Por P. Fernando Pascual

Ante ciertas decisiones, sobre todo las más importantes, vale la pena pedir buenos consejos.

Los buscaremos en algún familiar prudente, en algún amigo que tiene una inteligencia despierta, en un compañero de trabajo que conocemos por su sentido común y honradez.

Los consejos de diferentes personas pueden apuntar hacia una misma opción, lo cual facilita las cosas, o chocar entre sí, lo cual muestra la dificultad de algunos temas y la existencia de modos diferentes de analizarlos.

Después de recibir consejos, cada uno debe evaluarlos con el mejor criterio posible: identificar la opción que ahora más me conviene.

Por desgracia, hay quienes escuchan buenos consejos pero luego se dejan llevar por sus intereses, por sus miedos, por sus deseos de contentar a todos (algo casi siempre imposible), o por otros proyectos personales.

Otros no se dejan arrastrar por sus impulsos o corazonadas, sino que buscan llegar a decisiones bien pensadas, con la ayuda de consejos inteligentes, aunque saben que no todo podrá ser controlado, ni los resultados llegarán según lo previsto.

Es parte de la vida asumir sus riesgos e indeterminaciones. Los consejos suelen servir de ayuda para afrontar lo complejo de algunas situaciones. Pero las decisiones quedan siempre bajo nuestra responsabilidad.

Luego, tras la escucha de diferentes consejos, y con decisiones que esperamos bien ponderadas, veremos qué ocurre: si conseguimos superar aquel problema en familia, o si hemos creado un nuevo daño en las relaciones que buscaremos solucionar en un segundo momento.

Lo importante es seguir en camino, con la ayuda de buenos consejos y, sobre todo, desde esa luz que viene de Dios y que nos permite alcanzar prudencia a la hora de tomar, ante cada encrucijada de la vida, decisiones que sirvan para el bien de todos.

 


 

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