Por P. Fernando Pascual
Causa desconcierto y rabia ver cómo las autoridades, en sus diferentes niveles, gastan dinero en conceptos o partidas perfectamente prescindibles, mientras falta dinero para partidas muy necesarias para el bien común.
Así, por ejemplo, hay gobiernos que invierten en actividades culturales sin mucho interés por parte de la gente, mientras no implementan un buen plan para detectar rápidamente el inicio de incendios forestales.
O hay gobiernos que gastan dinero en “propaganda institucional”, cuando en los hospitales faltan estructuras para una mejor atención de los pacientes.
No faltan gobiernos y parlamentos que se dan prisa en aumentar sus propios salarios, mientras miles de pensionistas apenas pueden sobrevivir con lo que reciben cada mes.
Incluso se invierte en complejos sistemas de armas, algunas de las cuales vendidas para mantener en pie guerras absurdas, mientras las calles están llenas de baches y hay niños que no pueden ir a la escuela.
La lista podría hacerse mucho más larga, pero muestra cómo el dinero, que está ahí, es usado de modos contrarios al bien común, si es que no se llega al absurdo de usarlo para opciones claramente negativas.
Muchos se preguntan cómo los políticos y administradores públicos toman sus decisiones, y en qué medida conocen los problemas reales de los ayuntamientos, las regiones, el Estado, y los ciudadanos de a pie.
Desearíamos gobernantes que sepan usar el dinero para el bien de la gente, y no para intereses personales, o para asuntos ideológicos, o para propagandas malsanas, o para opciones claramente superfluas.
Solo con gobernantes que sepan escuchar las necesidades de las personas concretas y que amen la justicia, será posible un uso de los recursos económicos para promover el bienestar común y para ayudar, sobre todo, a las franjas más necesitadas de la población.