Por Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas |

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Si hace frío, porque hace frío, y si hace calor, porque hace calor. Si llueve, porque llueve; si no llueve, porque no llueve. Y así por el estilo con los demás elementos de la naturaleza.

Lo mismo ante la situación del país: todo sube de precio, nunca nos alcanza el dinero, nos aprietan más los impuestos, el gobierno no nos satisface, los políticos no nos convencen, las reformas aprobadas no son las convenientes, el trabajo no es bien pagado, la educación está muy deficiente, los maestros ya no viven su vocación, la corrupción corroe todo, la violencia no se detiene, los narcos todo lo invaden, vamos de mal en peor, los jóvenes andan perdidos…

En la familia, son constantes las quejas de la esposa contra su marido, y de éste contra aquélla; de los hijos contra sus padres y al revés. Nos caen mal algunos parientes y vecinos, nos molesta su forma de ser, se nos hacen insoportables; no nos queda más remedio que tolerarlos, pero quisiéramos que no existieran…

En la vida interna de la Iglesia, tampoco faltan quejas y acusaciones: que el párroco tiene mal carácter, que el obispo no nos comprende, que la superiora decide en forma incorrecta, que la gente cambia de religión por culpa de los sacerdotes, que cobran por todo, que son muchos requisitos para recibir sacramentos…

PENSAR

Es obvio que muchas veces hay razones para quejarnos; pero también es cierto lo que dice Jesús: que vemos más fácilmente la paja en el ojo ajeno, que la viga que llevamos en el nuestro. Pareciera que lo que nos hace aparecer importantes ante los demás es la crítica, la denuncia, que no siempre se hacen con suficientes elementos de prueba. No valoramos lo bueno que tienen y hacen los demás, sino sólo nos complacemos en quejas y lamentos. En vez de construir y generar esperanza, alentamos desconfianza y rechazo. Sólo es bueno lo que nosotros hacemos y pensamos. Así como podemos ser ingenuos y cobardes para denunciar lo que está mal, también podemos ser injustos al condenar lo que en el fondo desconocemos.

Dice el Papa Francisco, trayendo a colación lo que ya había dicho Pablo VI y que retomamos en Aparecida, dice: Un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”(EG 10).

Los creyentes tenemos una luz, que nos ayuda a discernir la verdad de la mentira, el bien y el mal, la justicia y la injusticia; con esta luz, debemos juzgar y denunciar lo que perjudica al pueblo, pero nuestra misión no es sólo denunciar, sino ante todo proponer alternativas, como dice el Papa: “Conviene manifestar siempre el bien deseable, la propuesta de vida, de madurez, de realización, de fecundidad, bajo cuya luz puede comprenderse nuestra denuncia de los males que pueden oscurecerla. Más que como expertos en diagnósticos apocalípticos u oscuros jueces que se ufanan en detectar todo peligro o desviación, es bueno que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza que resplandecen en una vida fiel al Evangelio” (EG 168).

ACTUAR

Quejémonos cuando haga falta y denunciemos lo que está mal, pues no hacerlo sería cobardía e irresponsabilidad, pero, como dice el Papa, no perdamos la paz por la cizaña. “El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados” (EG 24). “El enemigo puede ocupar el espacio del Reino y causar daño con la cizaña, pero es vencido por la bondad del trigo que se manifiesta con el tiempo” (EG 225).

Tenemos el mejor trigo: Jesucristo, su Palabra, su Evangelio. ¡Animo!

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