Por Miriam Apolinar
En 1995, el mundo era un hervidero de tensiones, esperanzas, rupturas y transformaciones. Fue un año en el que la humanidad pareció respirar profundamente antes de dar un salto hacia el nuevo milenio. En medio de este escenario convulso, marcado por la incertidumbre económica, el despertar de nuevas conciencias sociales, avances científicos inesperados y el nacimiento de la era digital, surgió El Observador de la Actualidad, un medio de comunicación con una misión clara: observar, reflexionar y comunicar desde una óptica ética, humana y espiritual.
Hoy, a punto de cumplir 30 años de su fundación, vale la pena hacer una mirada retrospectiva y preguntarnos: ¿qué estaba ocurriendo en el mundo y en nuestro país cuando este proyecto comunicativo echó raíces?
México en 1995: entre la crisis y el despertar
El año 1995 fue, para muchos mexicanos, sinónimo de crisis. La devaluación del peso a finales de 1994 provocó una de las recesiones más severas en la historia reciente. Empresas quebraron, el desempleo creció de manera alarmante, y los niveles de pobreza se dispararon. De acuerdo con el INEGI, el Producto Interno Bruto cayó un 6.9% medido a precios constantes de 1980.
El gobierno federal, encabezado entonces por Ernesto Zedillo, intentó responder con la firma de la Alianza para la Recuperación Económica (ARE), buscando reconstruir la confianza mediante el diálogo con los sectores productivos y financieros. Pero en la vida cotidiana, los mexicanos enfrentaban una realidad muy distinta: largas filas en los bancos, alimentos cada vez más caros, enfermedades asociadas a la pobreza como el cólera y la desnutrición.
A la crisis económica se sumaban las heridas políticas del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu y las secuelas del levantamiento zapatista en Chiapas, que había comenzado en 1994. Estos hechos también impulsaron un mayor cuestionamiento ciudadano y el surgimiento de una sociedad civil más activa, más plural y exigente.
Era un México en movimiento, que exigía transparencia, justicia y espacios de reflexión verdaderamente comprometidos con el bien común.
Una Iglesia con voz firme: el liderazgo de San Juan Pablo II
En medio de la convulsión mundial, la Iglesia Católica encontraba en San Juan Pablo II un líder firme, espiritual y profundamente humano. Su pontificado, iniciado en 1978, alcanzaba en 1995 una madurez profética.
Ese año, el Papa publicó la encíclica Evangelium Vitae (El Evangelio de la Vida), en la que denunció con contundencia las amenazas contra la vida humana, como el aborto y la eutanasia. Desde su pluma y su corazón pastoral, llamó a la humanidad a construir una “cultura de la vida” basada en el respeto, la solidaridad y la fe.
También en enero de 1995 se llevó a cabo la Jornada Mundial de la Juventud en Manila, Filipinas, que reunió a más de 4 millones de jóvenes. Fue una de las concentraciones religiosas más grandes del siglo, y un signo inequívoco de que la Iglesia no solo seguía viva, sino profundamente conectada con las nuevas generaciones.
Ese mismo año, Juan Pablo II publicó la carta apostólica Orientale Lumen, reflexionando sobre la comunión con las Iglesias de Oriente; intervino en el Congreso Internacional de Pastoral para los Gitanos; y envió un mensaje a la Conferencia Mundial sobre la Mujer, donde reconoció el valor de la mujer en la sociedad y en la Iglesia.
Además, en 1995 la Iglesia latinoamericana continuaba cosechando los frutos de la Conferencia de Santo Domingo (1992), en la que se reafirmó el compromiso por una evangelización inculturada, por la opción preferencial por los pobres, y por la promoción de la dignidad humana en contextos marcados por la injusticia. La Iglesia mexicana, por su parte, buscaba caminos de reconciliación y diálogo frente a los conflictos en Chiapas, actuando como mediadora entre el gobierno y el EZLN.
La figura del Papa Juan Pablo II no solo inspiraba desde Roma. En las parroquias, comunidades eclesiales de base y movimientos laicales se sentía su impulso evangelizador. La pastoral juvenil, familiar y social se fortalecía con documentos, visitas apostólicas y encuentros que renovaban el fervor católico. La defensa de la vida, la promoción del amor y la verdad, el diálogo ecuménico e interreligioso eran temas centrales de un pontificado que no esquivaba los grandes debates éticos y espirituales de la época.
La Iglesia no fue ajena al dolor ni a las preguntas del momento. Supo ser consuelo, faro y también conciencia crítica. En las páginas de El Observador, esa voz se hizo presente desde el inicio: clara, profética, sin perder la caridad. Porque comunicar la verdad desde la fe es también un acto de esperanza.
Un planeta en agitación
1995 fue también un año que estremeció al mundo en varios frentes. En Estados Unidos, el atentado en Oklahoma City dejó más de 160 muertos. En Europa, la guerra de Bosnia llegó a su fin con los Acuerdos de Dayton. En China, el niño Gedhun Choekyi Nyima fue reconocido como el 14º Dalái Lama y, pocos días después, fue secuestrado por las autoridades chinas. Hasta hoy, su paradero es desconocido.
La cultura también se vio sacudida. La trágica muerte de Selena Quintanilla conmocionó a México y Estados Unidos. En el cine, Toy Story abrió una nueva era como la primera película animada completamente por computadora. En el espacio, la sonda Galileo llegó a Júpiter tras seis años de viaje, confirmando el creciente interés por explorar más allá de la Tierra.
El despertar digital y el periodismo en transición
La revolución digital comenzaba a tomar forma. Aunque el acceso a Internet era limitado, en México ya algunas universidades, como la UNAM, estaban conectadas. La Jornada fue uno de los primeros medios en tener presencia web, y el Centro de Información de Redes de México (NIC-México) se encargó desde ese año de administrar los dominios “.mx”. En solo nueve meses, los registros de dominios crecieron mil por ciento.
Era solo el inicio. La digitalización comenzaba a cambiar la forma de producir y distribuir información. El periodismo entraba en una etapa de transición: los medios impresos seguían siendo esenciales, pero ya se vislumbraba la demanda de inmediatez y el reto de competir con la velocidad de las nuevas plataformas.
Los avances científicos también marcaron el año. En 1995 se descubrió el primer planeta extrasolar, 51 Pegasi b, y el mexicano Mario Molina, junto con Frank Sherwood Rowland y Paul Crutzen, recibió el Premio Nobel de Química por su trabajo sobre la capa de ozono.
Una generación nacida en la encrucijada
La generación nacida en 1995 pertenece a la llamada Generación Z o centennials. Son jóvenes que crecieron en medio de la transición del mundo analógico al digital. Aún jugaron en la calle, vieron caricaturas por televisión abierta, usaron teléfonos públicos y escucharon música en discos compactos. Pero también fueron los primeros en usar redes sociales, explorar Google y vivir con un celular en la mano.
En los 90, los jóvenes mexicanos encontraban espacios de recreación en los arcades, los antros, las tardeadas escolares y los centros comerciales. La televisión por cable ofrecía nuevas opciones de entretenimiento, y la cultura pop moldeaba imaginarios a través de MTV y las grandes disqueras. Eran tiempos en los que convivían los juguetes tradicionales con las consolas de Nintendo o Sega, y los niños aún jugaban en los parques, en las banquetas, con sus vecinos.
La vida cotidiana se desarrollaba a otro ritmo: más pausado, más físico, menos hiperconectado. Las noticias llegaban por el periódico impreso o el noticiero nocturno. Las familias cenaban juntas, y las sobremesas eran espacios de diálogo. Era una época de encuentros cara a cara, de llamadas por teléfono fijo, de cartas escritas a mano. Una realidad que hoy parece lejana, pero que marcó profundamente a quienes la vivieron.
El Observador: una voz que miró al fondo
En ese contexto de crisis, cambio y búsqueda, nació El Observador de la Actualidad. No fue un medio más. Fue una propuesta distinta: nacida del compromiso cristiano, del deseo de ofrecer una mirada que no se quedara en la superficie, sino que se atreviera a preguntar, a profundizar, a mirar el corazón de las noticias.
Treinta años después, El Observador sigue siendo eso: una voz profética en medio del ruido, un espacio de encuentro entre la fe, la cultura y la actualidad. Un medio que sigue caminando al ritmo del Evangelio, acompañando a generaciones que buscan respuestas y sentido en un mundo que cambia cada vez más rápido.
En un tiempo donde la información es inmediata pero efímera, donde las verdades parecen fragmentadas, El Observador apuesta por la profundidad, la formación y la esperanza. Porque, aunque el mundo de 1995 parece lejano, sus ecos siguen resonando en el presente. Y la misión de observar la realidad con ojos de fe, sigue siendo hoy más urgente que nunca.
A treinta años de su fundación, felicitó con profundo reconocimiento a Jaime Septién, fundador y director de El Observador de la Actualidad, por su visión, su valentía y su incansable labor por construir un periodismo con alma, que informe sin renunciar a los valores. Su trabajo ha sido inspiración para muchas generaciones que buscan una voz confiable y luminosa en medio de la oscuridad informativa.
Mi reconocimiento también va para cada uno de los colaboradores, redactores, diseñadores, columnistas, distribuidores y lectores que han formado parte de esta gran familia a lo largo de los años. Gracias por sostener este proyecto, por creer en el poder transformador de la verdad, y por hacer de El Observador una herramienta de diálogo, fe y esperanza.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 13 de julio de 2025 No. 1566