Por Francisco Xavier Sánchez |

En estos últimos días hemos seguido por los medios de comunicación, noticias sobre el conflicto bélico que se está viviendo en Israel al mismo tiempo que la final de la copa del mundo de futbol. Dos acontecimientos mundiales muy distintos: el deporte y la guerra, pero que tienen un elemento común y que es fomentar el nacionalismo.

Hace tiempo –nos cuenta el libro del Génesis– hubo un grupo de hombres que gracias al dominio de la tecnología (aprendieron a coser ladrillos), quisieron sobreponerse orgullosamente a los demás pueblos construyendo una torre que llegara hasta el cielo. El “castigo” que les impuso Dios por su soberbia, fue que aprendieran a hablar lenguas nuevas. De esta manera ese castigo a la larga fue una “bendición”, ya que tuvieron que abrirse a otras culturas, otras lenguas, otras maneras de vivir.

El problema por el que ahora se están matando nuestros hermanos semitas, es un problema de tierra. La posesión de la “Tierra Santa” de Israel. ¿Se puede justificar la muerte del otro por un puñado de tierra? Me parece que no, y esto “aún” tratándose de la Tierra Santa de Israel. Ya que toda la tierra es santa cuando en ella encontramos a un hermano, y la volvemos maldita cuando la regamos con sangre.

El mundo –y en buena parte el cristianismo– tiene una responsabilidad muy grande al haber fomentado el antisemitismo durante muchos siglos. Los 6 millones de judíos asesinados durante la Segunda Guerra Mundial dan prueba de esto. Israel ahora es una nación fuerte económica y militarmente, pero no debe olvidar que ellos también fueron pobres, perseguidos y vivieron en cautiverio. Tres adolescentes judíos, asesinados recientemente por extremistas palestinos, no valen ni más ni menos que los cientos de niños y adolescentes palestinos asesinados últimamente. Ambos son seres humanos hijos del mismo Dios, llámesele como se le llame.

El apego a una tierra, a una camiseta, a un color de piel, o a una lengua, llevados al extremo, nos conduce al fratricidio: a la muerte de Abel en manos de su hermano Caín. Al mundo lo estamos haciendo un infierno a causa de nuestro egoísmo. Y mientras muchos lugares del mundo están deshabitados y desérticos, en otros se construyen nuevas torres de Babel, fronteras y muros, que impiden la convivencia humana. ¿Es esto voluntad de Dios? Me parece que es fruto del egoísmo humano.

Emmanuel Levinas, pensador judío universal, nos enseñó que el rostro del otro es el monte Sinaí dónde Dios se manifiesta, y la primera palabra que nos dice es: “No matarás” sin excepción. ¿Cuantos hijos están en espera de que sus padres mueran para pelearse la herencia? ¿Cuántos países están en guerra por la posesión de la tierra de los otros? La violencia engendra violencia. Palestina tal vez irá perdiendo poco a poco su tierra, pero el odio y la sed de venganza me parece que cobrarán más fuerza. El pueblo judío, nuestro hermano mayor en la fe, debe darnos ejemplo de fraternidad como lo profetizo Isaías: “Al fin de los tiempos, el cerro de la Casa de Yavé será puesto sobre los altos montes y dominará los lugares más elevados. Irán a verlo todas las naciones y subirán hacía él muchos pueblos, diciendo: “Vengan, subamos al cerro de Yavé, a la Casa del Dios de Jacob, para que nos enseñe sus caminos y caminemos por sus sendas. Porque la enseñanza irradia de Sión, de Jerusalén sale la palabra de Yavé. Hará de arbitro entre las naciones y a los pueblos dará lecciones. Harán arados de sus espadas y de sus lanzas podaderas. Una nación no levantará la espada contra otra y no se adiestrarán contra la guerra.” (Isaías, 2, 2-4).

 

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