Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Un tratado completo de la Oración, lo tenemos en el Catecismo de la Iglesia Católica, como culmen de lo que creemos, -el Credo, lo que celebramos, -la liturgia, lo que hemos de vivir como discípulos de Cristo, -los Mandamientos, y finalmente, cómo hemos de orar y lo que tenemos qué orar, el Padre Nuestro (cf Lc 11, 1-13).
Hemos de considerar que oración cristiana tiene diversas dimensiones que han de considerarse: la dimensión trinitaria, la dimensión cristial, la dimensión eclesial, la dimensión marial y la dimensión antropológica.
La dimensión trinitaria, es el Dios vivo y Dios verdadero que se ha revelado; es el principio y el término fontal de toda oración.
La dimensión cristial; tenemos acceso al misterio de la Santísima Trinidad, por Cristo, con Cristo y en Cristo. No puede ser de otra manera. Por eso en la Liturgia cristiana, oramos al Padre por Cristo en el Espíritu Santo.
Dimensión eclesial: tenemos acceso a Cristo, por la Iglesia, por el ejercicio de su ministerio de la Palabra y de los sacramentos, nos incorpora a Cristo. Por eso el que dice que ama a Cristo, pero no ama a la Iglesia, posee una visión deficiente del misterio de Cristo, cuyo Cuerpo es la Iglesia y su jerarquía posee la potestad del Espíritu Santo, para realizar la salvación y hacer presente al mismo Cristo.
Dimensión marial, prototipo de la Iglesia, tiene en la Santísima Virgen María el modelo de la verdadera oración, quien ha sido dichosa por creer en la Palabra de Dios y ponerla en práctica.
La dimensión antropológica, pose dos vertientes: la ascética y la mística. La ascética son las acciones que hemos de poner en práctica que implican la purificación activa. Si ponemos el acento en la acción del hombre e ignoramos la gracia, -inicial, acompañante y subsiguiente, se puede caer en la herejía del pelagianismo; si por el contrario, se pone el acento en lo divino, sin la cooperación humana, se cae en el pasivismo de Miguel de Molinos, también herético.
El aspecto místico, implica una progresiva disposición ascética en la cual Dios pone más plenamente su acción. Un modelo de este aspecto antropológico, -ascético y místico, de modo práctico y experimental, lo tenemos en esa obra de Santa Teresa de Jesús, las Moradas
Una vida sin oración se hace inhumana. Es una dimensión esencial de la vida humana y no solo cristiana, aunque no lo creamos.
El deseo de oración tropieza con múltiples dificultades.
Existe el desaliento. Orar en grupo ayuda; pero la oración personal es imprescindible. Para una vida feliz, plena y fecunda, se requiere la vida de oración. Es la respiración del alma.
Reencontrar las condiciones de la oración y potenciar el estilo propio.
El ámbito de la oración, tiene muchos accesos.
Nuestro interior es como un molino: muele trigo o cizaña. Del interior nacen los grandes proyectos, o puede ser ocasión de amarguras y deterioro personal.
Sólo el Espíritu del Padre y de Jesús nos enseña a orar.
Se requiere el esfuerzo personal. La decisión. ‘La determinación determinada’, como lo enseña Sta. Teresa de Jesús.
Orar es la búsqueda constante del alimento que dura hasta la vida eterna.
Hay ciertas condiciones humanas de la oración.
Así el deseo: ‘Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo: mi alma tiene sed de ti, mi carne desfallece por ti, en un páramo reseco, sin agua’(Sal 63,2).
El primer paso hacia la oración es el deseo vehemente ante una existencia banal y una vida agitada.
La vida no carece de sentido: ‘nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta descansar en ti’, -San Agustín, en las Confesiones.
Si existe el deseo, ya ora en nosotros el Espíritu Santo. No conocemos al Padre, él sí lo conoce. Desde el bautismo ésta en nosotros. Mora como un soplo que espera el despliegue de las velas de nuestra embarcación.
Orar es prestar atención al gemido del Espíritu Santo. El puede actuar en la memoria, en el entendimiento, en la voluntad, en la sensibilidad, en el cuerpo. El puede transformar todo nuestro ser en tea ardiente de amor, de esperanza, de la experiencia del Dios vivo.
La sed de Dios renace en formas frustrantes: decepción, hastío, angustia, por pretender saciar la sed en cisternas agrietadas (Jr 2, 13)-
‘Muchos dicen: ¿quién nos hará gozar de la dicha si la luz de tu rostro, Señor, se ha alejado de nosotros? En el corazón me has infundido más alegría que cuando abundan el grano y el mosto’( Sal 4,7-8).
Para ir a Dios sirve el reconocerse pobre y desamparado. La humildad de corazón, la fragilidad, la vulnerabilidad, en una palabra, el tener corazón de pobre es la condición ‘sine qua non’ se puede dar la vida de oración.
Los métodos pueden ayudar o pueden estorbar. Jesús, abre el corazón. ‘Abran las puertas al Redentor’, san Juan Pablo II, por lo que atañe a nuestra parte. Es necesario el deseo.
‘Los bienes espirituales mientras no se saborean, parecen irreales. Los gozos materiales, una vez experimentados, conducen poco a poco al hastío; mientras que las realidades espirituales, una vez saboreadas, se muestran inagotables’,- san Gregorio Magno.
El lugar del encuentro es de personas auténticas; sin las máscaras de la ley o de los prejuicios. Es la habitación más secreta, la más íntima a mi propia interioridad (Mt 6,6 ; San Agustín).
Cuando pensamos que la imagen de Dios que cada uno tiene es Dios mismo, sustituimos al Dios vivo por un ídolo,- San Gregorio Nacianceno. ‘Deus semper maior quo cogitari posit’, -Dios siempre es mayor de lo que podamos pensar; sólo Jesús, es el Rostro del Padre.
Luego, el verdadero lugar de la oración es estar en Cristo: ‘Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pedirán lo que quieran y se les concederá (Jn 15, 7).
El encuentro es posible si las personas se hacen presentes la una a la otra desde el corazón. No se tienen dos corazones, uno para los seres humanos y otro para Dios. ‘El que ama conoce a Dios’, -san Juan. Quien pone en relación es la Relación misma entre el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo. La experiencia espiritual está en juego desde cualquier relación humana.
Si grande es la apertura a los demás, grande será la apertura a Dios.
La mayor dificultad para la oración estriba en la relacionalidad. Superar la sospecha con la confianza, el agravio con el perdón; amar y sentirse amado; arriesgar el futuro por la palabra del otro y comprometerse desde la misma fidelidad, preparan para la oración, para la vivencia de la Alianza. El ser comprensivo, paciente, el buscar cómo hacer felices a los demás, rompe cotidianamente el cerco del egoísmo y prepara la comunión plena con Dios.
Recordar siempre: el egoísmo hace solitarios, amargados e inmaduros.
La relacionalidad desde el corazón y ante los demás, prepara para el encuentro con Dios.
En nuestro tiempo abundan los obstáculos para la comunicación; se dan las toneladas de información y se vive en la inopia de la comunicación.
Son graves las dificultades para ser ‘persona-interpersona’, -M. Buber. Cada cual quiere proteger su fragilidad con agresividad y violencia; así se cosifica a los demás. El tú se convierte en ‘ello’. La competitividad o la relación poder-esclavo, endurece los rostros y destruye a las personas.
La atmósfera mediática no favorece el diálogo, la confianza, ni la oración.
Los juicios de intención, -pensar o interpretar al otro-, las reacciones exageradas, la irritación o la crítica, abonan el terreno para el monólogo o minan el diálogo. Se destruye la empatía, muere la simpatía: se propicia los mundos paralelos, donde se hacen las preguntas y uno mismo se responde.
Los conflictos enrarecen y envenenan la vida comunitaria y familiar.
Ahí donde se da la apertura o la cerrazón a los hermanos, es el lugar propio de la oración. Ahí en el núcleo de la identidad personal, en la profundidad y autenticidad del yo, es el santuario del encuentro con Dios.
La experiencia de Israel concluye en descubrir que Dios tiene corazón: tiene entrañas de madre, -rahamim, es vulnerable a los rechazos, posee una gran ternura. Quiere vivir el nosotros de la alianza de comunión. Lo invisible de Dios se hace visible en Jesucristo. El es la ‘Explicación’,-exegésato, de Dios, es su Rostro, su Corazón abierto y traspasado.
El hombre ha sido creado según la imagen y la semejanza de Dios, por tanto, también tiene corazón: ha recibido la capacidad para amar, para sufrir, para ser compasivo, -el que padece juntamente con, para ser misericordioso,- tener un corazón para el miserable en todas las dimensiones humanas, para ser tierno y fiel. El Señor habla al corazón (Os 2, 16).
Se ora con el corazón, aunque ayuden todas las facultades o potencias del alma y capacidades humanas, como la misma sensibilidad.
Orar es reencontrar el camino del corazón, que Dios conoce y sondea.
No se es cuerpo más alma o alma más cuerpo. Se es una persona única en alma y cuerpo unidos, con dos dimensiones corporal y espiritual en íntima interdependencia; somos espíritus encarnados, Rahner.
El ser humano recapitula en sí la creación y la trama del universo; posee a la vez interioridad y exterioridad, una cara interna y espiritual y otra externa y corporal, en el lenguaje de Teilhard de Chardin.
Cuando Jesús habla de ‘entregar su cuerpo y su sangre’ en el misterio de la Eucaristía, expresa el don de sí mismo en totalidad: cuerpo entregado, vida donada; sangre derramada, fracasos.
La postura del cuerpo puede modificar la actitud interior de la oración. El cuerpo está destinado para ser impregnado por la Presencia transformadora y radiante.
Luego, el cuerpo ha de ayudar a la oración.
‘Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol… (Qo 3,1)
Se ha desnaturalizado el tiempo como espacio. La vida en tobogán. La agenda saturada. ‘Más vale un puñado con tranquilidad que dos con esfuerzo’ (Qo 4, 6). El reposo da miedo, porque se confunde la vida con la prisa. El tiempo se le ha vaciado de su valor espiritual. El tiempo, antes que reloj y calendario, es un don de Dios. Ya San Francisco de Sales decía que la precipitación es la madre de todos los vicios. El mito de Cronos pone sobre alerta: Cronos-Tiempo, devora inmisericorde a sus hijos.
La primera forma de ascesis es la calma, la paciencia, la acogida; la tentación activista lanza al nerviosismo y la agitación.
Reconquistar el tiempo para el encuentro con Dios y con los hermanos.
Marta no debe suplantar a María. (Lc 10, 41-42).
La virtud del tiempo es la vigilancia; se adquiere con la oración.
La pobreza se ejerce también en relación al tiempo: ceder una de las dimensiones del ser, la historicidad, nuestro tiempo a Dios. El tiempo cerrado para Dios y para los demás está cancelado para la eternidad.
Cristo es la clave irrepetible de la Historia. El es paciente con ‘su hora’ que es la hora que el Padre le ha señalado.
‘Una palabra habló el Padre que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma’, -San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor, 99.
‘La sabiduría entra por el amor, el silencio y mortificación. Gran sabiduría es saber callar y no mirar dichos ni hechos de vidas ajenas’ (Ibidem, 108).
El silencio en la oración es prestar atención a la Palabra, eternamente pronunciada por el Padre.
El ser humano en la perspectiva bíblica es el ser creado capaz de la palabra, capaz del diálogo divino. De aquí la obra de Rahner sobre ‘el oyente de la Palabra’; y en la mística cristiana, capaz del diálogo intradivino, intratrinitario. Por Cristo al Padre en el Espíritu; del Padre por Cristo en el Espíritu a nosotros.
El ideal, escuchar la Palabra, desde la Sagrada Escritura, desde la tradición viva de la Iglesia, leer los acontecimientos, como hijos de la Iglesia en el don del Espíritu Santo. Que todos los hombre en Jesucristo lleguemos a decir ‘Abbá-Padre’.
Hoy más que nunca necesitamos el silencio del alma para escuchar esta Palabra.
Por el influjo de la filosofía racionalista desde Descartes, Kant y sus corifeos, la razón se ha querido adueñar de todo: quiere deducirlo todo, demostrarlo todo, descifrarlo todo, desmitificarlo todo. La religión se ha querido circunscribir a los límites de la razón. Hasta a Dios se le ha convertido en un paralogismo; con el gnosticismo kantiano, Dios, cae fuera de las categorías del espacio y del tiempo, luego no podemos afirmar ni negar nada de él.
Se le ha de dar el lugar a la razón, pero también a la fe. ‘La gracia no destruye la naturaleza, sino que la eleva y la perfecciona’. Razón y fe son las alas del espíritu,-san Juan Pablo II.
Es necesario retornar a la confianza y al abandono, a la contrición, a la admiración, a la alabanza, a la súplica.
Nuestro corazón tiene que arder cuando Jesús nos explique las Escrituras en el camino de la vida.
Es necesario recuperar el valor intuitivo de las imágenes de la fe.
La inteligencia puede ser mediadora entre la memoria y el corazón.
Con la memoria recordamos, con la inteligencia comprendemos, con la voluntad, amamos, con la sensibilidad como un nudo, amarramos a las tres.
La Sagrada Escritura no puede reducirse sólo a estudio porque si no, Dios ya no nos habla.
La enseñanza de la Iglesia no puede quedarse en la criba del análisis psicológico o social, pues ya no es Cristo quien nos habla.
Dios calla. El silencio de Dios está en relación directa a la crisis epocal del eclipse de Dios en la cultura contemporánea. Pero con Paul Claudel podemos decir que el alma se calla, -Collationes IX: ‘la oración no es perfecta cuando el monje se hace consciente de sí y sabe que está orando’.
Es necesario hacer el vacío interior con una frase de la Escritura, con la respiración profunda, cuando el espíritu la mira.
Es necesario de liberarse de esa voluntad de poder. Desasimiento de todo. ‘Olvido de lo creado, memoria del Creador, atención a lo interior y estarse amando al Amado’,-San Juan de la Cruz, Letrillas 2.
Este ejercicio es vital; es la antecámara de la presencia de Dios.
Más íntimo que el espíritu es el corazón.
No se accede a la vida de oración sin una purificación progresiva del corazón. Nadie puede ver a Dios sin morir, sin morir a las pasiones y apegos.
Por eso la purificación de las pasiones y la docilidad al Espíritu están indefectiblemente unidas.
Sin la pureza del corazón no se puede alcanzar el Reino de Dios. La caridad y la oración exigen necesariamente la pureza del corazón
Existen tres fuentes de los pensamientos: Dios, el espíritu del mal o nosotros mismos.
Proceden de Dios cuando nos ilumina con su Espíritu o nos atrae mediante el deseo de conformar nuestra vida con el evangelio, o nos muestra con amor nuestras infidelidades y cobardías, inspirándonos tristeza y valor de reemprender la marcha.
Del espíritu del mal cuando sentimos la inclinación al desánimo, a la búsqueda de satisfacciones ilusorias o acciones egoístas que conducen a la cerrazón y a la mentira.
La oración es el lugar privilegiado del discernimiento.
“Anda en mi presencia y sé perfecto” (Gn 17,1). En presencia de Dios se mantuvo durante su peregrinación Abrahán, el primero de todos los creyentes, nuestro Padre en la fe. La oración no se encierra en los paréntesis de la vida: o se desarrolla o muere.
Heredamos patrones de conducta de la familia y del entorno. Los medios de comunicación desarrollan esos patrones y presiones: sociedad liquida, etc., marchamos hacia una sociedad sin rostro, anónima. Se cultiva la duda sistemática, el escepticismo o la vana credulidad, se tiene un barniz de freudismo, de Gestalt, se está informado y no se afirma nada. No se habla de humildad, obediencia, castidad. Siempre se está en decidir entre caminar ante el rostro de Dios o encontrar la seguridad de los hombres.
Para caminar en la fe, vivir cotidiano en la atmósfera de la presencia de Dios y con el aliento de su amor, es la condición de posibilidad de toda vida de oración; antes de tomar una decisión, antes de una decisión importante, cuando nos ponemos nerviosos o cuando el recuerdo de una injusticia nos subleva el corazón, hemos de hacer un alto y le hemos de dar prioridad a esta Presencia. Recordemos el nombre de Dios: YHWH. Implica esa presencia y el respeto; no pretender dominar su nombre, como dice el Papa Benedicto en su libro sobre Jesús de Nazaret.
La oración es la fe misma en su esencia y en el ejercicio cotidiano.
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