“Nadie puede alejarme del amor de Cristo”. Ha dicho el Papa Francisco, reflexionando sobre la Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos, esta mañana al celebrar la Eucaristía en la Basílica de San Pedro, justamente en el altar donde está custodiada la tumba del Beato Juan Pablo II.

El Papa señaló el porqué de la certeza que  Pablo experimenta acerca del amor de Cristo: “el Señor le había cambiado la vida” y ahora “este es el amor del Señor” es el centro de su vida. “En las persecuciones, en las enfermedades, en las traiciones” y todo lo que ha vivido o le puede pasar no puede separarlo del amor de Cristo:

“Era el centro propio de su vida, la referencia: el amor de Cristo. Y sin el amor de Cristo, sin vivir este amor, reconocerlo, nutrirnos de ese amor, no se puede ser cristiano: el cristiano, es el que se siente mirado por el Señor, con esa mirada tan bella, amado por el Señor y amado hasta el final. Siente… el cristiano siente que su vida ha sido salvada por la sangre de Cristo. Y esto hace el amor: esta relación de amor”.

Luego, comentando el Evangelio de hoy, en el que Jesús llora por Jerusalén que no ha entendido que él la ama, Su Santidad expresó que “está la imagen de la tristeza de Jesús, cuando mira a Jerusalén” que no ha entendido su amor que compara con una clueca que quiere recoger a los pollitos bajo las alas.

“No ha entendido la ternura de Dios, con esa imagen tan bella, que dice Jesús. No entender el amor de Dios: lo contrario de lo que sentía Pablo. Dios me ama, Dios nos ama, pero si es una cosa abstracta, si es algo que no me toca el corazón y me arreglo en la vida como puedo. No hay fidelidad allí. Y el lamento del corazón de Jesús hacia Jerusalén es este; “Jerusalén, tú no eres fiel; tú no te dejas amar; y te has confiado a muchos ídolos, que te prometían todo, te decían que te lo daban todo, después te han abandonado”. El corazón de Jesús, el sufrimiento del amor de Jesús: un amor no aceptado, no recibido”.

El Papa invitó a reflexionar sobre estas dos imágenes: “la de Pablo que permanece fiel hasta el amor de Jesús” y en este amor, él “que se siente débil, se siente pecador”, “encuentra la fuerza para ir adelante, para soportar todo”. Y por otra parte está Jerusalén, el pueblo infiel, “que no acepta el amor de Jesús, o peor todavía “que vive este amor a mitad: un poco sí, un poco no, según su conveniencia”.

“Miremos la fidelidad de Pablo y la infidelidad de Jerusalén y en el centro vemos a Jesús, su corazón, que nos ama tanto. ¿Qué podemos hacer? La pregunta: ¿me parezco más a Pablo o a Jerusalén? ¿Mi amor a Dios es tan fuerte como el de Pablo o mi corazón es un corazón tibio como el de Jerusalén? Que el Señor, por intercesión del Beato Juan Pablo II, nos ayude a responder esta pregunta”.

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