Por Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas |

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Durante cuatro días, llevamos a cabo en nuestra diócesis el XXV Encuentro de Diáconos Permanentes. Participaron 749 personas, pues a los más de 300 diáconos permanentes que tenemos, les acompañan su esposa, sus agentes de animación y coordinación pastoral, sus asesores y algunos catequistas. El tema central fue la nueva evangelización, con este objetivo: A la luz de las enseñanzas del Concilio Vaticano II y de nuestro III Sínodo Diocesano, seguir profundizando en el aprendizaje y vivencia del Evangelio, dando nuevo impulso y esperanza a los hombres y mujeres de nuestro mundo, para que tengamos nueva vida.

Se hizo un trabajo previo por parroquias y zonas pastorales, preguntando cómo era la vida de la Iglesia en las comunidades antes de que hubiera catequistas y servidores; quiénes evangelizaron y cómo lo hacían; quiénes fueron los primeros catequistas y qué hacían; y ahora, cómo es la vida de los servidores, qué ministerios hay, con qué métodos evangelizan, qué grupos religiosos hay y cómo expresan su fe. Fue muy rico el aporte de los pueblos, para valorar la historia concreta de la evangelización en esta región.

Hubo una profunda iluminación doctrinal, con las siguientes exposiciones: La Buena Nueva de Jesús: cómo evangelizó; cuáles fueron sus métodos. ¿Cómo fue la evangelización en los primeros siglos de la Iglesia, y cómo fue en América? Según el Concilio Vaticano II, ¿qué es la evangelización y qué métodos propone? ¿Qué nuevas luces nos presenta el Documento de Aparecida para continuar la evangelización en nuestra diócesis? A la luz del Magisterio de la Iglesia y de nuestro Sínodo, ¿cómo podemos hacer nueva nuestra evangelización?

Propusieron como tema, para el encuentro del año 2015, seguir profundizando nuestra fe en Jesucristo, fuente de alegría y de esperanza; reflexionar en Jesús, para valorar nuestras culturas originarias y enfrentar las actuales. Con esta visión cristológica, nuestros diáconos permanentes quieren encontrar caminos para llevar a cabo una nueva etapa de la evangelización, como nos propone el Papa Francisco. Quieren conocer más a Jesús, que  inspire su vida y su ministerio.

PENSAR

En el Documento de Aparecida, se dice de los diáconos permanentes: Ellos son ordenados para el servicio de la Palabra, de la caridad y de la Liturgia, especialmente para los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio; también para acompañar la formación de nuevas comunidades eclesiales, especialmente en las fronteras geográficas y culturales, donde ordinariamente no llega la acción evangelizadora de la Iglesia…, dando testimonio, así, de Cristo servidor al lado de los enfermos, de los que sufren, de los migrantes y refugiados, de los excluidos y de las víctimas de la violencia y encarcelados. La V Conferencia espera de los diáconos un testimonio evangélico y un impulso misionero para que sean apóstoles en sus familias, en sus trabajos, en sus comunidades y en las nuevas fronteras de la misión” (DA 205, 207-208).

ACTUAR

Nuestros diáconos permanentes quieren profundizar más en la persona de Jesús, como una fuente que inspira alegría en tantos momentos difíciles que vive nuestro mundo, y también que genera esperanza, para la transformación de la realidad tan excluyente de los pobres. Desde Jesús, quieren enfrentar también los nuevos retos de la cultura actual tan cambiante en sus comunidades, en particular la nueva vida de los jóvenes y los problemas que enfrenta la madre tierra. Su visión es integral, ni exclusivamente religiosa, ni preponderantemente social, sino que quieren que la evangelización sea englobante de todos los aspectos de la vida. Acompañémosles en esta su sed de Jesucristo, y no reduzcamos su formación a otras dimensiones menos trascendentes.

Empeñémonos todos en buscar caminos de nueva evangelización, y no nos conformemos con lo que siempre hacemos. Hay fronteras y periferias a las que casi no llegamos, y el Señor nos lanza a llevar su mensaje a esos rincones, nos saca de nuestra comodidad, nos reta a la creatividad misionera. No nos quedemos en lamentos estériles.

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