El Papa Francisco dijo en su homilía en Casa Santa Marta: “Este es el ayuno que quiere el Señor: el ayuno que se preocupa de la vida del hermano, que no se avergüenza de la carne del hermano”, a propósito de las prácticas que entraña la Cauresma. Y añadió que la vida de fe está conectada estrechamente a una vida de caridad hacia los pobres, sin la cual lo que se profesa sólo es hipocresía.

Según el Papa, el cristianismo no es una regla sin alma, un elenco de normas formales para la gente que presenta la cara buena de la hipocresía y esconde un corazón falto de caridad. El cristianismo es “la carne” misma de Cristo que se inclina, sin avergonzarse, hacia el que sufre.

Para explicar esta contraposición, el Papa Francisco retomó el diálogo del Evangelio de hoy entre Jesús y los doctores de la ley, que critican a los discípulos por el hecho de no respetar el ayuno, a diferencia de ellos y de los fariseos que practicaban mucho el ayuno.

Los doctores de la ley habían transformado la observancia de los sacramentos en una “formalidad”, transformando la “vida religiosa” en una “ética” y olvidando la raíz, es decir “una historia de salvación, de elección, de alianza”, objetó el Papa.

“Recibir del Señor el amor de un Padre, recibir del Señor la identidad de un pueblo y después transformarla en una ética y rechazar ese don de amor… Esta gente hipócrita, son personas buenas, hacen todo lo que se debe hacer. ¡Parecen buenas! –exclamó-. Son “eticistas”, pero “eticistas” sin bondad, porque han perdido el sentido de pertenencia a un pueblo. La salvación, el Señor la da dentro de un pueblo, en la pertenencia a un pueblo”.

Sin embargo, observó el Papa, ya el profeta Isaías, en la cita que se lee hoy en la Primera Lectura, describió con claridad cuál era el ayuno según la visión de Dios: “abrid las prisiones injustas”, “liberad a los oprimidos”, y también “partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo”, “vestir al que va desnudo”.

“Este es el ayuno que quiere el Señor: el ayuno que se preocupa de la vida del hermano, que no se avergüenza -lo dice el mismo Isaías- de la carne del hermano –explicó Francisco-. Nuestra perfección, nuestra santidad va hacia delante con nuestro pueblo, en el que somos elegidos y del cual formamos parte”.

Y prosiguió: “Nuestro acto de santidad más grande es en la propia carne del hermano y en la carne de Jesucristo. El acto de hoy, nuestro, aquí en el altar, no es el ayuno hipócrita: ¡es no avergonzarse de la carne de Cristo que viene hoy aquí! Es el misterio del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Es compartir el pan con el hambriento, cuidar a los enfermos, a los ancianos, a los que no pueden darte nada a cambio: ¡eso es no avergonzarse de la carne!”.

Esto significa que “el ayuno más difícil”, afirmó Papa Francisco, es “el ayuno de la bondad”. Es el ayuno del que es capaz el Buen Samaritano, que se inclina sobre el hombre herido, y no es el del sacerdote, que mira al mismo desventurado pero no se para, quizás por temor a contaminarse”.

Y, por tanto, concluyó, “esta es la propuesta de la Iglesia hoy: ¿me avergüenzo de la carne de mi hermano, de mi hermana?”.

“Cuando doy limosna, ¿dejo caer la moneda sin tocar la mano? Y si por casualidad la toco, lo hago rápido? Cuando doy limosna, miro a lo ojos a mi hermano, a mi hermana? Cuando sé que una persona está enferma ¿voy a visitarla? ¿La saludo con cariño?”, planteó el Papa.

“Hay un signo que quizás os ayudará, es una pregunta: ¿Sé acariciar a los enfermos, a los ancianos, a los niños o he perdido el sentido de la caricia?”, añadió.

“¡Estos hipócritas no saben acariciar! Se habían olvidado… -concluyó-. No nos avergoncemos de la carne de nuestro hermano: ¡es la nuestra! Como nosotros hacemos con este hermano, con esta hermana, seremos juzgados”.

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