Por P. Fernando Pascual

El camino cristiano inicia desde el gran deseo de Dios de salvar a los hombres.

Fuimos creados por amor, pero el pecado puso en peligro a toda la humanidad, y nos apartó del camino verdadero.

Fuimos redimidos por amor, de forma que Cristo nos ofrece el perdón de los pecados y nos permite volver al buen camino.

Incluso, yendo más a fondo, Cristo mismo es ahora el Camino (y la Verdad, y la Vida), como Él mismo nos enseñó (Jn 14,6).

Es cierto que los bautizados pueden volver a pecar, incluso pueden apartarse del camino verdadero para perderse en el mal.

Pero también es cierto que siempre podemos recapacitar, como el hijo pródigo, cuando recordamos lo que teníamos en casa, con el Padre, y emprendemos el camino de regreso.

En el camino cristiano no estamos solos: nos unimos a muchos hombres y mujeres que han sido alcanzados por el amor de Cristo.

Toda la vida de la Iglesia, especialmente su tarea evangelizadora, se explica precisamente como ese caminar juntos hacia la meta.

Como subrayaba el Papa León XIV, evangelizar es emprender “el camino de las bienaventuranzas, un itinerario que recorremos juntos, en continua tensión entre el ya y el todavía no, hambrientos y sedientos de justicia, pobres de espíritu, misericordiosos, mansos, puros de corazón, que trabajan por la paz” (León XIV, Homilía de Pentecostés, 7 de junio de 2025).

Cada día seguimos en camino. Será un camino bello, cristiano, si somos fieles al Maestro, si estamos al lado de nuestros hermanos, si obedecemos a los Pastores cuando nos guían, según el mensaje de Cristo, hacia el conocimiento de la verdad plena, hacia la vida verdadera, para el presente y para lo eterno.

 
Imagen de Manfred Antranias Zimmer en Pixabay


 

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