Por Rebeca Reynaud
Jesús habla en el Evangelio de un hombre tenía cien ovejas y pierde una. ¿No buscará a la descarriada? Evidentemente sí. “Y si llega a encontrarla se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se le perdieron. De igual modo el Padre celestial no quiere que se pierdan ni uno solo de estos pequeños (Mt 18, 11-14).
Si en un rebaño se pierde una oveja, es un pequeño drama. Otros animales son capaces de encontrar la manada, pero una oveja sola está verdaderamente perdida. Hace poco fui a un rancho, y un guajolote se separó de su grupo; se puso nervioso y veía a los lejos al grupo, tardó media hora en alcanzarlo porque había alambre, pero logró alcanzarlo.
La parábola habla de los seres humanos que se descarrían. Sin la gracia no pueden encontrar el camino, y, muchas veces, ni se dan cuenta de que están perdidos.
Pedro negó a Jesús. La negación de Pedro es el relato evangélico más detallado de todo el Nuevo Testamento, está en los cuatro evangelios con todas las variantes. Negó y lloró amargamente, pero el dato más importante es ver a dónde se fue a llorar. Lo sabemos por los datos del Evangelio: se fue allí donde estaba el domingo: con los compañeros. Y les contó lo que había hecho ¿podemos imaginarnos a Pedro contándolo a los demás? Ahí no hay culpabilidad, no está pensando en la propia imagen, de lo contrario no lo cuenta allí. Está pensando en la fealdad y malicia de lo hecho. Es algo objetivo, no subjetivo. Y acentuar lo objetivo posibilita una recuperación y una acción de gracias porque se nos han abierto los ojos. La culpabilidad nunca lleva a la acción de gracias, sino todo lo contrario.
En el Nuevo Testamento el pecado no es el lugar de una ruptura, sino todo lo contrario, es el lugar de encuentro con uno mismo, con la propia verdad, la propia objetividad; no con los sueños, no con las justificaciones. Pedro no disimula, lo cuenta todo a sus compañeros y allí se encuentra consigo mismo, con su verdad y con los compañeros, porque en la debilidad nos encontramos y en las diferencias, competimos. En la debilidad, confesamos. Es lo que más nos llega de otra persona, cuando reconoce su vulnerabilidad, su debilidad.
La «repetición», un camino para el cambio
Ni el gran entusiasmo, ni un profundo conocimiento, ni un deseo intenso, sino la prosaica repetición es la única que va desmontando las estructuras de nuestra sensibilidad. A través de la aplicación de los sentidos se puede ir haciendo real el seguimiento de Jesús pobre y humillado. Hay que desmontar una sensibilidad para crear otra. Cuando nuestra sensibilidad va siendo la de Jesús, los deseos se van ordenando desde esta sensibilidad reestructurada. Si mis repugnancias son las de Jesús, mis deseos no irán hacia donde tengo repugnancia.
En los santos nos sorprende la espontaneidad del comportamiento. La perfección está unida a la suavidad, no a la violencia. El que toca el piano o la guitarra es perfecto cuando parece que es otra persona la que está tocando, por la facilidad, la suavidad, con que lo hace, sin tensión ni violencia. Jesús explica el Reino con casos de la realidad. Ninguno de ellos agota el Reino y todos ellos dicen algo de él. Al final pregunta: ¿qué os parece? Sacad las conclusiones.
El pecado, mal ante el cual a veces estamos ciegos
Sólo se accede a la «vergüenza y confusión» desde fuera. Es lo que le pasó a David: se coge a la mujer de Urías, se cepilla al marido y se queda tan tranquilo. Pero llegó Natán y le saca la historieta de la ovejita del otro. Y cuando David ya ha picado en el anzuelo y se indigna de lo ocurrido con la ovejita, le lanza aquello de: «este hombre eres tú». Gran vergüenza y confusión que viene cuando te cogen con las manos en la masa. Y sólo te cogerán, si te pillan desprevenido, sin preparar las justificaciones.
Sólo desde fuera nos vamos haciendo una idea de lo que es el pecado. Entonces objetivamos y nos indignamos de las incongruencias de los demás. Nuestro sistema de evaluación de conductas es impecable; pero cuando pasamos a la nuestra, ya utilizamos otro sistema de valores. Todo queda justificado.
El pecado es noticiable: «fealdad y malicia»
Esto que ha ocurrido, esto que constatamos como pecado ¿cómo ha surgido? ¿qué ha pasado? primero se ha de mirar el lugar donde se ha vivido, la situación, nuestra presencia allí, (accedemos a la interioridad desde fuera). Segundo, las personas con las que se ha tratado, verlas desde fuera, desde la realidad. Tercero, qué pintabas tú allí. El pecado es noticiable, podía haber salido en los periódicos. No es un sentimiento de la conciencia que me remuerde un poco. Es algo real.
Del pecado en abstracto podemos salvarnos y decir que somos pecadores, pero en lo concreto, en lo cometido, nadie se reconoce. En abstracto no tenemos problema para decir que somos egoístas. Lo concreto tiene nombres y apellidos concretos, reales.
La fealdad del pecado sólo la capta la sensibilidad, una estructura concreta de sensibilidad. Un ejemplo de esto lo tenemos en el pecado ecológico, sólo desde la realidad (el destrozo ecológico) se puede llegar al «pecado ecológico»: si nos remitimos a lo vedado, se acabó la búsqueda y la responsabilidad de actuar de un modo ético.
Culpabilidad
La culpabilidad es un fenómeno psicológico peligrosísimo, que no tiene nada que ver con la compunción, con el «intenso dolor y lágrimas de mis pecados». Según Freud, la culpabilidad es un fruto del super-yo, del ideal de mi yo, que se espanta de ver dónde ha caído; lo que está doliendo es la imagen que se ha roto y por ello el super-yo nos castiga; es la necesidad imperiosa de ser castigado. Es una situación peligrosísima porque autodestruye a la persona, la aniquila.
La experiencia de pecado en el Nuevo Testamento no destruye; descubre la propia verdad y la misericordia de Dios, la acogida de Dios a priori, que salva siempre en cualquier circunstancia y reconstruye. Pedro se sensibiliza, pero no al mundo subjetivo de su propia imagen, de su propia coherencia. El intenso dolor y lágrimas no son culpabilizantes, no desembocan en la autodestrucción, sino en la acción de gracias.
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