Por Redacción El Observador

En abril (2025), la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB) publicó un reporte sobre cuál sería el impacto que las deportaciones masivas podrían tener sobre las familias cristianas y las comunidades religiosas en el país.

El documento titulado “Una parte del cuerpo: el impacto potencial de las deportaciones en las familias cristianas estadounidenses”, desarrollado en colaboración con la Asociación Nacional de Evangélicos, la organización cristiana World Relief y la universidad evangélica Gordon-Conwell Theological Seminary, muestra que uno de cada doce cristianos de Estados Unidos está en riesgo de ser deportado o vive en un hogar con una persona que se encuentra en tal situación.

Para el caso específico de los católicos, las cifras son aún más alarmantes, pues una de cada cinco personas enfrenta ese peligro. Otro hallazgo relevante del reporte es que el 80% de los inmigrantes susceptibles de ser deportados son cristianos y, de hecho, el 61% son católicos, lo que significa más de la mitad del total.

En el preámbulo, el obispo Mark Seitz de la diócesis de El Paso, Texas, hace un llamado a balancear la justicia con la compasión: “La deportación es tan solo una de múltiples vías para alcanzar este balance. Si bien este reporte no discute ni evalúa alternativas a la deportación, ya existen numerosas propuestas valiosas que ofrecerían oportunidades a los inmigrantes indocumentados para regularizar su estatus migratorio. Estas propuestas deben formar parte del debate sobre política migratoria”.

Una Iglesia desmembrada

Con el paso de los días y los meses, el compromiso repetido del presidente Donald Trump de llevar a cabo “la mayor deportación en la historia de Estados Unidos”, ha dejado como saldo la expulsión, de enero a la fecha, de cerca de 200 mil personas, de las cuales casi 109 mil son mexicanos, aunque esta no es la cifra más alta en 36 años de acuerdo a datos oficiales del gobierno mexicano.

Faltando tres meses para que concluya el 2025, ésta es la cifra más baja de paisanos devueltos desde 1989; ya en un periodo anual, el registro menor era el de 2017, con 167 mil 64 deportados.

Hasta ahora, el periodo gubernamental en el que se deportaron a más migrantes desde Estados Unidos es el de Bill Clinton, en cuya administración fueron devueltos siete millones 447 mil 247 paisanos; el segundo es el de George W. Bush, con cuatro millones 653 mil 516; con Barack Obama, dos millones 848 mil 937, y en la primera de Bush, dos millones 656 mil 701.

Durante el primer periodo de Trump se deportaron a 766 mil 55 connacionales; para el de su sucesor, Joe Biden, la cifra creció a 891 mil 503 mexicanos.

Para la Iglesia estas no son solo cifras, son personas despojadas de su dignidad, familias separadas de sus anhelos y sueños; una parte del “cuerpo” de la Iglesia, como lo describe el apóstol Pablo: “un solo cuerpo” que “no está formado por un solo miembro, sino por muchos”, cada uno de los cuales es distinto y, sin embargo, interdependiente de los otros (1 Cor. 12:13-14).

Cuando a un miembro de una familia se le ordena ser deportado, la familia enfrenta un dilema: en algunos casos, un esposo ciudadano estadounidense decide expatriarse junto con su esposa, pero eso puede significar dejar atrás su trabajo y los medios para mantener a la familia, tener que adaptarse a una nueva cultura y lengua y, potencialmente, vivir con las mismas amenazas a su seguridad pública o salud que llevaron a su esposa a migrar en primer lugar.

Cuando hay hijos ciudadanos estadounidenses involucrados, las decisiones pueden ser aún más difíciles: algunas familias se repatrían juntas, evitando la separación, pero otras toman la difícil decisión de que un padre que no enfrenta deportación se quede con los hijos ciudadanos estadounidenses, o de buscar un familiar o incluso una familia de acogida para cuidar de sus hijos, de manera que puedan beneficiarse de la relativa seguridad, las oportunidades educativas y el bienestar económico disponibles en Estados Unidos, pero no en el país de origen de sus padres.

Los inmigrantes en Estados Unidos, provenientes de distintos países, forman parte integral del Cuerpo de Cristo. La mayoría, según el reporte, está establecido de manera legal, ya sea como ciudadanos naturalizados, residentes permanentes, refugiados reasentados u otros con estatus legal permanente. Pero una parte de ellos siguen siendo vulnerables a la deportación.

Los niños

De acuerdo con el informe de la USCCB, el 8 por ciento de todos los cristianos en Estados Unidos están personalmente en riesgo de deportación o forman parte del hogar de alguien en riesgo de deportación. Esto equivale a uno de cada 12 cristianos en EU, incluyendo uno de cada 18 cristianos evangélicos y casi uno de cada cinco católicos, que son vulnerables a la deportación o podrían perder al menos a un miembro de su familia si el gobierno de Estados Unidos deportara a todos los vulnerables sin ningún cambio en la ley.

El sector más afectado es el de los niños. Hasta el mes de julio, al menos 12 mil menores de edad enfrentan una condición de orfandad por la deportación a México de alguno de sus padres.

Y es que lo que comenzó en contra de aquellos migrantes con antecedentes penales violentos o recién instalados en el país, se fue recrudeciendo. Hoy los agentes del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE), arrestan a muchos migrantes que han vivido en el país durante una década o más sin antecedentes penales, para ser deportados incluso en días. Situación que deja a sus hijos en total abandono.

Por ley, los padres indocumentados deben tener tiempo para encontrar un cuidador adecuado o planificar el viaje de sus hijos. Sin embargo, algunos padres detenidos han alegado que no se les concedieron dichas adaptaciones, según abogados de inmigración y relatos detallados en entrevistas y campañas de recaudación de fondos en línea.

Misioneros de esperanza

Hoy 5 de octubre, mientras usted lee este reportaje, en Roma se está celebrando el Jubileo de los Migrantes. Comunidades de todo el mundo unidas en oración para lo que es, desde hace años, una tarea constante por parte de la Iglesia. Y aunque en algunas regiones la necesidad es mayor debido a las políticas gubernamentales, los conflictos sociales y económicos, todos son parte de “un solo cuerpo”.

A propósito, en el mes de julio el Papa León XIV dio a conocer el mensaje para esta Jornada, donde destaca la importancia de que “crezca en el corazón de la mayoría el deseo de esperar un futuro de dignidad y paz para todos los seres humanos”, sobre todo en un contexto como el actual, minado por guerras, violencia, injusticias y fenómenos climáticos extremos: esta es la premisa a partir de la cual se desarrollan las consideraciones del texto “Migrantes, misioneros de esperanza”.

“En un mundo oscurecido por guerras e injusticias, incluso allí donde todo parece perdido, los migrantes y refugiados se erigen como mensajeros de esperanza. Su valentía y tenacidad son un testimonio heroico de una fe que ve más allá de lo que nuestros ojos pueden ver y que les da la fuerza para desafiar la muerte en las diferentes rutas migratorias contemporáneas. También aquí es posible encontrar una clara analogía con la experiencia del pueblo de Israel errante por el desierto, que afronta todos los peligros confiando en la protección del Señor: «Él te librará de la red del cazador, y de la peste perniciosa; te cubrirá con sus plumas, y hallarás un refugio bajo sus alas. Su brazo es escudo y coraza. No temerás los terrores de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que acecha en las tinieblas, ni la plaga que devasta a pleno sol» (Sal 91,3-6)”.

De manera particular, el Papa León destaca en su mensaje que “los migrantes y refugiados católicos pueden convertirse hoy en misioneros de esperanza en los países que los acogen, llevando adelante nuevos caminos de fe allí donde el mensaje de Jesucristo aún no ha llegado o iniciando diálogos interreligiosos basados en la vida cotidiana y la búsqueda de valores comunes. En efecto, con su entusiasmo espiritual y su dinamismo, pueden contribuir a revitalizar comunidades eclesiales rígidas y cansadas, en las que avanza amenazadoramente el desierto espiritual. Su presencia debe ser reconocida y apreciada como una verdadera bendición divina, una oportunidad para abrirse a la gracia de Dios, que da nueva energía y esperanza a su Iglesia”.

Y recuerda a las comunidades que los acogen, que también “pueden ser un testimonio vivo de esperanza. Esperanza entendida como promesa de un presente y un futuro en el que se reconozca la dignidad de todos como hijos de Dios. De este modo, los migrantes y refugiados son reconocidos como hermanos y hermanas, parte de una familia en la que pueden expresar sus talentos y participar plenamente en la vida comunitaria”.

Muchos son los factores que determinan los movimientos de población, que pueden ser voluntarios o forzosos, siendo estos últimos “resultado de desastres, crisis económicas y situaciones de pobreza extrema o conflicto, cuya magnitud y frecuencia no dejan de aumentar”, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Por la cercanía con los Estados Unidos, son los migrantes latinos los que ocupan nuestra atención, pero la OIM calcula que, a mediados de 2020, había cerca de 280.6 millones de migrantes internacionales a nivel global, cifra que crece año tras año y que representa el 3.6% de la población mundial. En 2010 era de 221 millones y en el año 2000, de 173.2 millones.

A donde quiera que vayan, los migrantes y refugiados deberían ser reconocidos como hermanos y hermanas, parte de una familia en la que pueden expresar sus talentos y participar plenamente en la vida comunitaria.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 5 de octubre de 2025 No. 1578

 


 

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