Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro
Uno de los mayores cuestionamientos que ha hecho el hombre “al Juez del mundo”, lo encontramos en la Biblia cuando Abraham increpa a Dios acerca de lo “justo o injusto” de su veredicto sobre la destrucción de la ciudad pecadora de Sodoma, con todos sus habitantes:”¿De modo que vas a destruir al inocente con el culpable?… ¡Lejos de Ti tal cosa! El juez del mundo ¿no hará justicia?, leemos en Génesis 18.
La santa Biblia gira en torno a dos ejes: Un reclamo de justicia para vivir en paz, y el respeto a la vida, en particular a la humana, poseedora de una “dignidad infinita”, dondequiera que esté. Tocar al hombre es tocar a su Creador. Por eso, es válido preguntarnos qué podemos esperar cuando los líderes políticos nos aturden con promesas de justicia, los gobernantes con dictámenes, los juzgadores con sentencias, los comerciantes sus ganancias mientras, los “otros”, los innombrables, se llenan los ojos de lágrimas, la boca de amargura alzan sus manos hacia el cielo, implorando con el salmista: “¿De dónde me vendrá el auxilio?” Y él se responde: “Del Señor que hizo el cielo y la tierra”.
Es verdad que las ciencias jurídicas han evolucionado en el transcurso de los siglos, pero el sujeto sobre el cual versan es nada menos que “el hombre”, con sus múltiples facetas de desarrollo civilizatorio o de invernadero. Se topan con un misterio. Sigue valiendo la intuición del viejo Ulpiano para quien, la justicia consiste en la firme determinación de dar a cada uno lo que le pertenece, lo suyo; pero definir ese “suyo” (lo tuyo, lo mío, lo de todos, lo de cada uno sin excepción), depende del sistema de pensamiento, de la ideología, de los intereses y, al final, de la interpretación del juzgador. Así que, la inmutable, innegociable e “infinita dignidad” del ser humano o, más en corto, de “los derechos humanos, se convierte en una madeja indescifrable según la ideología sobre el hombre imperante en el sistema político en el poder y, al final, del juzgador. A las ideologías las mueven más los intereses que la sabiduría. Van aquí dos “declaraciones” de justicia del “Juez del mundo”.
1°. La Justicia de Abraham. Es ya viejo y su mujer estéril; empero, sobre él gravita la promesa de Dios: Hacerlo padre de una enorme descendencia, portadora de su bendición para la humanidad. Abraham busca soluciones y ninguna le es aceptada por Dios. Él tendrá un hijo, sangre de su sangre, con su esposa. Abraham cree en la promesa, confía en Dios y espera el cumplimiento. Nace el hijo y, con él, la alegría de vivir y la bendición para el mundo entero. Por esta obediencia, Abraham fue “declarado justo por Dios”. Su justicia consiste en haber pospuesto sus planes y haber creído en el de Dios. Así la muerte -vejez y esterilidad- se convirtió en vida, la soledad en comunidad y la infelicidad en bendición, y esto para el mundo entero. El “Justo” para Dios es quien comunica vida y felicidad para los demás.
2°. La Justicia en Sodoma y Gomorra. Aquí se trata de un “proceso”judicial: ¿Quién es justo en Sodoma? Porque de aquí se eleva al cielo el angustioso clamor de los oprimidos y vejados por desalmados y violentos que perturban la paz y agreden a los indefensos. Es que el pecado, no solo el sexual sino el del abuso del poder, destruye la comunidad y pone en peligro la vida y la paz social. Los “justos” que Dios busca en Sodoma son los constructores de armonía, hospitalidad y paz. No hubo un solo “justo” y Sodoma voló en llamas con sus pozos petroleros.
Estos ejemplos bíblicos nos bastan para demostrar que el primer paso, e indispensable, para instaurar la justicia y la paz, es el respeto al proyecto de Dios sobre la humanidad: los derechos humanos inalienables o la infinita dignidad de toda persona humana, cualquiera que sea su situación. Cuando se ignora, por cualquier motivo, pero sobre todo por fobia antirreligiosa, el auténtico proyecto de Dios sobre la humanidad, se atenta contra la vida, contra la convivencia fraterna y contra la paz.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 15 de junio de 2025 No. 1562