Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

El 28 de octubre de 2025 se cumple el 60° aniversario de la Declaración sobre “la gravísima importancia de la educación en la vida del ser humano” del Concilio Vaticano II. Con esta ocasión el papa León XIV escribió una “Carta Apostólica” que tituló: “Diseñar Nuevos Mapas de Esperanza” y que tiene fecha del 27 de octubre de este año. Él mismo anunció su publicación en el encuentro con los educadores con motivo del “Jubileo del Mundo Educativo” el 31 del mismo mes.

En este último documento el Papa, como buen agustiniano y maestro él mismo, nos comparte su experiencia y la enseñanza del santo patrono de su orden religiosa en el campo de la enseñanza. Retomo aquí algunos puntos de su discurso a los educadores que, dice, “considera fundamentales para la educación cristiana”. Son cuatro:

1° La interioridad. Comienza con una cita de san Agustín a sus oyentes: “El sonido de nuestras palabras golpea los oídos de ustedes, pero el verdadero Maestro está dentro”, y añade: “a los que no enseña interiormente el Espíritu Santo, regresan con la misma ignorancia”. Y comenta el Papa: “Es un error pensar que para enseñar son suficientes palabras bonitas o aulas escolares en buen estado, laboratorios o bibliotecas. Estos son medios y espacio físicos, ciertamente útiles, pero el Maestro está dentro”. Ya santo Tomás había dicho que la verdad, cualquiera que sea su origen, proviene del Espíritu Santo, y el Papa añade: “la verdad no circula por los pasillos, sino en el encuentro profundo con las personas, sin el cual cualquier propuesta educativa está destinada al fracaso”.

2° La Unidad. Y nos recuerda el Papa su lema, también agustiniano: In Illo uno unum, que significa: sólo en Cristo encontramos la unidad, pues “somos miembros unidos a la Cabeza y compañeros de camino en el proceso de continuo aprendizaje de la vida. Este es el gran desafío que nos plantea san Agustín para “salir de uno mismo”, y como estímulo para crecer y hacer de nuestra vida un servicio a los demás. Y explica: “Tu alma, no es tuya propia, sino de todos tus hermanos”. Sin la superación del egoísmo no puede haber verdadera educación cristiana.

3° El Amor. Por tanto, se impone el dístico agustiniano: “El amor a Dios es lo primero en el orden de lo mandado; el amor al prójimo, en cambio, es primero en el orden de la acción”. Compartir el conocimiento no basta para enseñar, se necesita el amor. Sólo así el conocimiento será provechoso para quien lo recibe, en sí mismo y, sobre todo, por la caridad que comunica. La enseñanza nunca puede separarse del amor. Enseñar con amor es el secreto, pero “una de las dificultades actuales de nuestras sociedades es no saber valorar suficientemente la gran contribución que maestros y educadores brindan a la comunidad en este sentido. Dañar el papel social y cultural de los formadores es hipotecar el propio futuro… y la esperanza”.

4° La Alegría. Donde hay amor reina la alegría, decimos. “Los verdaderos maestros educan con una sonrisa, y su apuesta es lograr despertar sonrisas en el fondo del alma de sus discípulos”. Hoy es de preocupar la “fragilidad interior generalizada” (amargura, tristeza, soledad, miedo) “y debemos identificar y curar sus causas. Cuidado: “La inteligencia artificial, con su preferencia técnica, “puede aislar aún más a los estudiantes ya aislados”. En cambio, el compromiso de los educadores es ante todo “humano”, y la alegría misma del proceso educativo es plenamente humana, una llama que “funde las almas y de muchas hace una sola”, decía san Agustín en sus Confesiones.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de noviembre de 2025 No. 1584

Por favor, síguenos y comparte: