Entrevista del Periódico Presencia al padre Eduardo Hayen sobre algunas cuestiones escatológicas

¿Existen las almas en pena?

La respuesta es que no existen las almas en pena. El tema ha suscitado controversia dentro de la misma Iglesia Católica. Algunos obispos, teólogos y exorcistas se han pronunciado sobre este tópico causando confusión entre los fieles.

Para entender a lo que se le llama un «alma en pena» o un «alma errante» primero debemos conocer la enseñanza del Magisterio sobre lo que sucede después de la muerte, y esto es el Juicio Particular: con la muerte se separa el alma del cuerpo para ser juzgada en la presencia de Dios y recibir la sentencia sobre su destino eterno. «Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio.» (Heb 9,27). Es dogma de fe que «Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre» (Catecismo de la Iglesia n. 1022).

¿Cuál es la confusión actual sobre las almas en pena?

Según la opinión de algunos teólogos y exorcistas, como los sacerdotes españoles Javier Luzón y José Antonio Fortea, las almas errantes son almas humanas que después de la muerte no fueron condenadas al infierno ni tampoco están plenamente purificadas para ir al cielo, sino que vagan por la tierra buscando las oraciones de los vivos. Incluso pueden llegar a poseer a una persona en la tierra, a la manera en que lo puede hacer un demonio.

Otro teólogo que está en la misma línea es el francés Arnaud Dumouch quien afirma que las almas errantes no están preparadas para el juicio particular. Según su teoría, la muerte física ocurre en el instante en que el alma se separa del cuerpo; en cambio la muerte teológica es un proceso después de la muerte física en el que el alma tomará su decisión: con Dios o contra Dios. Esta opción definitiva del alma, según Dumouch, no necesariamente se toma justo después de la muerte física. Estas teorías contradicen el Magisterio de la Iglesia.

¿Enseña la Biblia que el juicio particular ocurre inmediatamente después de la muerte?

Así es: «Para el que teme al Señor, todo irá bien al fin, en el día de su muerte se le bendecirá» (Eclo 1,13). Jesús cuenta la historia del pobre Lázaro que es llevado al seno de Abraham inmediatamente después de su muerte mientras que el rico es inmediatamente entregado a los tormentos del infierno (Lc 16,22). Luego Jesús dice al buen ladrón: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). San Pablo enseña que con la muerte cesa el estado de fe y comienza el de la contemplación (2Cor 5,7; 1Cor 13,12).

¿Por qué, entonces, es imposible la existencia de las almas en pena?

Santo Tomás de Aquino dice que si el alma no fuera juzgada inmediatamente después de la muerte, su destino permanecería incierto durante un tiempo, lo cual sería un premio para los malvados ya que se les atrasaría el castigo; y sería un castigo para los que obraron el bien pues se les atrasaría la recompensa. Esto parece contrario a la sabiduría, a la justicia y a la misericordia de Dios. Luego, lo más probable es que estas almas sean juzgadas y sentenciadas inmediatamente» (III S. Th., q. 59 a. 5).

¿Entonces no hay una segunda oportunidad para la conversión después de la muerte?

No la hay. Podríamos pensar que si Dios atrasa el juicio particular de alguien se trata de un acto de misericordia. Pero ¿por qué lo haría con ciertas almas y con otras no? La Iglesia nos enseña que el estado de vía del hombre termina con la muerte, de modo que, después de morir, el hombre no puede merecer ni desmerecer. Esto es porque el alma queda fijada en la elección que libremente realizó antes de morir. Si Dios quisiera concederles una segunda oportunidad los regresaría a la vida en la tierra. No hay motivo para creer, entonces, que Dios pospone el juicio particular de un alma.

¿Puede un alma humana poseer a una persona, como el demonio lo hace?

Absolutamente no. Cuando en los exorcismos el poseso dice que su nombre es «Judas» o «Hitler» o «Pancho Villa» o cualquier otro personaje de la historia, está mintiendo. Le encanta engañar y por eso lo llamamos «el padre de la mentira». El Ritual del exorcismo de 1614 advierte explícitamente al exorcista que no debe creer al demonio cuando afirma ser el alma de un difunto, de un santo o de un ángel bueno.

¿Qué pasa con las personas que aseguran ver fantasmas o personas que han muerto?

Esas personas no deben creer que se trata, literalmente, de una persona fallecida. Es posible que alguien tenga sueños con algún familiar o amigo difunto, a mí me ha sucedido en varias ocasiones; pero las almas separadas del cuerpo no tienen ninguna facultad para actuar en el mundo sin la mediación del cuerpo, ni pueden ejercer actividad sobre la materia. Si algunas almas se manifiestan, como ha ocurrido en las vidas de algunos santos, es únicamente por permisión divina, lo que es raro, o bien, se trataría de un engaño diabólico.

¿Alguna cuestión que desee compartir para orientar a los fieles?

Debido a que el tema de los fantasmas o almas en pena suelen suscitar interés en buena parte de los fieles, hemos de evitar toda tentación de invocar a los difuntos. La Iglesia nos enseña en el Catecismo a evitar toda forma de adivinación y evocación de los muertos, incluyendo el espiritismo. Esto es contrario al primer mandamiento y supone poder controlar fuerzas ocultas, lo cual es abrir ventanas a influencias demoníacas y a desviar nuestra fe de la comunión con Dios. Por eso es pecado mortal.

Por el contrario, la Iglesia nos alienta a orar por los difuntos y a pedir la intercesión de los santos, pero nunca intentar contactarlos por medio de la ouija, médiums, péndulos o sesiones espiritistas. Lo mejor para llevar una vida sin sobresaltos o temores, y vivir en paz y alegría, es cultivar, en una vida de oración y alimentada por los sacramentos, un creciente amor y confianza a Jesucristo, único Señor y Salvador de los hombres, y a su Madre Santísima.

 
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