Por Jaime Septién

Monseñor Pietro Parolin, nombrado recientemente Secretario de Estado del Vaticano, en sustitución del cardenal Tarsicio Bertone, cumple, en su hoja de servicios con una experiencia muy amplia de los entretelones la Iglesia latinoamericana.

Tanto en México, donde trabajó bajo las órdenes del entonces Delegado Papal, Girolamo Prigione, como en Venezuela, en que conoció la versión dura del chavismo, monseñor Parolin ha mostrado una sensibilidad diplomática a toda prueba

A fines de la década de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado, cuando en México existía una política contraria a la separación de la Iglesia y el Estado (más bien de control del Estado a la Iglesia), monseñor Parolin laboró arduamente, al lado del Delegado (luego primer Nuncio) Girolamo Prigione para lograr la reforma a la Ley en el verano de 1992.

Esta nueva Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público permitió el “reconocimiento” del Estado a la existencia de la Iglesia y abrió la posibilidad de que las asociaciones religiosas tuvieran –al menos—una personalidad jurídica propia.  Lo cual constituyó un vuelco a la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, promulgada en Querétaro, en 1917, misma que no reconocía en la Iglesia ninguna capacidad para tener personalidad propia.

También, en esta reforma en la que participó monseñor Parolin, se restablecieron las relaciones diplomática entre México y la Santa Sede, diluyendo el carácter laicista que privaba en México y que hizo que al menos dos visitas papales de Juan Pablo II, éste fuera recibido como Jefe de Estado.

Es un diplomático a toda prueba, que contribuyó, desde la nunciatura, a echar por tierra la simulación, el distanciamiento y la frialdad del Estado mexicano frente a la Iglesia católica, fruto de muchos años de recelo.

Por favor, síguenos y comparte: