Por Ramón Castro y Castro, obispo de Cuernavaca y presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano

Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo, es también una realidad de comunicación, en el amor, entre las tres Divinas Personas. No puede haber expresiones de amor sin comunicación, cualquiera que sea el medio y la forma de comunicarse. Y Dios tuvo a bien hacer al hombre a su imagen y semejanza (imago Dei), como nos dice el libro del Génesis, lo que implica que nos hizo con la capacidad de comunicación, y, por supuesto, también de amar. Cuanto más y mejor comuniquemos amor, más imago Dei somos.

La Biblia es también el testimonio fehaciente de un Dios que se comunica con el hombre, que establece mecanismos y medios de comunicación para propiciar un diálogo que, en sentido estricto, no añade nada a Dios, pero que lo hace por libérrima voluntad amorosa, mientras que, en ese diálogo, el que siempre gana es el hombre al entrar en contacto real con el Ser del cual proviene, y al cual está llamado a regresar por medio de la Resurrección de Cristo Jesús.

La máxima expresión de esta comunicación de Dios al hombre (“autorrevelación divina” la llaman los teólogos), es que el mismo Verbo Divino, el Hijo único de Dios, Jesucristo, se hizo carne por obra del Espíritu Santo en el seno de la doncella María, y entró en la historia humana para comunicarnos todo lo que había escuchado del Padre, para revelarnos que Dios es un Papá (Jesús lo llamaba Abbá, que significa “Papito querido”), y decirnos, a la vez, cuál es su voluntad sobre la entera humanidad.

Una de las notas características de esa voluntad divina, manifestada en Jesús, es que se comunique a todos los hombres de todos los pueblos y de todos los tiempos, una buena noticia (evangelio) que consiste (sin decir que es una formulación definitiva, completa o exhaustiva), en que la humanidad no está más condenada al mal, a las fuerzas del maligno, al misterio de iniquidad ni a sus nefastas consecuencias para la vida de los hombres.

El mal y el maligno han sido vencidos definitivamente en la Resurrección de Cristo. Con ello, la muerte ha perdido su aguijón sobre el hombre y la victoria definitiva de Dios recae como beneficio total para el hombre. La victoria de Dios se traduce para nosotros en amor y vida plena que él mismo comparte a la humanidad, siempre que libremente se acepte.

Esta verdad, la más trascendente y bella, la única capaz de llenar de esperanza los corazones de todos los hombres, debe ser comunicada a tiempo y destiempo (diría Pablo), de una manera y de otras mil, sin tregua y a la vez con oportunidad, bondad y belleza que les son propias, para que los hombres sean y vivan como lo que son: “la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma” (Gaudium et spes, 24).

En nuestros tiempos, desde el siglo XX a nuestros días, comunicar se ha vuelto el verbo (la acción) que indica lo más desarrollado por la humanidad. Todo se ha vuelto comunicación y la comunicación domina e influye considerablemente en muchas de las cosas de la vida diaria de las personas y de los pueblos. Hasta se llega a decir que los que están fuera de los circuitos de comunicación, son como si existiesen.

Gracias a la ciencia y la tecnología en las últimas décadas, las formas y medios de comunicación han desarrollado cosas inimaginables para los hombres de hace apenas dos siglos, y esta carrera sigue vertiginosamente avanzando a niveles que pueden causar estupor y temor.

Los periódicos, por ejemplo, han sido un instrumento de comunicación de noticias (y otras cosas) de vital importancia para las personas en los últimos cuatro siglos. El primer periódico de la historia aparece en 1605 en Alemania. Y es probable que el primer periódico católico del mundo haya sido “El vencedor católico”, publicado en Sevilla en 1809. Y, también, al parecer, el primer periódico católico en México fue “La idea católica”, fundado en 1869 por un grupo de católicos en la Ciudad de México.

Ahora, el periódico El Observador de la Actualidad, como periódico católico de gran prestigio, cumple en estos días 30 años de existencia. Ante todo, merece nuestra más cordial felicitación a sus fundadores, colaboradores y directivos. ¡Cuánto bien han hecho sus letras al menos en esta parte central de la República!

Los retos permanentes de este tipo de publicaciones católicas, creo yo, son tres: la veracidad, la oportunidad y la utilidad que pueda representar su contenido para la ciudadanía, en función de la construcción del bien común que, desde una perspectiva de fe, incluye el anuncio de que el mal no tiene la última palabra sobre el hombre. Y, además, decirlo con todo el rigor periodístico y la disciplina que conlleva el arte de escribir.

Lograr salir adelante con la publicación durante tantos años nos llena de admiración y agradecimiento, reta a que existan más instrumentos como éste en más lugares de la República mexicana que deben buscar, desde la inspiración y orientación del pensamiento social de la Iglesia, influir de manera precisa, clara y contundente, con el contenido que se comunica, para ser, per se, testigos de la Verdad, incentivos para una mayor civilidad y constructores, a su manera, de un desarrollo humano y social a la altura de la vocación del hombre.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de julio de 2025 No. 1567

 


 

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