ENTRE PARÉNTESIS | Por Antonio MORENO |

Se dice que son en torno a 1,5 millones los fieles católicos que realizan su iniciación cristiana postbautismal o su proceso de formación permanente en la fe dentro del Camino Neocatecumenal. Cualquiera de ellos, preguntado sobre qué es lo que le “enganchó” de este itinerario, suele responder lo mismo: «aquí escuché que Dios me amaba tal y como soy, con mis pecados».

Es curioso que, de las muchas particularidades del Camino en cuanto a su estructura, formas litúrgicas y otros (llamativos desde fuera) aspectos externos, lo que al final marque la diferencia, no sea más que la adecuada proclamación del kerygma, el anuncio de un Dios que es Misericordia.

El papa Francisco, en la bula de convocatoria del Año Santo de la Misericordia afirmaba que «en nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia» (MV 12). Muchos han encontrado en esta realidad eclesial, ese oasis en medio del desierto en el que beber de las aguas cristalinas de la Palabra de Dios y de los sacramentos y en el que poder sumergirse y lavar sus pecados. La experiencia de la celebración festiva del sacramento de la reconciliación viene a apuntalar esa presentación de Dios como padre bueno que se asoma a la loma para otear al hijo que regresa herido. Las celebraciones penitenciales en este itinerario son comunitarias (con confesión y absolución individual), lo que visibiliza la necesidad que tenemos de recibir la misericordia de Dios, pero también de los hermanos, puesto que el pecado personal afecta a toda la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. La Trinidad Misericordia nos invita a ser misericordiosos con los que nos rodean.

La realización del Camino propicia la vivencia de la Misericordia con los hermanos en el día a día. La configuración en pequeñas comunidades que celebran juntas la fe, propicia delimitar un prójimo (próximo) concreto, con nombres y apellidos, con una historia particular, con una personalidad determinada, junto a la que el fiel está llamado a recorrer la vida. Que la comunidad la compongan hermanos no elegidos, con quienes el catecúmeno puede no tener nada en común, facilita la auténtica vivencia de las obras de misericordia. Frente a los grupos humanos que se configuran por intereses comunes, la pequeña comunidad se convierte en un lugar donde el otro es el herido encontrado por casualidad al borde del camino, el otro es Cristo.

La pequeña comunidad se convierte así en misionera de la Misericordia para un barrio entero. Recientemente he sido testigo de esta realidad en una de las comunidades más jóvenes de mi parroquia. Ante el cáncer de una adolescente, su comunidad se ha unido entre sí. Los jóvenes han rezado junto a ella, la han acompañado en todo momento a lo largo de su larga y dolorosa convalecencia, le han llevado el consuelo y la alegría, no sólo a ella sino a toda su familia; y ante el fatal desenlace, han dado un testimonio de entereza y esperanza que ha impresionado a propios y extraños. La chica ha subido al cielo rodeada de su comunidad, sabiéndose amada por Dios a través de la Iglesia y dando testimonio de ello.

También cabe destacar que la comunidad es guiada por un equipo de catequistasque, junto al párroco, es el encargado de llevar el rostro misericordioso de la Iglesia que acoge a los pecadores y que, como madre y maestra, los guía, cuida, corrige e impulsa a seguir caminando a pesar de las caídas.

Muchos miembros del Camino Neocatecumenal se convierten, asimismo, en agentes de misericordia a través de su incorporación a la pastoral parroquial: la participación en la Cáritas parroquial, la Pastoral de la Salud, la Pastoral Penitenciaria, etc. Respecto a esta última, es ampliamente conocida la labor que el Camino ha realizado en numerosos centros penitenciarios de todo el mundo dentro de los cuales se han formado comunidades en las que centenares de reclusos descubren la fe.

Son muchas más las ocasiones en las que esta obra del Espíritu hace presente la Misericordia, pero no podemos dejar de señalar la apuesta por la familia como santuario de la vida. Lugar privilegiado donde los esposos encuentran la oportunidad de vivir a diario las obras de Misericordia y donde los hijos aprenden a través del testimonio de sus mayores a ser “misericordiosos como el Padre”.

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