Por Jaime Septién

Hubo quienes albergaron esperanzas (vanas) de que su animadversión al primer Papa latinoamericano fuera a ser justificada por León XIV. Pobres. Se quedaron con un palmo de narices. Dos cosas. En su primera aparición, Robert Francis Prevost habló en italiano –el idioma cuasi oficial de la Iglesia, dado que el Papa es obispo de Roma—y en español (porque, además de haber nacido en Chicago, tomó la ciudadanía peruana cuando fue obispo de Chiclayo). Y en su primera exhortación apostólica, Dilexi te (Te amó) lo dijo expresamente: nació del último proyecto del papa Francisco y está centrada en el amor de Cristo hacia los pobres.

Estos papistas que le quieren enmendar la papeleta al Espíritu Santo (consideran que la infalibilidad del Papa ensombrece su propia infalibilidad) cada vez están más alejados de la Iglesia católica. Le hacen un daño enorme. Se les olvida (culposamente) que la Iglesia tiene una opción preferencial. Y esa opción no es otra que la de los pobres.

León XIV ha sido clarísimo: “Estoy convencido de que la opción preferencial por los pobres genera una renovación extraordinaria tanto en la Iglesia como en la sociedad, cuando somos capaces de liberarnos de la autorreferencialidad y conseguimos escuchar su grito”. Ahí está lo esencial: la Iglesia y la sociedad no serán capaces de renovarse si no dejan de mirarse al ombligo, de verse en el espejo y como Narciso enamorarse de su propia imagen.

El optimismo que emana de la primera exhortación apostólica de León XIV es un golpe durísimo a los pesimistas que ven que la Iglesia católica no obedece a sus deseos. Y como no lo hace, la encuentran enferma. Y es cierto. El Papa Francisco prefería una Iglesia enferma pero cercana a los pobres que una Iglesia que practique la pastoral del privilegio, una pastoral que nada tiene que ver con Jesús.

La del siglo XXI curiosamente es una Iglesia guadalupana. No lo dice León XIV como tal, pero se entiende por la hermosa herencia de nuestra morenita del Tepeyac: “… una Iglesia que no pone límites al amor, que no conoce enemigos a los que combatir, sino sólo hombres y mujeres a los que amar, es la Iglesia que el mundo necesita hoy”. Rabiosamente.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de octubre de 2025 No. 1579

 


 

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