Por Juan Gaitán, Fraternidad Operarios Diocesanos /

El profeta denuncia con valentía, sin temor a incomodar, sin miedo a ser crucificado. Esto lo recordaba mientras leía las palabras que Francisco pronunció en la isla de Cerdeña la semana pasada:

“La caridad no es un simple asistencialismo y tampoco un asistencialismo para tranquilizar las conciencias. No, eso no es amor: eso es negocio ¿eh?, eso es comercio. El amor es gratuito. La caridad, el amor, es una decisión de vida, es un modo de ser, de vivir, es el camino de la humildad y de la solidaridad. No hay otro camino para el amor.”

Entonces, no sin miedo, me cuestioné mi actitud ante las personas que a causa de los fenómenos naturales «Manuel» e «Ingrid» sufren grandes necesidades. Recordé aquella afirmación del Papa que leí alguna vez en las conversaciones del entonces cardenal Bergoglio con el rabino judío Abraham Skorka (está escrita en su natural “argentino”):

«Otro defecto es la beneficiencia, en el sentido que la practicaría Susanita, de Mafalda: ‘Hago un té canasta, con muchos sándwiches, masas y cosas ricas para comprar polenta, fideos y todas esas porquerías que comen los pobres.’ Esa beneficiencia no es cristiana ni social y aparta de la fe.» (Sobre el cielo y la tierra, 2010)

Volví a mi actitud ante las personas damnificadas. Cuando el leproso se le acerca a Jesús y le  suplica que lo limpie, Él se encoleriza (se compadece), lo toca y le dice “quiero, queda limpio”. (Mc 1, 40-41) El verbo que utiliza el evangelio de Marcos en griego (el texto original se escribió en este idioma) significa literalmente: “se le removieron las entrañas”. ¡Se le removieron las entrañas! ¡Jesús ardía por dentro al mirar la necesidad no atendida!

Aporté con un donativo para las personas damnificadas, pero ¿lo hice con las entrañas ardiendo? Francisco nos insiste: “Al dar limosna, hay que mirar a los ojos y tocar la mano de quien la recibe.” Y cuenta que siendo Obispo, preguntaba a las personas cuando se confesaban: “¿Das limosna? ¿Miras a los ojos y tocas a quien la recibe?” No pude entregar la limosna en la mano de quien la habrá de recibir, pero ¿lo hice con las entrañas ardiendo?

Nuestro país atraviesa una situación difícil y creo que cada cristiano, desde su sitio (¡y sobre todo saliendo de su sitio!) está llamado a ir hasta donde el ardor de sus entrañas lo lleve. ¡Que Dios nos libre de afrontar esta situación de necesidad con un asistencialismo que sea sólo para tranquilizar nuestras conciencias! Me cuestiono con temor: si Jesús supiera la necesidad que viven los mexicanos, por ejemplo, del estado de Guerrero, ¿no le arderían las entrañas por dejar su comodidad e ir inmediatamente a consolar y a ensuciarse las manos levantando techos caídos?

El profeta denuncia con valentía, como Ageo: “¿De modo que es tiempo de vivir en casas revestidas de cedro, mientras el templo está en ruinas?” (Ag 1, 4) Que el amor de Dios nos mueva a estirar el brazo, humilde y solidariamente, para tocar al leproso que pide ayuda. Es el único camino para el amor.

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