Durante la vigilia de oración en la Basílica de San Pedro, dos esposas y madres contaron, con valentía y emoción, el camino que las llevó a encontrarse con los asesinos de sus seres queridos. Lucia Di Mauro es hoy llamada «abuela» por los hijos de Antonio, quien participó en el asesinato de su esposo Gaetano; Diane Foley se reunió con uno de los yihadistas que primero secuestraron y luego asesinaron a su hijo Jim, el periodista estadounidense que fue una de las primeras víctimas del ISIS.
Por Benedetta Capelli – Vatican News
No es fácil hablar del duelo, el dolor y la desesperación, pero dos mujeres, Lucia Di Mauro y Diane Foley, sienten desde hace tiempo el deber de ofrecer una narrativa diferente de la muerte, de dejar entrever el poder de la luz y la fe que las ha acariciado en los momentos más duros de su vida. Ambas han compartido en la tarde de ayer, 15 de septiembre, su experiencia ante el Papa León XIV en la Basílica Vaticana, durante la Vigilia de oración del Jubileo de la Consolación.
Lucía y el camino del dolor
«Hoy, en el Jubileo de la Consolación, siento un fuerte vínculo entre mi experiencia y este momento tan especial. La consolación no borra el dolor, pero nos da la fuerza para atravesarlo, transformarlo y devolver la vida a lo que parecía perdido». La experiencia de Lucía Di Mauro es la de una mujer a la que, hace 16 años, cuatro jóvenes asesinaron a su esposo Gaetano Montanino, guardia de seguridad de 45 años, tiroteado mientras estaba de servicio en Nápoles. Habla de un dolor que le quita el aliento, se describe como «enterrada bajo una piedra muy pesada». La fe la ayuda a no ceder a la ira y a afrontar la prueba con valentía, fortalecida por su experiencia como trabajadora social, que le lleva a comprender la responsabilidad de los adultos detrás de las acciones de esos chicos. «Sabía que tarde o temprano esos jóvenes saldrían de la cárcel, pero tenían que salir mejorados, para romper la cadena del mal. La sangre derramada no debía quedarse ahí, sino generar un renacimiento».
Romper la cadena de violencia
Antonio, el más joven del grupo, ingresó a los 17 años en la prisión de Nisida para cumplir una condena de 22 años, poco antes de convertirse en padre. Tenía un pasado difícil, era huérfano de padre y había crecido en un barrio complicado. En la cárcel comienza un proceso de recuperación y siente la necesidad de buscar el perdón de la familia de Gaetano. «Antes de conocerlo, explica Luisa, tenía miedo, porque me lo imaginaba como un monstruo. Lo vi por primera vez en una manifestación de Libera en el paseo marítimo de Nápoles. Delante de mí encontré a un chico que temblaba, que lloraba, que pedía perdón, y lo único que pude hacer fue darle un largo abrazo». En ese preciso momento nace el camino de la Justicia Reparadora, «un camino en el que el dolor es acogido y transformado a través del encuentro, la escucha y el diálogo». «No es venganza —continúa la mujer—, no es solo perdón, es reconciliación. Es devolver la dignidad y el futuro». El compromiso de Lucía encuentra su hogar en la asociación Libera de don Luigi Ciotti, ella cuenta su historia en las escuelas, acompaña a Antonio en el camino del renacimiento. «Cada chico que se equivoca, cada joven que cae —subraya Lucía— puede renacer si alguien cree en él, si alguien le tiende la mano, si alguien lo acompaña de verdad. Ayudar a los chicos encarcelados a cambiar de mentalidad significa romper la cadena de la violencia, dar sentido al dolor, devolver la vida».

Diane Foley (primera a la izquierda) y Luisa Di Mauro (última a la derecha) rezando en la Basílica de San Pedro. (@Vatican Media)
Diane, una madre que ama
En su testimonio, Diane Foley entrelaza la historia personal de una madre sometida a la prueba más dura —la muerte de un hijo— con el dolor de María bajo la cruz, el Vía Crucis de Jesús hasta su pasión. Cuenta la historia de su hijo mayor, James Wright Foley, que en 2012 fue secuestrado mientras trabajaba como reportero independiente de guerra en Siria. «Durante casi dos años —explica— fue reducido al hambre, torturado y finalmente —públicamente— decapitado en agosto de 2014, por ser periodista estadounidense y cristiano». Un dolor inmenso que tuvo un prólogo cuando Jim fue secuestrado en Libia durante 44 días y luego liberado. Al regresar a casa, el joven se mostró diferente, con una fe más profunda que había madurado durante su cautiverio, esa experiencia lo había impulsado a seguir dando «voz a los que no tienen voz». A pesar de las súplicas de su madre, Jim partió hacia Siria y el 22 de noviembre de 2012 fue secuestrado. Diane cuenta que se produjo un largo silencio al que ella no se rindió, buscando ayuda en Washington, en las Naciones Unidas y en el Reino Unido, en Francia y en España, porque de esos países procedían otros ciudadanos secuestrados por el ISIS.
Esperanza y sanación
No deja de rezar sin cesar, pidiendo a Dios que salve a Jim, pero entonces llega de repente la noticia de su violenta muerte. «Estaba en estado de shock, incrédula. La ira —cuenta Diane— crecía dentro de mí: ira hacia el ISIS, hacia nuestro gobierno, hacia aquellos que se negaban a ayudar». Sin embargo, a pesar de todo, sigue rezando y esta vez le pide al Señor que no la consuma la ira, se dirige a María, sintiéndola cerca como la madre que sufre por su hijo. Pasan los años y dos de los yihadistas que secuestraron y torturaron a Jim son arrestados y juzgados en Virginia. Entre ellos se encuentra Alexanda Kotey, que se declara culpable y pide reunirse con las familias a las que ha hecho daño. La entrevista se desarrolla entre el miedo y la incertidumbre, Diane cuenta quién era Jim y siente que está viviendo un momento de gracia. «El Espíritu Santo nos permitió a ambos escucharnos mutuamente, llorar y compartir nuestras historias. Alexanda expresó mucho remordimiento. Dios me ha dado la gracia de verlo como un pecador necesitado de misericordia, igual que yo». Tres semanas después, Diane crea una fundación dedicada a su hijo. «Cada uno de nosotros —concluye la mujer— lleva una cruz. Todos sufrimos por nuestros pecados, pero cuando invitamos a Jesús y a María a caminar con nosotros, siempre hay esperanza y sanación».
Imagen de elizabethalliburton en Pixabay