Por Rebeca Reynaud

La vida de la Iglesia depende de la inhabitación del Espíritu Santo en cada uno de sus miembros. El Espíritu es la explicación última de su vida de fe y de esperanza.

La Iglesia ha dejado un increíble rastro de luz a lo largo de la historia. La acción del Espíritu Santo ha transformado a millones de hombres y mujeres y ha suscitado hechos heroicos.

¿Qué es la Iglesia?

Visiblemente, es un pueblo constituido por muchos pueblos.

Constitutivamente, ese pueblo es Cuerpo de Cristo, cuerpo que vive del Cuerpo de Cristo y se hace él mismo Cuerpo de Cristo en la celebración eucarística (J. Ratzinger).

Operativamente, es un sacramento. Como expresión de su sacramentalidad, la Iglesia lleva la salvación al mundo, para incorporar y mantener a todos en el Cuerpo de Cristo.

La Iglesia es la Asamblea o reunión de aquellos a quienes convoca la Palabra de Dios para formar el pueblo de Dios y que, alimentados con el Cuerpo de Cristo, se convierten ellos mismos en Cuerpo de Cristo (CEC, n. 777).

El Papa es principio de unidad, y nos unimos a él cuando lo amamos y leemos y meditamos lo que escribe, cuando rezamos por él y cuando obedecemos los mandamientos de Dios y de la Iglesia.

G.K. Chesterton explicaba que “la Iglesia Católica es la única cosa que salva al hombre de la degradante esclavitud de ser hijo de su época.” Entonces: ¿qué motivos tenemos para honrarla? Ella nos da los sacramentos, a través de los cuales encontramos las huellas de Jesucristo, nos da alimento espiritual a través del Pan y la Palabra de Dios, nos llega la ayuda de Dios a través de la comunión de los santos y de la oración personal y comunitaria y, en suma, nos lleva al Cielo si ponemos lo que está de nuestra parte. Cristo nos reviste de sus méritos a través del sacramento de la reconciliación, y eso conduce a la salvación eterna. La Iglesia nos pide que seamos santos, que seamos personas que dan esperanza y alegría a los demás.

“No acepto a la Iglesia”

Hay gente que dice: “Yo acepto a Cristo, pero, a la Iglesia, no”. Cristo y la Iglesia son inseparables. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, es el fruto en la historia de la misión del Hijo. Es el fruto de su Muerte y de su Redención. Si se le separa, se introduce una fractura y no entonces entendemos el misterio que se nos ha manifestado. Aquí hay un principio dogmático: En Cristo, es inseparable su ser y su misión. La Iglesia es la única institución que tiene más de dos mil años de existencia. También hay quienes creen en el esoterismo, la magia y la brujería y no creen en Dios.

Los seres humanos tenemos, en general, la mentalidad y los defectos de la época en que vivimos y, además, debilidades personales, que son las mismas en las distintas épocas. Si amamos a la Iglesia, no surgirá nunca en nosotros ese interés morboso de airear, como “culpa de la Madre”, las miserias de algunos de los hijos. La Iglesia está gobernada por el Espíritu Santo y el Señor estará con ella hasta la consumación de los siglos (Cf. Mt 28,20).

Cristo anunció a Pedro que la Iglesia sería zarandeada por el Maligno (Cf. Lc 22,31). Pero también le dijo que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella.

La Iglesia es bella en su liturgia, en sus sacramentos, en las obras de misericordia que promueve y en el arte que durante siglos ha inspirado a sus artistas. ¿De dónde saca la fuerza para hacer el bien sin desfallecer? De la Santa Misa y de la oración. Cuando algún eclesiástico se centra más en la acción que en la oración, se empieza a desmoronar y empieza a causar problemas en el lugar en el que se ubique porque deja de ser discípulo para convertirse en mero administrador.

Benedicto XVI tiene un libro titulado La belleza de la Iglesia. Allí explica lo siguiente: “La belleza revela la inexorable nostalgia del hombre por la verdad, la justicia y el bien, es decir, la nostalgia de Dios. La Iglesia es el lugar a través del cual cada hombre encuentra el acceso al Padre y se hace hijo de Dios en su pueblo”, dice en la Introducción.

Un converso al catolicismo, Scott Hahn, se admiraba del arte y de la arquitectura que ha inspirado los artistas católicos en las iglesias gracias a la técnica y a su fe viva, algo nunca visto en otras religiones. Y decía: “La fe católica tiene el poder de producir civilización, no sólo denominaciones. Se ve como la fe viva mueve los corazones de las personas”.

 
Imagen de Yana Vakulina en Pixabay


 

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