Por Arturo Zárate Ruiz

Tan verdadera y hermosa la fe que no dejo de sorprenderme cuando veo a personas que no la abrazan.

Vale la pena revisar lo que estas personas podrían considerar “razones”.

Un profesor mío investigó eso de no sentirse lo bastante bien recibidos en la comunidad y el templo. Puede ocurrir. Y no hablo sólo de algunos de misa diaria que no saludan a los desconocidos, sino inclusive manifiestan incomodidad por la presencia de pobres o de gente que no goza de sus simpatías. Me acuerdo de una parroquiana en Estados Unidos que no quería que un negro se sentase al lado de ella en la Misa. El cura le advirtió que muy probablemente ese negro iría al Cielo, donde, por no querer ella encontrarse con él, ella quedaría fuera, muy a su racista gusto. El problema, en el contexto de abandonar la fe, es que, en cualesquier casos, ya la racista, ya el negro, podrían acabar aquí en la Tierra yendo a otro templo para evitarse el uno a la otra.

Hablemos de México. Hay que advertir que el clasismo aquí no sólo consiste en el desprecio de los ricos a los pobres. También se da éste viceversa, especialmente cuando se demoniza a los adinerados y se les acusa injustamente de ladrones. No sorprende que lo hagan gobernantes populistas que dicen amparar a los menos afortunados. Lo que me preocupa ahora es cuando algunos líderes religiosos dejan a Cristo por Marx e insultan en el mismo templo aun a los clasemedieros. Los “ricos” así vejados no tienen, entonces, mucho ánimo de presentarse allí.

Ahora bien, aunque se den “razones” como éstas para sentirse rechazados en el templo, y parte de nuestra presencia allí es ser Iglesia, insertarse en el Pueblo de Dios, uno acude al templo primordialmente a adorar a Dios, y alimentarse con su Palabra y la Eucaristía, no a conversar con los compadres. Conviene, pues, sobreponerse a estos “rechazos”. Es Dios quien nos acompaña y quien en su Misericordia abrirá los ojos y el corazón a los racistas y clasistas para su conversión. Son ellos quienes, por su conducta, se separan de la Iglesia, no nosotros.

También hay personas que no les gusta la fe por sus estándares morales. No es que la Iglesia rechace al pecador, pues siempre les abre sus brazos. Les enoja que la Iglesia denuncie el pecado y les ofrezca a los pecadores los medios para su conversión. Sucede que algunos de ellos no quieren convertirse porque piensan que su conducta no es pecaminosa, por ejemplo, que su adulterio es amor. Que la Iglesia les proponga la renuncia a sus pecados les hace preguntar «¿cuáles pecados?, si somos buenísimos.» Así, renuncian éstos a la fe porque quieren una Iglesia que se acomode a sus fantasías.

A veces el rechazo sigue a confundir la fe con el fundamentalismo de algunos que se dicen cristianos. Algunos impostores dicen, por ejemplo, que todo alcohol es del demonio, cuando el problema es su abuso, el emborracharse o incluso caer en el alcoholismo. Quienes beben con moderación justamente se apartan de la “fe” del impostor por no ser ésta verdadera. Huyen ciertamente de fundamentalistas, tal vez con previos problemas de alcoholismo, que reducen todo pecado a beber una copita. Ponerle el cuerno a la esposa ni siquiera es asunto de la preocupación del impostor. Con sus predicas atrae a otros con similares problemas de alcoholismo, como si fuera el único, como si la verdadera Iglesia no pudiera ofrecerles mejores remedios. He allí los frecuentes sacramentos de la reconciliación y de la comunión; he allí la escucha de la Palabra; así la Iglesia sana toda variedad de pecados.

También la soberbia del que se cree “sabio” lo hace apartarse de la fe. Sobran hoy personas que, por decirse “científicos”, no admiten más saberes que el suyo. Incluso hablan de la misma ciencia como un “constructo social” cuya verdad no tiene más validez que el que un grupo lo abrace en un momento y luego no. Para ellos el círculo sería cuadrado si una comunidad de expertos lo acepta; si no, no. Esa comunidad de expertos podría ser no mayor que el “científico” mismo (lo que para él sería muy cómodo). Sí así éste y otros tratan al círculo, no debe sorprendernos que más fácilmente trivialicen la Trinidad. Abandonan así la fe o inventan una a su conveniencia.

Para bien la fe sigue siendo un don de Dios, no un asunto que se produzca por iniciativas humanas. Dios siempre se nos adelanta. Y siempre, justo en la Cruz, triunfa.

 
Imagen de Leonhard Niederwimmer en Pixabay


 

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