Por P. Fernando Pascual

En una de sus primeras homilías como católico, John Henry Newman invitada a sus oyentes a preocuparse por sí mismos, por lo que realmente vale la pena.

Si el alma es lo más importante de cada uno, por su orientación hacia lo eterno, no tiene sentido perdernos en mil asuntos que muchas veces no sirven para lo único que vale la pena.

Newman lo explicaba con estas palabras: “A muchos hombres les gusta vivir en un remolino, en una u otra excitación que distraiga su mente y les guarde de pensar en sí mismos. Cuántos hombres, por ejemplo, emplean todo el tiempo libre simplemente en leer las noticias del día. Les gusta leer publicaciones periódicas, saber lo que está sucediendo en las cuatro partes de la tierra” (febrero de 1848).

Sorprende constatar cómo también hoy muchos se dejan arrastrar por esa sed de novedades. Leen y leen páginas de Internet con informaciones y noticias de todo tipo, cuando casi no dedican tiempo a preocuparse por sus corazones.

La homilía sigue con estas palabras: “Llenan su mente con asuntos que no les conciernen o que atañen solo a su prosperidad temporal; con lo que ocurre en diferentes partes de Inglaterra, lo que hace el Parlamento, lo que pasa en Irlanda o lo que pasa en el continente; más aún, descienden a pequeños temas sin importancia, antes que abordar aquel pensamiento que ha de importarles, si no antes, por lo menos al final de la vida y cuando estén ante su juez”.

Junto a la sed de noticias, existe el peligro de vivir con una obsesión continua por el dinero. Así lo explicaba Newman: “Otros están llenos de proyectos para ganar dinero; este es su propósito, tanto si están arriba como si están abajo; atesoran dinero y viven pensando cuánto pueden conseguir”.

Entonces, ¿cómo hay que vivir? De un modo sencillo: acoger el mensaje de Cristo y aprender a comportarse como buenos católicos. De eso vamos a ser juzgados en el día del juicio tras la muerte.

Así lo explicaba Newman: “Cuando lleguemos a la presencia de Dios, se nos preguntarán dos cosas: si estábamos en la Iglesia y si trabajábamos en la Iglesia. Todo lo demás no tiene valor. Si hemos sido ricos o pobres, si nos hemos ilustrado o no, si hemos sido dichosos o desgraciados, si hemos estado enfermos o sanos, si hemos tenido buen nombre o malo, todo esto estará lejos del asunto de ese día. La única pregunta será: ¿sois católicos, y buenos católicos?”

La pregunta nos pone ante el núcleo de nuestra fe. Las dos respuestas posibles son fáciles de comprender, e implican una enorme responsabilidad.

En palabras de Newman, si no hemos sido buenos católicos “no valdrá nada que hayamos tenido aquí tantos honores, siempre tanto éxito, que hayamos tenido siempre tan buen nombre. Y si lo hemos sido, no importará nada que hayamos sido siempre tan despreciados, siempre tan pobres, siempre tan duramente oprimidos, siempre tan atribulados y tan abandonados. Cristo nos compensará de todo si le hemos sido fieles, y nos lo quitará todo si hemos vivido para el mundo”.

Hemos de aprender a preocuparnos por nosotros mismos, es decir, a vivir realmente como buenos discípulos de Cristo, como católicos que se dejan guiar por el Maestro, y así invertiremos nuestro tiempo y nuestro corazón en amar a Dios y a los hermanos.

(Los textos aquí reproducidos se encuentran en la siguiente obra: John Henry Newman, Sermones católicos, Rialp, Madrid 2016).

 
Imagen de Sabine van Erp en Pixabay


 

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