Por Eugenio Lira Rugarcía, Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM /

5 de octubre

Dios, que siempre se nos ha revelado misericordioso (cfr. Ex 34,6; Dt 4,31), quiso recordarnos esta verdad a través de santa Faustina Kowalska, una humilde religiosa polaca, cuya memoria celebramos hoy. De ella, Juan Pablo II, al proclamarla santa, dijo: “es verdaderamente grande mi alegría al proponer a toda la Iglesia, como don de Dios a nuestro tiempo, la vida y el testimonio de sor Faustina Kowalska”.

A esta gran santa, el propio Jesús le dijo: “Oh elegida Mía, te colmaré con gracias aún mayores para que seas testigo de Mi infinita misericordia por toda la eternidad… Yo concedo gracias particulares a las almas por las cuales tú intercedes delante de Mí”.

Santa Faustina nació en 1905. Tres años después de comenzar su educación primaria, tuvo que interrumpirla para ayudar al sostenimiento de su familia –que era muy pobre–, trabajando como sirvienta. Más tarde, con grandes esfuerzos, pudo ingresar a la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia, donde ocupó cargos muy sencillos en diferentes casas de la Congregación.

Su vida no fue fácil. Sin embargo, supo dejarse llenar del amor misericordioso de Dios, y confiar en Él, procurando vivir cada día amando y sirviendo a los que la rodeaban. “Mis sufrimientos –escribe–  los uní a los sufrimientos de Jesús y los ofrecí por mí y por la conversión de las almas que no confiaban en la bondad de Dios”. Hasta en los detalles más sencillos, procuraba comunicar el amor misericordioso de Dios, siguiendo el consejo de su confesor, el P. Andrasz, S. J.: “Procure que quien trate con usted, se sienta feliz”.

A esta sencilla religiosa, Jesús la eligió para que fuera Secretaria de Su Divina Misericordia, y le permitió ver y oír muchas cosas que ella, obedeciendo el mandato del Señor, puso por escrito en su Diario, La Divina Misericordia en mi alma. Su misión consistió en recordar a toda la humanidad la verdad del amor misericordioso de Dios y transmitir nuevas formas de devoción a la Misericordia Divina.

La Secretaria de la Divina Misericordia fue llamada por Dios a la vida eterna el 5 de octubre de 1938. Ella misma había escrito: “Siento muy bien que mi misión no terminará con mi muerte, sino que empezará. Oh almas que dudan, les descorreré las cortinas del cielo para convencerlas de la bondad de Dios… Dios es Amor y Misericordia”.

Su ejemplo nos impulsa y su intercesión nos ayuda a decir cada día, a pesar de las dificultades: “¡Jesús, en Ti confío!”, comprometiéndonos a ser misericordiosos como nuestro Padre celestial es misericordioso (cfr. Lc 6, 36).

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