Por Juan Gaitán |

El pasado 6 de noviembre, una vez concluida la Audiencia General de los miércoles, el Papa Francisco abrazó a un hombre que padece una enfermedad que deforma la piel de todo el cuerpo. La fotografía se difundió rápidamente y de manera masiva en medios de comunicación y redes sociales, con titulares como: “¡El Papa conmueve al mundo entero!”

Imagino a Jesús, en su tiempo, abrazando a personas infectadas de lepra y a mujeres prostitutas, comiendo en casa de esos traidores del pueblo llamados publicanos, mirando con ternura al paralítico, al ciego, al mendigo sentado a la orilla del camino. Es que Jesús, para su época, fue un hombre “a-normal”, ¡y pidió a sus discípulos que también lo fueran!

Como católico, uno se siente orgulloso de estos gestos del Papa, incluso a muchos les reavivan la fe; sin embargo, cabe también la pregunta: ¿Por qué este tipo de acciones causan tanto revuelo? Ser cristiano es mirar el mundo al revés. Los valores propuestos por Cristo, sin ser irracionales, trascendían lo que la sociedad de su época (¡y de nuestra época!) entendía como normal.

Que una foto del Papa abrazando a un enfermo le dé la vuelta al mundo resulta sintomático: No estamos acostumbrados a mirar en las calles estas actitudes, no es común que las parroquias sean casa de acogida para marginados, para excluidos sociales. Francisco, como Jesús, es un hombre a-normal que nos llama la atención especialmente a quienes queremos hacer girar nuestra vida en torno a la fe en Cristo.

La metáfora del latido del corazón

Hace menos de un mes, el 27 de septiembre, el Papa dirigió un precioso mensaje a un grupo de catequistas para alentarlos en su labor. Como parte de su discurso, propuso una metáfora que me viene a la mente para iluminar los párrafos anteriores:

“El corazón del catequista vive siempre este movimiento de ‘sístole – diástole’: unión con Jesús – encuentro con el otro. Son las dos cosas: yo me uno a Jesús y salgo al encuentro con los demás. Si falta uno de estos dos movimientos el corazón no late más, no puede vivir.”

No sólo de los catequistas, sino de todo cristiano. Como cardenal, Jorge Mario Bergoglio solía preguntar a los fieles durante la homilía: “¿Jesús se quedaba todo el día en el templo?” Un corazón cristiano, cuando está vivo, sale de sí mismo al encuentro de los demás, especialmente de los más necesitados. Que el testimonio y las palabras del Papa nos renueven el deseo de hacer de lo que para el mundo es a-normal, algo normal.

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