Depresión, ansiedad y estrés son padecimientos comunes en las esposas de los emigrantes |

 Por Gilberto Hernández García |

Hace diez años, Raquel y Rodrigo se casaron, pero él se fue de “mojado” al Norte apenas un mes después de la boda. Durante estos años sólo ha regresado en tres ocasiones, por periodos que no van más allá de dos meses, para, prácticamente, engendrarle los tres hijos que tienen.

De aspecto sumamente delgado, hoy tiene 26 años pero aparenta ser mayor. Todos  los días se levanta a las 5 de la mañana para ir al molino, “echar tortillas”, preparar el desayuno y disponer a sus hijos para ir a la escuela. En cuanto ellos se van hace un poco de limpieza en la casa, para luego sacar a las chivas y a un par de vacas –su raquítico patrimonio– al monte; ahí ata a los animales cuando no tiene quien le haga favor de cuidarlos.

El resto de la mañana lo ocupa desyerbando la parcela, cuando es tiempo, o en otras faenas propias del campo. Después deberá regresar a casa para preparar la comida y recibir a sus hijos que, con toda seguridad, regresarán hambrientos. Otras veces, cuando es necesario, va “al pueblo” a recoger el dinero que cada mes le envía su esposo, o a surtir “el mandado” o hacer alguna otra diligencia importante.

La tarde la pasa lavando o realizando algunas tareas del campo que le hayan quedado pendientes. Antes de que el sol se meta va a recoger los animales que dejó en el monte. Ya de vuelta ve que los niños hayan hecho la tarea y los baña, les da de cenar y los manda a dormir.

En todo ese trajín cotidiano no ha tenido tiempo para llorar y suspirar por su hombre, aunque “ese dolor siempre se lleva aquí”, dice señalando su corazón y confiesa que muchas veces, en las noches, revive la angustia de sentirse sola.

Raquel relata que los primeros días que Rodrigo, su esposo, se fue, ella salía al patio y se sentaba en una piedra; desde ahí se alcanzaba a ver el polvoriento camino de entrada al rancho. “Se me figuraba  que iba a regresar luego – luego”. Así pasaba mucho tiempo, hasta que oscurecía. “Lloraba mucho y no tenía ganas de comer; a la hora de acostarme no podía dormir, en la mañana despertaba y no quería levantarme”.

De alguna forma el nacimiento de sus hijos ha venido a llenar esos vacíos. O al menos eso es lo que parece. La realidad, sin embargo es otra.

De angustias y soledades

Como muchas otras mujeres de la Sierra de Barajas, en Pénjamo, Guanajuato –una de las zonas más pobres del estado y que más migrantes “expulsa” en el país–, Raquel sufre una sobrecarga de trabajo y de responsabilidades.

Según Gustavo López Castro, sociólogo e investigador del Colegio de la Frontera Norte (COLEF), las esposas de los migrantes, además de hacerse cargo de los hijos, del mantenimiento del hogar y de las tareas campesinas, “tienen que hacer un buen uso de las remesas, negociar con la suegra, librarse del acoso sexual de otros hombres de la comunidad al vivir solas, todo lo cual les provoca un constante estado de tensión”.

Esta situación de angustia emocional, que implica depresión y ansiedad, es uno de los costos invisibles de la migración. El sociólogo investigador va más allá: asegura que existe “un estado de emergencia en la salud emocional de mujeres en buena parte de las comunidades rurales de entidades expulsoras de migrantes, como Guanajuato, Michoacán y Zacatecas”.

El estudioso realizó una investigación de campo en 10 comunidades rurales del noroeste michoacano y encontró en esposas de migrantes incidencias de depresión, ansiedad y estrés, más altas que el promedio nacional: el 41.7 % presentan ansiedad y el 54.3 %, depresión.

López Castro señala que “lo peor es que la mayoría de esas mujeres ni siquiera se dan cuenta del estado en el que viven, además de que en sus comunidades no existen especialistas para tratar el problema”.

Informó que los síntomas físicos que se presentan durante el llamado Síndrome de Penélope son: hipertensión arterial, padecimientos metabólicos como diabetes, taquicardia, dificultad para respirar, mareos, hormigueos, desvanecimiento, cansancio y debilidad.

Los problemas emocionales detectados en esta investigación son: malestar general, ansiedad, tristeza, desánimo, falta de motivación, sentimientos de culpa, depresión y “nervios”.

Con la esperanza del regreso

Este conjunto de síntomas emocionales y físicos padecidos por mujeres, asociados a la migración ha sido llamado Síndrome de Penélope, en consonancia con el Síndrome de Ulises, padecido por los hombres migrantes, utilizando el paralelismo con la mitología griega.

Según el mito, Ulises se va a la Guerra de Troya y pasa 30 años sin regresar a su hogar y Penélope, su esposa que lo espera, sometida a problemas de estrés, de acoso sexual, teje por el día y desteje por la noche una colcha, pues si la termina se deberá casar con alguien.

Los psicólogos y psiquiatras han acudido a esta analogía para englobar en un solo término todos estos procesos que pueden incidir en la salud física y emocional de las mujeres de migrantes. Sin embargo “el tema no ha sido muy analizado, investigado, ni por psicólogos o sociólogos y representa en muchas comunidades del país un grave problema de salud”, asegura el sociólogo Gustavo López Castro.

Cuando se le pregunta a Raquel: ¿Qué le dirías a tu marido, a los demás hombres que se van de aquí al Norte? a punto de las lágrimas y con la voz entrecortada dice: “Que no se vayan, porque nos quedamos muy solas”.

Por favor, síguenos y comparte: