaciones generales de preparación del cónclave anterior, se había constatado la necesidad imperante de escoger a un papa capaz de llevar adelante la reforma de la Curia del Vaticano, afectada por los escándalos. El famoso “Vatileaks”. Los cardenales escogieron a Jorge Mario Bergoglio.
En este cónclave, independientemente de opiniones de cardenales “conservadores” o “progresistas”, se coincidió en que uno de los grandes desafíos que tiene la Iglesia hoy es la unidad. Unidad para un mundo amenazado por el odio de la polarización. Unidad para una Iglesia que sufre profundas divisiones.
El perfil de Prevost pronto apareció como el del hombre de la situación. Hijo de inmigrantes, estadounidense, surgía como ejemplo de misionero que lo deja todo para consagrarse a Dios y a sus hermanos en un país lejano, Perú. Hombre con experiencia de gobierno, superior de una de las órdenes más importantes de la Iglesia, los Agustinos, había sido encargado en los últimos años de proponer al papa el nombramiento de los obispos del mundo, una de las tareas más difíciles para un pontífice. La mayoría de los cardenales le conocían, pues en su decisivo cargo habían tenido oportunidad de tratar con él.
Prevost creó unidad entre cardenales electores al ser presentado como el hombre de la unidad. Sus primeras palabras como papa, desde el balcón de la basílica de San Pedro del Vaticano, quedaron dedicadas a la unidad, a una Iglesia “que busca siempre la paz, que busca siempre la caridad”.
Una pregunta intrigante: ¿Inspiración divina?
Este razonamiento lleva a una pregunta intrigante para un periodista que se considera creyente: ¿Cómo es posible conciliar los acuerdos, deliberaciones, negociaciones e incluso “alianzas” entre cardenales, propios de cualquier proceso de elección de un representante, con la convicción abiertamente proclamada por la Iglesia de que este proceso está guiado por la inspiración del Espíritu Santo?
Para el cristianismo, religión del Dios encarnado, no puede haber contradicción entre fe y razón. Cuando el Colegio Cardenalicio tiene claro que un candidato reúne las cualidades más adecuadas para dirigir la Iglesia en un momento determinado de la historia, todos asumen que esta claridad compartida forma parte del proceso de discernimiento y, por tanto, se puede considerar que es fruto de la inspiración divina.
Esto sucedió en el año 50, durante el Concilio de Jerusalén, descrito en el capítulo 15 de los Hechos de los Apóstoles, que sentó un precedente para la toma de decisiones en la Iglesia y el tratamiento de las disputas doctrinales. Se discutía si para salvarse los gentiles que se convertían al cristianismo debían seguir las prácticas judías, en particular la circuncisión. En la reunión participaron los apóstoles, los ancianos, así como la comunidad cristiana en general.
Se dio una encendida discusión, permitiendo a las diferentes partes expresar sus puntos de vista. Pedro, Pablo y Bernabé expusieron sus puntos de vista personales. Santiago citó las Escrituras para apoyar la inclusión de los gentiles y presentó una solución que no requería la circuncisión de los gentiles convertidos, pero sí que se abstuvieran de ciertas prácticas asociadas con la idolatría. La propuesta de Santiago fue aceptada. Si hoy eres varón bautizado y no estás circuncidado, lo puedes atribuir a aquella decisión.
Este primer concilio estableció un modelo para resolver conflictos y tomar decisiones doctrinales dentro de la Iglesia mediante el diálogo, la consulta y el consenso; y subrayó el papel central de las Escrituras y la guía del Espíritu Santo en la toma de decisiones de la Iglesia.
Algo parecido ocurrió en la Capilla Sixtina durante este último cónclave. Sin esta perspectiva, es muy difícil comprender la naturaleza de un cónclave, y menos aún la de la propia Iglesia católica. Para los cerca de 5.000 periodistas de todos los continentes que cubrieron el cónclave, el proceso de elección se convirtió en uno de los acontecimientos más exóticos de la actualidad mundial: señores ancianos, célibes para toda la vida, vestidos con trajes antiguos y colores vibrantes, reunidos en el Estado más pequeño del mundo, rodeados de obras de arte que han marcado la historia de la humanidad… Para muchos periodistas, fue como escribir la crónica de un partido de fútbol sin conocer las reglas de juego.
Al final, al intentar explicar lo sucedido, como en cualquier otra elección política, todo acaba jugándose en términos de las categorías políticas a las que todos estamos acostumbrados: liberales y conservadores, izquierda y derecha, tradicionalistas y modernistas. Pero la realidad es que el cristianismo añade al cónclave un factor intangible que lo cambia todo: la convicción de que, en la fragilidad de esos hombres reunidos para elegir al sucesor de Pedro, Dios está escribiendo la historia, en lo que a nosotros nos parecen renglones torcidos.
Esto puede comprenderse mejor con la ayuda de una anécdota ampliamente difundida en Roma, cuya fuente original no he podido verificar. Se refiere a Ludwig von Pastor (1854-1928), historiador alemán, nacionalizado austriaco, autor de la monumental Historia de los Papas desde fines de la Edad Media, publicada en cuarenta volúmenes entre 1886 y 1933. Un amigo preguntó una vez a Von Pastor por qué se había convertido al catolicismo cuando, como historiador, había sido testigo de las frecuentes malas costumbres de papas, cardenales, obispos y pastores de la Iglesia. La respuesta del historiador fue categórica: si la Iglesia sigue en pie a pesar de las fechorías de algunos de sus pastores, esto significaba que la Iglesia era y es realmente una obra de Dios.
Este libro ofrece al lector uno de los viajes más apasionantes que se pueden emprender en la actualidad: por un lado, descubriremos los enormes desafíos que han llevado a observadores cualificados a creer que la Iglesia católica podría desaparecer en un futuro no muy lejano. Por otro lado, descubriremos cómo la vida, la espiritualidad y el liderazgo han preparado a León XIV para convertirse en el nuevo sucesor de san Pedro. Descubriremos signos ocultos de esperanza. Y comprenderemos por qué mártires, como Alexander Men, pensaban que la aventura del cristianismo no había hecho más que empezar.
¿Quién es Jesús Colina?
*Jesús Colina es corresponsal en el Vaticano de medios de información internacionales desde 1991. Nacido en Miranda de Ebro, en 1968, ha sido fundador y director de la agencia internacional de noticias Zenit, así como director de contenidos de la Red Informática de la Iglesia en América Latina.
*Creó y dirigió la red de información global Aleteia.org. El Papa Benedicto XVI le nombró consultor del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales. De 2018 a 2023 ha sido director de IMedia, la agencia especializada en actualidad vaticana en lengua francesa. Es doctor Honoris Causa en “Fine Arts” por la Catholic University of America de Washington. Recibió el premio “Servidor de la Paz” de la Fundación “Path to Peace” en las Naciones Unidas de Nueva York, así como el premio “¡Bravo!” de la Conferencia Episcopal Española.
Primer capítulo del libro “Dios nos quiere” (LibrosLibres, https://mexico.libroslibres.com/q/detalle?p2_id=56158 ), el primer libro dedicado al nuevo papa León XIV. Reproducido con permiso del autor y de Álex Rosal, director de LibrosLibres).
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 25 de mayo de 2025 No. 1559