Por Jaime Septién | Usando la misma retórica de su padre y pastor político, Hugo Chávez, don Nicolás Maduro acusó al presidente de Panamá, Ricardo Martinelli, de ser un “lacayo” de Estados Unidos y, acto seguido, anunció que Venezuela rompe relaciones diplomáticas, políticas y comerciales con Panamá.
¿Qué enfureció a Maduro? Las maniobras de “cochupo” (así lo dijo) con que Panamá está “conspirando” contra su gobierno. Panamá había convocado la semana pasada una reunión de la OEA para analizar la crisis venezolana y sus repercusiones en la región. Eso bastó para que Maduro, respaldado por Cuba, sacara las garras y anunciara lo que anunció.
La escalada interna de violencia en Venezuela es tremenda. El desabasto amenaza hambruna. Con ideología y discursos incendiarios no se alimenta a la gente. Es sintomático que Venezuela rompa con Panamá. Serán la última y la primera economía en crecimiento durante 2014, respectivamente. Venezuela crecerá cero por ciento y Panamá siete por ciento. Es fácil echar la culpa, correr cortinas de humo, encontrar un chivo expiatorio.
Pero Venezuela ya no puede sostenerse como está. Maduro tiene que madurar y encontrar otra ruta para darle de comer a su gente. El petróleo y la paciencia se acaban.