Por Jorge E. Traslosheros H. |

En estos momentos, los Legionarios de Cristo realizan su capítulo general para elegir a sus autoridades y dar forma a sus nuevas constituciones. Se juegan su última oportunidad. La pregunta es si podrán abandonarse, con humildad, a la gracia recibida a través de esos buenos hombres que les tendieron la mano.

Mi actitud es de moderado optimismo y decidida esperanza. Como recordamos, ante su terrible crisis, Benedicto XVI les tendió la mano y no para protegerlos, sino para conducirles a la única salida posible que era purificarse en la verdad. Para acompañarlos en su proceso de reforma nombró al cardenal Velasio de Paolis, líder de mano fuerte y caridad dispuesta. Después, Francisco, confirmó la decisión y el camino emprendido. Llegado el momento, sólo su firma validará las decisiones del capítulo.

Han sido años difíciles. Tuvieron que enfrentar a su más acérrimo enemigo que no era propiamente Maciel. Era su arrogancia y complejo de superioridad. Eran autosuficientes y autorreferenciales, cegados por una mentalidad eficientista como se los hizo saber Benedicto XVI. Eran epítome del modelito para armar que ahora tanto fustiga Francisco, porque provoca amnesia del Evangelio.

No es fácil hablar de la Legión. Su nombre produce enojo y rechazo. Siempre me he preguntado por qué hombres tan valientes y apegados al evangelio como Ratzinger y Bergoglio les dieron otra oportunidad. Si les hubieran cerrado el changarro, ¿quién los hubiera objetado?, ¿por qué se arriesgaron?

Conjuro mis demonios pensando en la parábola del buen samaritano. La legión creía ser un príncipe, pero en realidad era como aquel hombre arrojado a la vera del camino. Los criminales, para colmo, eran miembros de su familia. Por eso pensaba que su situación era normal. Entonces pasaron algunos cardenales, obispos y presbíteros, viejos amigos, pero siguieron adelante. No los fueran a confundir con el fundador de la familia. Luego los intelectuales y laicos, al pasar, les gritaron sus miserias y siguieron su camino complacidos, pues se habían justificado a sí mismos.

Entonces pasó un samaritano vestido de blanco, a quien esos sacerdotes e intelectuales tenían por apestado. Será un buen teólogo, decían, pero indigno de ocupar el trono de San Pedro. Unos lo saboteaban, otros lo despreciaban.

La situación del herido era seria. No podía ver ni entender lo que pasaba. El samaritano lo tomó en sus brazos, lo llevó a la posada, le hizo ver sus heridas y le dejó en manos del mejor doctor. Tiempo después, el nuevo posadero de nombre Francisco vio con beneplácito cuanto sucedía y animó al doctor y al paciente a completar la rehabilitación. Ahora, el hombre tendrá que tomar decisiones definitivas para completar su curación.

Lo que Benedicto XVI y Francisco vieron lo he comprendido poco a poco. La fe mueve a la razón. Nos permite superar prejuicios y conjurar demonios. Nos enseña a ver nuestra realidad humana sin componendas. Somos personas de condición débil, necesitadas de la gracia y de nuestros hermanos para caminar y hacer el bien al cual estamos llamados. Vieron la mirada confundida de los hombres lastimados por aquellos que decían ser su familia. Los habían usado y tirado cual guiñapos.

La Legión vale por los hombres y mujeres que han sabido dar testimonio del Evangelio. Ahora están ante la prueba más difícil. Tienen que purificarse en la verdad porque es la única puerta para salir del laberinto en que los metieron. Para ellos, mis oraciones.

jorge.traslosheros@cisav.org
Twitter:
 @trasjor

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