Por Francisco Xavier Sánchez, sacerdote |
En estos días previos a la fiesta de Navidad comparto con ustedes la siguiente reflexión. Lo primero que hay que precisar es que Jesucristo no nació el 24 de Diciembre a medianoche. Esta fecha fue elegida posteriormente por los primeros cristianos cuando el cristianismo ya se había consolidado como la religión oficial del imperio romano.
Se eligió el 25 de Diciembre ya que en esa fecha los antiguos romanos celebraban una fiesta “pagana”, el equinoccio de invierno. Esta es la noche más larga del año; y a la mitad de la noche, los romanos sentían como que el sol comenzaba a nacer y, de aquí, las noches se van abreviando hasta llegar al equinoccio de verano, cuando la noche más corta marca el triunfo del sol sobre las tinieblas. Los primeros cristianos buscaron “cristianizar” esa fiesta pagana en honor al sol que ya existía en el imperio romano, porque finalmente Cristo es la luz del mundo, como lo dice el profeta Isaías: “En medio de la noche, ha brillado una gran luz”.
Ahora por una ironía de la historia me parece que participamos nuevamente a una “paganización” de esta fecha convirtiéndola ahora en una adoración no ya al sol (los romanos); o a Cristo (los cristianos); sino al dinero (neo-liberalismo). El nacimiento de Jesús va siendo relegado por el consumismo representado por Santa Claus. Pienso que Santa Claus representa bien el egoísmo humano, como el niño acostado en un pesebre y con algunos pastores a su lado la generosidad que puede haber en el corazón del hombre. Me explico.
Santa Claus contra el niño Jesús: El egoísmo contra la generosidad
No se trata de un “combate”, aunque tal vez haya mucho de ello, en todo caso la experiencia de Navidad se decide en el corazón de cada hombre.
- El primer personaje viene para regalar juguetes. El niño Jesús no viene para regalarnos algo. Al contrario, Él nos viene a pedir porque no tiene nada que comer y porque seguramente su Padre ya nos ha dado demasiado.
- Santa Claus está bien abrigado, con ropa de terciopelo rojo, con gorra, con botas y con guantes para el frío. El niño Jesús está desnudo y sólo tiene un poco de paja para protegerse del frío.
- El primero que está gordo entra en las casas y se la pasa riendo todo el tiempo (tal vez porque ha comido bien y porque no conoce ni el hambre ni el sufrimiento). El niño de Belén no busca entrar por la chimenea de las casas. Al contrario, Él nos invita a salir, a ir a buscarlo, a dejar el calor y la seguridad de nuestro hogar para salir a su encuentro.
- La mirada del primero no penetra nuestros corazones, no critica nuestro egoísmo, al contrario parece favorecerlo. La mirada del segundo nos desarma, porque nos invita a cambiar. Es la mirada del pobre, del extranjero o del niño de la calle que critica nuestro egoísmo.
Sí, es mucho más fácil y más cómodo hacerle honores al primero para olvidar las exigencias del segundo. Y sin embargo… Hoy, al igual que en aquella noche de Belén, Dios nos sigue invitando a nacer con Él, a cambiar, a salir para encontrarlo en aquel que sufre, a soñar y buscar un mundo de mayor justicia y de más amor. Nos podemos preguntar: ¿Por qué Jesús en aquella noche tuvo que nacer en un pesebre y no en alguna casa calientita del pueblo? San Lucas nos dice en su evangelio: “porque no había lugar para ellos en la sala común”.
Que en esta Navidad podamos experimentar la inmensa alegría de aquel puñado de pastores, que supieron salir de ellos mismos para ir al encuentro de Dios que nacía en Belén.
¡Feliz Navidad! Es decir feliz experiencia de Dios que nace en el corazón de aquellos que saben descubrirlo en el rostro de nuestros hermanos.
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