Por Rebeca Reynaud

Cristo afirma: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14,6) y, en verdad, es el único camino.

La centralidad de la persona de Cristo quiere decir que es a él a quien queremos conocer, tratar y amar y así ir por caminos de contemplación. San Agustín observa que Jesús “es el señor de la Historia y de nuestra historia”. Este santo percibe la historia como un “mosaico” en el que todo adquiere sentido visto desde la perspectiva de Dios y la vida eterna. Cristo es la clave para comprender el orden divino y el propósito de la vida humana.

Una persona dispersa es aquella que está en varias cosas a la vez, sin profundizar en ninguna. Es muy cansado estar en dos o más cosas a la vez, y Jesús nos centra al decir: “Sólo una cosa es necesaria” (Lucas 10,38). En la serie The Chosen, Jesús explica con gran delicadeza, a Marta y a sus discípulos, qué quiere decir esa frase, y termina dándole las gracias a Marta.

En otra escena de la 4ª temporada de The Chosen, Jesús se encuentra con su Madre en Betania. Los discípulos están muy contentos porque celebran la fiesta de Janucá o fiesta de las luces, que recuerda la Dedicación del Templo, después de que los Macabeos recuperan su ciudad, Jerusalén. Allí, en sitio aparte, Cristo le confía a su madre que sus amigos tienen miras humanas, que les falta fe, y eso le duele.

Nos podrían preguntar: ¿Para qué te levantas?, ¿para qué trabajas?, ¿para qué sufres las inclemencias del clima?, para que sobrellevas las asperezas de la vida? Todo es por Jesucristo, quien nos lleva al Padre, es camino de salvación.

Luego, estamos rodeados de la “cultura de la muerte”, la eutanasia, la pornografía, el suicidio, las adicciones, etc. Sin embargo, Dios nos pide que tengamos amor a la vida: a la vida vegetal, animal y racional. Y pienso que todos tenemos amor a la naturaleza y a la vida que habita en ella. Y muchas personas le han respondido a Dios que sí, de tal modo que testifican y han sido mártires, santos y santas.

En general, la centralidad de Cristo es un pilar del cristianismo, y todos los creyentes son llamados a seguirlo y ponerlo en el centro de su vida. Así lo hicieron San Juan Crisóstomo, Santa Teresa, San Pío de Pietrelcina, San Josemaría Escrivá, la beata Guadalupe Ortiz de Landazuri, y quince mil santos y beatos reconocidos. Hay otros santos aún no reconocidos -anónimos- cuyas vidas tuvieron como centro a Jesucristo.

San Juan relata que Jesús dijo que él era el camino, la verdad y la vida (Juan 14,6). Jesús ha dejado en este mundo las huellas limpias de su paso, señales que nadie ha logrado borrar, dice San Josemaría en Amigos de Dios. Él es la única senda que enlaza el cielo con la tierra; lo declara a todos los hombres. Somos nosotros los que a veces no alcanzamos a distinguir su Rostro, por eso podemos decirle como el ciego de nacimiento: “Señor, que vea” (Lucas 18,41). Hay que repasar el ejemplo de Jesús, su abnegación, sus privaciones: hambre, sed, fatiga, calor, sueño, malos tratos, incomprensiones, lágrimas; y su alegría de salvar a la humanidad entera.

En una entrevista, Vittorio Messori dice: ¿Cuándo decidí aceptar la Iglesia? Cuando, al reflexionar sobre el Evangelio, me di cuenta de que el Dios de Jesús es un Dios que quiso necesitar a los hombres, que no quiso hacerlo todo solo, sino que quiso confiar su mensaje y los signos de su gracia -los sacramentos- a una comunidad humana. Es decir, si uno reflexiona bien, acepta la Iglesia no porque la ame, sino porque forma parte del proyecto de Dios. Me ha costado muchos años entenderlo, pero ahora estoy convencido de que, sin la mediación de un grupo humano, en el fondo no tomaríamos en serio la mediación de Jesús.

El camino que debemos recorrer está sintetizado en los Mandamientos; la verdad que debemos creer, es enseñada por la Iglesia en el Credo, el Evangelio y los dogmas; la vida que nos obtuvo Jesús está en los sacramentos y en la vida de trato con Jesús. Y esto viene muy bien explicado en el Catecismo de la Iglesia Católica, versión oficial.

La Virgen aceptó entregarle todo a Dios. Todo ha venido de Cristo incluso María; todo ha venido de María, incluso Cristo.

 


 

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