Por Jaime Septién
Desde hace tiempo me venía taladrando la idea de que existe una confabulación para hacernos sentir y creer que las cosas son así, que la humanidad está confeccionada de tal modo que el mal triunfa sobre el bien y que México no tiene remedio. Mejor quedarme en casa, no levantar la voz. De nada sirve. Miles de correos electrónicos y grupos de WhatsApp machacan a diario la conciencia posible. Ya está todo perdido y el que se niegue a aceptar la situación o es un iluso o definitivamente le falta cerebro.
Hablando para quienes se reunieron con motivo de la presentación de la candidatura del proyecto “Gestos de acogida”, de la isla de Lampedusa (Italia), a la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO, el Papa León XIV retomó la denuncia de Francisco contra la globalización de la indiferencia, que hoy —advirtió— parece haberse convertido en una “globalización de la impotencia”. No se trata solo de ignorar el dolor inocente, sino de quedar paralizados, silenciosos, resignados a que nada puede cambiar.
“La globalización de la impotencia es hija de una mentira: que la historia siempre fue así, que la escriben los vencedores. Pero no es cierto: la historia es devastada por los prepotentes, pero la salvan los humildes, los justos, los mártires. En ellos el bien resplandece y la auténtica humanidad resiste y se renueva”.
¡Qué maravillosa reflexión! Lampedusa es el sitio de llegada de cientos de migrantes que huyen desesperados de las guerras, la violencia, la pobreza. Y ahí hay personas que los acogen, que los quieren. Es un gesto de esperanza que derrota todos los catastrofismos, todas las teorías conspiratorias, los pesimismos, los “ya ni para qué te preocupas”.
¿Resignados? Eso no es de cristianos. Un solo abrazo y la mentira del pesimismo cae con un castillo de naipes.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de septiembre de 2025 No. 1576