Por P. Fernando Pascual
Los médicos y enfermeros ven la guerra en una de sus perspectivas más duras: la de los heridos.
Pablo Takashi Nagai (1908-1951), médico famoso por su dedicación e investigaciones sobre la radioterapia, estuvo dos veces en territorio chino durante las campañas de invasión japonesa.
Entre las muchas anécdotas que Nagai expone en una novela que le ayuda a contar su vida, recogemos dos escenas que ayudan a comprender lo absurdo de toda guerra.
En la primera, se presentan varias conversaciones entre los heridos y quienes los atienden. En ellas se refleja el dolor de quienes comprenden cómo su vida quedará dañada para siempre.
En el hospital de campaña, Nagai (que usa un pseudónimo en su novela, Ryukichi), escucha cómo el doctor le dice a un herido que debe cortarle en brazo izquierdo, pues de lo contrario moriría.
El enfermo suplica inmediatamente: “¡No, doctor, se lo ruego! ¡No lo corte! ¡La mano izquierda es lo más importante de toda mi vida!”
El doctor insiste: si no corta el brazo, el herido morirá. Pero éste defiende su brazo una y otra vez.
“¿Cómo? ¿Quieres decir acaso que el brazo es más importante que tu misma vida? ¿Pero estás loco?”, grita el cirujano.
El enfermo responde: “Esta mano izquierda es toda mi vida. Sin ella, la vida ya no tiene sentido… Soy violinista”.
En ese momento, añade Nagai, el doctor se echa a llorar…
La segunda anécdota ocurre en medio de una batalla entre tropas chinas y tropas japonesas. Nagai escucha a un sargento que discute con un soldado que ha levantado su bayoneta contra alguien que yacía en el suelo.
Se acerca y pregunta qué ocurre. Se da cuenta de que en el suelo hay un soldado chino (un “enemigo”) gravemente herido en la pierna derecha que pide que lo maten con el puñal.
Nagai dice en seguida al sargento: “Los heridos ya no están en el frente, ya no son enemigos. Soy el responsable de la Cruz Roja. ¡No lo toques!”
El soldado japonés se retira y deja a Nagai y al sargento con el herido. Detienen su hemorragia y empiezan a curarlo. El soldado chino grita de dolor.
Nagai reflexiona mientras mira a aquel hombre: “Entre él y yo no hay odio. ¿Por qué tienen que odiarse mutuamente el pueblo japonés y el pueblo chino?”
De repente, una serie de disparos golpean la pared. El sargento japonés que acompaña a Nagai cubre con su cuerpo al herido, y grita que tienen que salir de allí.
Mira hacia el lugar de donde proceden las balas, y descubre, a unos 70 metros, una ametralladora de los chinos.
El médico Nagai se enfada. Toma la gorra del soldado chino, la ondea, y grita a quien había disparado: “¡Deja de disparar! ¡Aquí hay un compañero tuyo!”
Cesaron los disparos. Hubo silencio. Lo absurdo de la guerra había cobrado, por unos instantes, un poco de humanidad.
Se podrían recoger otras muchas anécdotas, que no suelen aparecen en libros de historia que presentan estrategias, técnicas militares, triunfos y derrotas, pero muchas veces olvidan los infinitos sufrimientos de soldados y civiles.
Pablo Takashi Nagai, desde su fe católica y su competencia profesional, trabajó, como tantos otros médicos y agentes sanitarios, para aliviar un poco ese sufrimiento.
Hoy, como en el pasado, sigue siendo urgente detener la locura que lleva a las guerras, y promover diálogos basados en la justicia para que sea posible evitar batallas y combates, y para avanzar hacia el perdón entre quienes tengan conflictos por resolver.
(Los textos aquí reproducidos se encuentran en la siguiente obra: Takashi Pablo Nagai, Lo que no muere nunca, traducción de Belén de la Vega Cabrera, Encuentro, Madrid 2023).
Imagen de Tony Phelps en Pixabay