El Observador |
Acabo de visitar un lugar realmente extraordinario: el monasterio de Nuestra Señora de la Soledad, que los monjes benedictinos tienen en Atotonilco, en el municipio de San Miguel de Allende, Guanajuato.
Un amigo mío estaba buscando un lugar para tener un retiro de silencio en esta Cuaresma y supimos que los benedictinos reciben a personas con deseos de encontrarse consigo mismos y con Dios en un clima de tranquilidad y silencio. Así que nos contactamos con el encargado de la hospedería, el hermano Elías, y emprendimos esa nueva aventura.
En búsqueda de paz
Partimos de Querétaro a San Miguel muy temprano; al cabo de poco más de una hora ya estábamos en ese pueblo mágico. Llegamos a Atotonilco, famoso por su santuario donde todo el año se realizan unos ejercicios espirituales muy concurridos con gente proveniente de todos los rincones del país, y de donde el Cura Miguel Hidalgo tomó el estandarte de la Virgen de Guadalupe para liderar la rebelión por la Independencia de México.
Por la misma calle del santuario, salimos de la pequeña población y nos dirigimos al monasterio, caminamos aproximadamente un kilómetro por una carretera pavimentada, que después abandonamos para internarnos en un polvoriento camino franqueado por huizaches y mezquites.
Cuando llegamos al monasterio pensé que el nombre “La Soledad” –como ya se llamaba este lugar antes que los monjes vinieran hace casi 25 años– le queda a la perfección: está ubicado en una loma no muy grande, en tierras más bien secas, algo así como un semidesierto.
Al ingresar al terreno un letrero nos disponía a lo que veníamos: “Abre tu corazón al Señor y deja que Él te hable. Déjate seducir por Dios”. Un poco más arriba se alcanzaba a ver la gran capilla de piedra, de estilo neorománico y hechura reciente, donde los monjes tienen sus actos de culto. Como abrazando este recinto el conjunto habitacional de los monjes se encuentra al frente y a un costado.
A unos cuantos pasos se halla la primera ermita que construyeron los monjes que fundaron este convento y que destaca por su blancura. Un poco más allá un sencillo estanque rodeado de plantas daba la impresión de un oasis, como una metáfora de lo que el monasterio es para toda esta región.
“Reza y trabaja”
El hermano Elías nos recibió muy amablemente y nos hospedó en unas cabañas que tienen para recibir visitantes y que se encuentran un poco separadas del conjunto monacal. Las sencillas habitaciones ayudan a mantener el clima de recogimiento y oración.
Los benedictinos nos dieron la oportunidad de participar con ellos en el rezo de la Liturgia de las horas. Su día gira en torno a la oración y al trabajo. Nos comentó nuestro anfitrión que la primera oración la tienen a las 4:30 de la mañana y se prolonga hasta las 7:00 a.m. después del desayuno, dedican parte de la mañana al trabajo en el campo o en los talleres, intercalando algunos otros momentos de oración comunitaria.
Los sagrados alimentos, que también compartieron con nosotros, los toman en silencio, en un ambiente para nosotros un poco extraño, pero al que ellos ya están acostumbrados y hasta lo disfrutan.
Por la tarde, a eso de las 5:00, regresan al templo para rezar el rosario y otra parte de la Liturgia de las horas, llamada Vísperas. Antes de que el sol se meta, los monjes ya están cenando; y, contrario a lo que muchos esperaríamos, después de los alimentos, disfrutan de un buen rato de convivencia y recreación juntos; el tiempo pasa entre juegos de mesa y contar anécdotas del día. Se les ve felices.
Llegadas las ocho de la noche, casi al término de la jornada, todos guardan silencio y se dirigen a la capilla. Es el momento de las Completas, la última oración litúrgica en comunidad, antes del descanso nocturno. Así es la vida cotidiana en La Soledad.
Nos comentó nuestro anfitrión que “lejos de hacer la vida monótona, cuando se le encuentra sentido a cada una de estas actividades, le va dando a la vida una riqueza, una dinámica interior muy profunda de apertura y diálogo constante con Dios; cuando verdaderamente se vive a fondo. Si se vive superficialmente, sin ánimo y sin fe, puede ser una vida que termine por fastidiar”.
Nos sorprendió hay una buena cantidad de jóvenes postulantes a la vida benedictina en este monasterio, probando si este estilo de vida es para ellos. Yo no pude sentir más que admiración por ellos, por la valentía que han mostrado para abrazar esta vida.
“Con la pila cargada”
El resto de nuestro retiro lo hicimos solos. Llevábamos algunos apuntes y pistas que un sacerdote nos había dado para efectuar nuestro encuentro con Dios. No cabe duda que el estar en contacto con los monjes nos inspiró mucho. Aún recuerdo el rezo de los salmos que hicimos con ellos, de manera muy pausada, acompañados por la música de un órgano. El mismo templo, con esa sobriedad en su interior y los sencillos iconos nos invitaba también a mirar a nuestro interior para encontrarnos con Dios.
Terminamos el retiro un domingo. Ese día había muchísima gente en el lugar. La dinámica de los otros días se rompe por la algarabía de los visitantes que vienen a participar en la Eucaristía y a apoyar a los monjes consumiendo los alimentos que preparan o comprando los artículos de la librería, para ayudarles en su sostenimiento.
Sin embargo nosotros ya teníamos “la pila bien cargada” para regresar a nuestra vida cotidiana, llenos de la presencia de Dios que se respira en La Soledad.
Si quieres ir al monasterio de La Soledad
Atotonilco está ubicado a ocho kilómetros, aproximadamente, de San Miguel de Allende, por la carretera a Dolores Hidalgo, Guanajuato. Una vez en el pueblo de Atotonilco se sigue por la calle principal (la del santuario) hasta salir de ella. A menos de un kilómetro se encuentra una terracería que conduce al monasterio. Hay señales que indican el camino.
Si deseas participar en la Misa dominical (9:00 a.m.) procura llegar temprano para alcanzar lugar, debido a la gran cantidad de gente que visita el monasterio ese día. Para apoyar