Por Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas |

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Algunos que se consideran defensores de los derechos humanos en Chiapas, solicitan que los legisladores estatales cambien nuestras leyes para que haya lo que llaman un “matrimonio igualitario”; es decir, que las parejas del mismo sexo que quieran convivir sexualmente, sean consideradas como un verdadero matrimonio, con derechos iguales al formado por un hombre y una mujer, con capacidad legal para adoptar niños.

El Papa Francisco, con sumo interés por el bien de la sociedad, ha convocado a reuniones de todo tipo, para analizar la situación actual de la familia y señalar pautas hacia una mejor pastoral de nuestra parte. Nos envió un cuestionario, con muchas preguntas, para conocer mejor la realidad mundial sobre este asunto. Escuchó en días pasados a todos los cardenales del mundo, en un consistorio extraordinario. Ya convocó a un sínodo también extraordinario en este año, y en el próximo será el ordinario, sobre el mismo tema. Se ve que le preocupa mucho la familia y quiere que todos en la Iglesia hagamos lo que nos corresponde para protegerla y promoverla.

PENSAR

En días pasados, el Papa recordó a los cardenales la postura tradicional de la Iglesia: “El Creador ha bendecido desde el principio al hombre y a la mujer para que fueran fecundos y se multiplicaran sobre la tierra; así, la familia representa en el mundo como un reflejo de Dios, uno y trino.

Nuestra reflexión tendrá siempre presente la belleza de la familia y del matrimonio, la grandeza de esta realidad humana, tan sencilla y a la vez tan rica, llena de alegrías y esperanzas, de fatigas y sufrimientos, como toda la vida. Hoy, la familia es despreciada, es maltratada, y lo que se nos pide es reconocer lo bello, auténtico y bueno que es formar una familia, ser familia hoy; lo indispensable que es esto para la vida del mundo, para el futuro de la humanidad. Se nos pide que realcemos el plan luminoso de Dios sobre la familia, y ayudemos a los cónyuges a vivirlo con alegría en su vida, acompañándoles en sus muchas dificultades. Y también una pastoral inteligente, valiente y llena de amor” (22-II-2014).

La Iglesia no es enemiga de la libertad, porque Dios no lo es. Si dos personas del mismo sexo quieren cohabitar, no hace falta cambiar las leyes para que se les considere un matrimonio igual que los otros. El plan de Dios para el bien de la humanidad no incluye las uniones conyugales de homosexuales, sino que las rechaza; sin embargo, Dios respeta la libertad de quienes así quieran vivir, pues El no nos hizo esclavos de su plan, de su voluntad. Dios nos hizo libres hasta para pecar, para equivocarnos, para considerar un bien lo que objetivamente es un desorden. Respeta la libertad de Caín, de los asesinos, de los narcotraficantes, pero les advierte que ése no es el camino de la felicidad; tarde o temprano cosecharán los frutos del desacato a sus indicaciones. Los libertinajes siempre han existido, nunca para bien. La mayoría de los delincuentes proceden de hogares no bien establecidos, por ausencia de un padre trabajador y honesto, o por falta de armonía familiar. La familia bien formada, donde hay amor, respeto y ayuda mutua, es la mejor protectora de la paz social. Destruir la familia es dañar a la sociedad.

ACTUAR

Respetuosamente exhorto a los legisladores que defiendan y promuevan la familia como Dios la estableció, como la misma naturaleza la determina, física y psíquicamente, entre un hombre y una mujer, mayores de edad, conscientes de su compromiso de amarse en forma estable y definitiva, abiertos a la vida de nuevos seres. Que diputados y senadores no sean destructores de la sociedad; que no se dejen contagiar por corrientes dizque modernas, que aceleran el deterioro social. Y procure usted hablar con el legislador a quien le dio el voto, para que tome en cuenta esta defensa.

Invito a los hermanos presbiterianos, bautistas, mormones, nazarenos y cristianos en general, a que unamos esfuerzos para proteger y cuidar la familia, que es el mayor bien de nuestro pueblo. Y hay que empezar por valorar la propia, viviendo en armonía, en diálogo, en perdón, en gratitud, en fidelidad.

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