Por Miriam Apolinar

“Hoy enfrentamos muchos desafíos: migración, violencia, criminalidad, indiferencia religiosa, pobreza, degradación ecológica y un creciente vacío espiritual que ninguna riqueza material puede llenar, por nombrar solo algunos. ¿Por dónde empezar para afrontar estos desafíos?”, cuestionó Mons. Paul Richard Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales de la Santa Sede, durante la homilía que presidió en la Basílica de Guadalupe.

La celebración eucarística marcó el cierre de su visita oficial a México, del 24 al 29 de julio, y tuvo lugar en la “Casita Sagrada” del Tepeyac, donde el prelado elevó un llamado a la oración, al perdón y a la unidad como caminos urgentes para afrontar los retos actuales que aquejan no solo a México, sino al mundo entero.

“El perdón es el primer paso para sanar tantos males que afligen a nuestra sociedad. No se trata solo de pronunciar palabras, sino de vivirlas con valentía. Jesús mismo, desde la cruz, perdonó sin condiciones, y Nuestra Señora de Guadalupe nos enseña a confiar y a escuchar como ella lo hizo”, expresó Gallagher, quien trajo también la bendición apostólica y la cercanía del Papa León XIV a los fieles mexicanos.

Durante su homilía, destacó que la Virgen de Guadalupe no es solo un símbolo religioso, sino una presencia viva que sigue caminando con su pueblo. “Su mensaje no es un recuerdo, es una misión. Llama a la Iglesia en México no solo a defender la fe, sino a vivirla proféticamente. La Iglesia debe ser un signo radical de unidad, justicia, paz y perdón, arraigado en la oración”, afirmó.

Recordó también que el Tepeyac no es únicamente un lugar de memoria, sino una “estación misionera”, donde sigue vigente el llamado a honrar a Dios, servir a los pobres, acoger al migrante, proteger la vida y sanar las heridas del mundo con misericordia, como ha insistido el Papa Francisco al describir a la Iglesia como un “hospital de campaña”.

Gallagher evocó con especial énfasis el testimonio de los mártires mexicanos, como el beato Miguel Agustín Pro, quien al enfrentar al pelotón de fusilamiento exclamó: “¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!”, no con odio, sino con esperanza. “Esperanza de que ningún régimen terrenal pudiera extinguir la llama de la fe encendida por Nuestra Señora”, dijo.

Insistió en que frente a un mundo fragmentado, donde se levantan barreras más rápido que puentes, es urgente recuperar la oración auténtica, el asombro ante lo sagrado y la humildad para abrir el corazón a Dios. “Con demasiada frecuencia oramos mecánicamente o solo en momentos de crisis. Hemos perdido la audacia de pedir y confiar. Pero María, con su presencia, nos muestra otro camino”, añadió.

Al finalizar, recordó las palabras que la Virgen dirigió a san Juan Diego —“¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?”— como una invitación constante a la confianza filial. En un gesto simbólico, el representante del Vaticano reafirmó la relevancia del Tepeyac como faro de esperanza para la Iglesia universal.

La presencia de Mons. Gallagher en México, como jefe de la diplomacia vaticana, subraya no solo los vínculos históricos entre la Santa Sede y el pueblo mexicano, sino también el peso espiritual que representa el Santuario de Guadalupe en el escenario internacional. Su labor incluye negociar acuerdos con Estados, mediar en conflictos y promover la paz, la justicia y los valores del Evangelio en los foros globales.

“Imploramos: Nuestra Señora de Guadalupe, intercede por nosotros. San Juan Diego, ruega por nosotros. Amén”, concluyó.

 


 

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